P. Carlos Cardó SJ
Los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharle. Por esto los fariseos y los maestros de la Ley lo criticaban entre sí: «Este hombre da buena acogida a los pecadores y come con ellos».
Entonces Jesús les dijo esta parábola: «Si alguno de ustedes pierde una oveja de las cien que tiene, ¿no deja las otras noventa y nueve en el desierto y se va en busca de la que se le perdió, hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra se la carga muy feliz sobre los hombros, y al llegar a su casa reúne a los amigos y vecinos y les dice: "Alégrense conmigo, porque he encontrado la oveja que se me había perdido". Yo les digo que de igual modo habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que vuelve a Dios que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de convertirse. Y si una mujer pierde una moneda de las diez que tiene, ¿no enciende una lámpara, barre la casa y busca cuidadosamente hasta que la encuentra? Y apenas la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas y les dice: Alégrense conmigo, porque hallé la moneda que se me había perdido". De igual manera, yo se lo digo, hay alegría entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte».
Las parábolas de la misericordia, o parábolas de “lo perdido”, del cap 15 de Lc, son una invitación
a la alegría por recuperar lo perdido. Subrayan el hecho de que Dios nos ha
amado en Cristo de modo incondicional e irreversible, no porque seamos buenos,
sino porque Él mismo es bueno y fuente de bondad y misericordia.
A través del símbolo del Buen
Pastor nos acercamos a lo que es más nuclear en la persona de Jesús: Jesús
supo amar de verdad, su amor no fue una cuestión coyuntural, simplemente, sino
el mismo amor con el que Dios-Padre ama a todos los hombres y mujeres del
mundo.
La parábola del Pastor que sale a buscar a la oveja perdida nos
llama a hacer nuestros los sentimientos de su corazón y a obrar con su mismo
amor. Es la llamada a hacer lo mismo que hizo Jesús: ser compasivo y
misericordioso. Vista en dimensión eclesial, la parábola del Pastor, recuerda a
la comunidad de los discípulos que tiene el deber de hacer visible el estilo de
Dios como Jesús lo ha manifestado y puesto en práctica. Invitación a hacer
sitio a los que vienen de fuera, a alegrarse de su venida.
La liturgia pone este texto en el evangelio de hoy, Fiesta del
Corazón de Jesús. Nos invita así a apreciar y hacer nuestros los sentimientos
del Corazón de Jesús, Buen Pastor. A través del símbolo de su Corazón nos
acercamos a Él desde aquello que es lo más nuclear de su persona: Jesús fue
aquel que supo amar de verdad, aquel cuyo corazón fue un corazón
misericordioso. Su amor no fue simplemente una cuestión coyuntural, fue el
mismo amor con el que Dios-Padre ama siempre y sin interrupción a todos los
hombres y mujeres del mundo porque son sus hijos.
El culto al Corazón del Señor nos lleva a hacer del amor mismo de
Jesús –que es el amor con que el Padre le amó, y que vive en nosotros por el
Espíritu– el medio en que nos movemos y actuamos. Es lo que en el evangelio de
Juan se expresa como permanecer (o
habitar) en su amor. Esto se expresa
concretamente en el empeño por hacer lo mismo que hizo Jesús, ser compasivo y
misericordioso. Visto en dimensión eclesial, el culto al Corazón de Cristo,
recuerda a la comunidad de los discípulos que tiene el deber de hacer visible
el estilo de Dios como Jesús lo ha manifestado y puesto en práctica.
Pedirle al Señor en la oración llegar a tener un corazón semejante
al suyo significa ser hombres y mujeres que procuran encarnar realmente su amor
en la búsqueda continua de quien se encuentra solo o perdido, porque eso era lo
que distinguía al corazón del Buen Pastor. Contemplar al Corazón del Señor y
rendirle un culto especial no es una simple devoción que se expresa en unos
determinados sentimientos, sino una decisión consciente, una “elección” de una
forma de vivir que hace del amor concreto, hecho de servicio y entrega, la
motivación que anima todas nuestras opciones y nuestros esfuerzos por ser
fieles al evangelio. Es la opción por el amor que lucha por transformar la
sociedad con esa justicia que exige el mandamiento del amor.
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