P.
Carlos Cardó SJ
Jesús habla del Espíritu Santo que enviará a los suyos como Espíritu de la verdad. Es el atributo
que quizá más tenemos en cuenta cuando lo invocamos y le pedimos: Espíritu
Santo, ilumina con tu luz nuestras mentes y dispón nuestros corazones para ver
la verdad y saber distinguir lo que es recto.
Santísima
Trinidad, óleo sobre lienzo de Conrado Giaquinto (1754 aprox.), Museo Nacional
del Prado, España
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Jesús les dijo: "Aún tengo muchas cosas que decirles, pero es demasiado para ustedes por ahora. Y cuando venga Él, el Espíritu de la Verdad, los guiará en todos los caminos de la verdad. Él no viene con un mensaje propio, sino que les dirá lo que escuchó y les anunciará lo que ha de venir. Él tomará de lo mío para revelárselo a ustedes, y yo seré glorificado por Él. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso les he dicho que tomará de lo mío para revelárselo a ustedes".
Él
los guiará a la verdad completa, dice Jesús. Esto no quiere decir que Él nos haya dado la verdad a medias y
por eso el Espíritu deba completarla. Jesús nos lo ha revelado todo. Dios se
nos ha dicho todo en él. Si se hubiese guardado algo, por así decir, sin revelárnoslo,
tendríamos aún que estar esperando otra revelación definitiva.
En Jesús habita la plenitud de la divinidad, dice San Pablo (Col, 2,9), en él, en su Hijo Jesús, Dios
se nos ha dado de una vez y para siempre. La función del Espíritu consistirá
entonces en infundir en nuestras mentes la luz que necesitamos para interpretar
lo dicho por Jesús y para vivirlo en la práctica y en el presente.
El Espíritu Santo no dirá nada diferente ni contrario a lo que
dijo Jesús. Anuncia nuevamente, interpreta, habla aquí y ahora lo que Jesús
dijo entonces, actualiza su presencia viva. Lo que hace el Espíritu es
introducirnos en la verdad que es Jesucristo, mediante el conocimiento que se
adquiere por el amor y que es inacabable, pues siempre se puede conocer y comprender
más aquello que se ama.
Les
anunciará las cosas venideras. Esto no tiene nada que ver con
adivinación y vaticinio del futuro. El ser humano por ser mortal siente el
ansia de saber el futuro. De ahí el recurso a lo mágico, a las predicciones y
los horóscopos, que lo único que hacen es engañar la angustia presente. Las cosas venideras a las que alude Jesús
son las relativas al reino de Dios, que se desarrolla escondido como el grano
en tierra o la levadura en la masa. El Espíritu enseña a discernir los signos
de los tiempos, ilumina el presente a la luz del pasado (de la Palabra, de la
vida de Jesús), mantiene viva en el presente la memoria Iesu.
Él
me glorificará. La gloria se ha revelado en la humanidad (carne) del Hijo del hombre; por eso no se la capta totalmente, se
mantiene abierta a un conocimiento más y más pleno, hasta el infinito, que el
propio del conocimiento del misterio de Dios. Jesús ya ha sido glorificado por
el Padre en la cruz y en la resurrección. Aquí se habla de la gloria en los discípulos, de la gloria
del Hijo en los hermanos, de la gloria de Dios reflejada en nuestra vida. Yo les he dado la gloria que tú me diste (17,22) para que el amor con que me amaste esté en ellos y yo en ellos (17,26).
Todo
lo del Padre es mío: la misma gloria, el mismo amor,
la misma voluntad salvadora, el mismo ser. El Espíritu transmite eso, introduce
en la vida trinitaria, porque es el
ser-amor de Dios que se difunde en sus criaturas.
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