P.
Carlos Cardó SJ
Cristo
y la samaritana, óleo sobre lienzo de Alonso Cano (1640), Museo Nacional del
Prado, Madrid, España
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En aquel tiempo, la gente le preguntó a Jesús: "¿Qué señal vas a realizar tú, para que la veamos y podamos creerte? ¿Cuáles son tus obras? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Les dio a comer pan del cielo".Jesús les respondió: "Yo les aseguro: No fue Moisés quien les dio pan del cielo; es mi Padre quien les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que baja del cielo y da la vida al mundo".Entonces le dijeron: "Señor, danos siempre de ese pan".
Jesús les contestó: "Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed".
Los oyentes de Jesús le piden un signo para creer en Él, que les demuestre de manera visible la
eficacia de la obra que realiza. Argumentan que no necesitan a Jesús porque ya
siguen a Moisés, cuya autoridad quedó demostrada con el signo del maná que
comieron sus antepasados en el desierto.
Así como la mujer Samaritana consideró a Jesús de menor autoridad
que Jacob –¿acaso te consideras más
importante que nuestro padre Jacob, que construyó ese pozo, del que bebió él,
sus hijos y sus ganados?–, así también los galileos de Cafarnaúm ven más
seguro a Moisés, pero sin advertir que Moisés se ha convertido para ellos en
una hecho del pasado, no del presente, una ideología, que ha servido de soporte
a una religión falseada, y a una moral de conveniencia.
Jesús procurará hacerlos pasar de Moisés al Padre Dios, que ofrece
el don de su amor salvador en el presente y da lo que necesitamos para una vida
plena y feliz. Ofrece el paso de la Antigua a la Nueva Alianza, de la Ley antigua
a la ley del amor solidario que resuelve el problema de la vida, simbolizado en
el hambre de pan y de evangelio.
Como a la Samaritana que la hizo pasar del deseo del agua material
al del agua viva que sacia toda sed y conduce a la vida eterna, así también a
los galileos los quiere hacer pasar del único pan que les interesa, el que
comieron hasta saciarse, al alimento nuevo, que se comparte para dar de comer a
la multitud, y cuyo significado ellos no han querido comprender.
Les
aseguro que no fue Moisés quien les dio el pan del cielo. Es mi Padre quien les
da el verdadero pan del cielo. El pan de Dios viene del cielo y da la vida al
mundo.
Claramente Jesús se identifica con el pan del cielo, es decir, de
Dios. El pan es símbolo de la vida. Con lenguaje metafórico, los libros
sapienciales (Sabiduría y Salmos, sobre todo) hablan del pan de la palabra de
Dios y concretamente de la ley como alimento que viene del cielo (Dt 8, 3; Sab 16, 20; Sal 119,103). Jesús
supera radicalmente este simbolismo presentándose a sí mismo, y no sólo a su
enseñanza, como el pan de Dios para la vida del pueblo de Israel y de todo el
mundo. Es Dios que desciende y se hace pan para hacernos compartir su vida
divina.
Sin llegar a comprender el significado del don que Jesús prometía,
la Samaritana le pidió: Señor, dame de
esa agua para que no tenga más sed y no tenga que venir hasta aquí para sacarla.
Los galileos, por su parte, han hecho un cierto proceso en su
diálogo con Jesús y han llegado a situarse en el plano espiritual de las obras
de la ley que había que cumplir (6, 28) y han evocado el pan que Dios dio en el
desierto (6, 31). Piensan por tanto que
Jesús puede ser un rabí extraordinario capaz de asegurarles el alimento
de una enseñanza de la ley que no les falle y los enrumbe en el camino del
bien.
En una palabra, se muestran dispuestos para acoger su enseñanza. Y
le piden: Danos siempre de ese pan. Sin
embargo, todavía no comprenden que lo que Jesús les ofrece como alimento para la
vida auténtica no es una simple enseñanza de preceptos morales ni un conjunto
de conocimientos religiosos, sino su propia vida, su modo de vivir entregado al
bien de los demás. Comerlo, asimilar su ser, conduce a estar con Él, a situarse
en la vida como Él lo hace, a mostrar la existencia del Hijo
que se hace pan para los hermanos.
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