P.
Carlos Cardó SJ
Cristo
en el camino a Emaus, óleo sobre lienzo de Jan Wildens (1640 aprox.), Museo del
Hermitage, San Petersburgo, Rusia
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Dentro de poco tiempo ya no me verán; y dentro de otro poco me volverán a ver".Algunos de sus discípulos se preguntaban unos a otros: "¿Qué querrá decir con eso de que: `Dentro de poco tiempo ya no me verán, y dentro de otro poco me volverán a ver’, y con eso de que: ‘Me voy al Padre’?" Y se decían: "¿Qué significa ese ‘un poco’? No entendemos lo que quiere decir".Jesús comprendió que querían preguntarle algo y les dijo: "Están confundidos porque les he dicho: ‘Dentro de poco tiempo ya no me verán y dentro de otro poco me volverán a ver’. Les aseguro que ustedes llorarán y se entristecerán, mientras el mundo se alegrará. Ustedes estarán tristes, pero su tristeza se transformará en alegría".
Jesús
les hace ver que la tristeza que tendrán y que les llevará a “llorar” y “lamentarse”, es
decir, a hacer duelo, será provocada por su muerte en la cruz. El mundo, en
cambio, se alegrará porque creerá haber triunfado en el juicio contra Él y
haber conseguido destruirlo. Será el tiempo del escándalo
que los sumirá en la oscuridad.
Pero
la situación se invertirá y la tristeza de los discípulos se convertirá en
alegría cuando, leyendo los acontecimientos del Viernes a la luz de la fe y de
la Escritura, vivan la experiencia de la resurrección que les hará gozar de la
presencia victoriosa y continua del Señor con ellos y en ellos. Lo verán en la
mañana de la Pascua, después de dos días de angustia. Lo verán y entenderán su
cruz como el instrumento de su glorificación.
El primer tiempo es el tiempo del escándalo, de la falta de fe y
esperanza. El segundo, es el tiempo del encuentro personal con el gran
Viviente, que les dará su paz como signo característico de su presencia y se
llenarán de una alegría que nadie les podrá quitar.
Esta
alternancia se repite en la historia y en la vida personal: el continuo paso de
muerte a vida, de pecado a conversión, de desolación a consolación. Ya los
antiguos profetas, en las épocas de las mayores crisis de Israel, vieron que la
obra liberadora de Dios iba a consistir en el paso del dolor del pueblo al gozo
perpetuo: Llegarán a Sion entre gritos de
júbilo; una alegría eterna iluminará su rostro, gozo y alegría los acompañarán,
la tristeza y el llanto se alejarán (Is 35, 10; 51,11).
La vuelta del exilio en
Babilonia será a la vez la prueba del poder liberador de Dios y el anuncio de la
llegada a la meta final de la historia. Las palabras de Jesús sobre el cambio
de la tristeza en gozo, anuncian la realización plena de la esperanza de Israel
y el establecimiento final de la vida eternamente feliz, porque Él franqueará
las puertas de la muerte y abrirá para siempre las puertas de su reino.
En nuestra vida personal tenemos que comprender también el sentido
de las crisis y sufrimientos. En efecto, la esperanza cristiana es lo que nos
mantiene firmes en medio de las tribulaciones, contradicciones y dolores
inherentes a la existencia humana, y las que pueden venirnos como consecuencia de nuestro compromiso cristiano.
Entonces, como a Pablo en su vida cargada de padecimientos, se nos
concederá poder decir: Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo Padre misericordia y Dios de todo consuelo. Él
es quien nos conforta en todos nuestros sufrimientos, para que también nosotros
podamos confortar a todos los que sufren con el consuelo que recibimos de Dios (2
Cor 1, 3-7).
Conocer
a Jesús y el poder de su resurrección implica participar de sus sufrimientos y
de su muerte, con la esperanza de alcanzar la resurrección (Fil 3, 10-11). El cristiano resuelve así
el carácter
inexorable de la muerte, con la certeza de la fe en que Dios, por su Hijo
resucitado, hará triunfar la vida: Destruirá
la muerte para siempre y secará las lágrimas de todos los rostros (Is 25,
10).
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