P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Han oído que se dijo a los antiguos: No cometerás adulterio. Pero yo les digo que quien mire con malos deseos a una mujer, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Por eso, si tu ojo derecho es para ti ocasión de pecado, arráncatelo y tíralo lejos, porque más te vale perder una parte de tu cuerpo y no que todo él sea arrojado al lugar de castigo. Y si tu mano derecha es para ti ocasión de pecado, córtatela y arrójala lejos de ti, porque más te vale perder una parte de tu cuerpo y no que todo él sea arrojado al lugar de castigo.
También se dijo antes: El que se divorcie, que le dé a su mujer un certificado de divorcio. Pero yo les digo que el que se divorcia, salvo el caso de que vivan en unión ilegítima, expone a su mujer al adulterio, y el que se casa con una divorciada comete adulterio".
Lo que busca Jesús en estos versículos del sermón del monte es
inculcar el respeto a ese bien fundamental del ser humano que es su vida de
pareja, en la que se realiza como persona a imagen de Dios. Jesús prohíbe no
sólo el adulterio físico sino también el del corazón. Y exhorta a ser
decididos, y no querer entrar en componendas con el mal.
Conviene advertir que por la desigualdad existente entre el varón
y la mujer en la cultura judía del tiempo de Jesús, quien tenía derecho a
repudiar era el varón. Por eso Mateo, que escribe a judíos, se refiere sólo a
él. Marcos, en cambio, que escribe a cristianos venidos del paganismo, tiene en
cuenta que en esos países también la mujer se podía divorciar (cf. Mc 9,43-47).
También cabe notar que ya en el Antiguo Testamento el matrimonio
era mucho más que la “tenencia” de la mujer, como si ésta fuera un bien
comparable a los otros bienes: la unión del varón y de la mujer los hacía ser
una sola carne –un solo ser– a imagen de Dios. Por eso, romper esta unión
equivalía a romper la imagen de Dios.
Jesús va más allá del matrimonio físico. Para Él, según la cultura
hebrea, el ojo lleva al corazón: seduce y cautiva. Porque al corazón le
interesa lo que el ojo admira y lo toma para sí. Una fidelidad puramente
exterior, que no sea a la vez del ojo y del corazón, será una hipocresía, un sepulcro
blanqueado.
El ojo es para desear y la mano para tomar. Aquí está el origen de
todo bien y de todo mal, no sólo del adulterio. Decía Simone Weil, filósofa judía
que aunque no fue bautizada es considerada como una mística cristiana: “El gran
dolor de la vida humana es que mirar y comer sean dos operaciones diferentes
(…) Quizá los vicios, las depravaciones y los crímenes, casi siempre o incluso
siempre, sean en esencia intentos de comer la belleza, comer lo que únicamente
hay que mirar. Eva fue la que empezó” (A
la espera de Dios, Paris 1950).
Como en el evangelio, se critica aquí la tendencia que lleva a no
admirar nada sin querer enseguida adquirirlo, consumirlo. Jesús nos exhorta a
cuidar esa tendencia para que ni el ojo con que deseamos ni la mano con que
agarramos sean para el mal propio o del prójimo. La decisión ha de ser firme, sin
componendas. Por eso el lenguaje hiperbólico: arráncate el ojo, córtate la
mano, si son ocasión de pecado.
A continuación habla Jesús de la indisolubilidad del matrimonio.
Como todo en su sermón del monte, no la propone como una ley más dura que la
antigua, sino como el don de Dios al corazón humano. Dios es quien da un
corazón nuevo, capaz de amar con fidelidad. Dios te ama fielmente para que
aprendas a amar con ese amor. Jesús dirá: Ámense
como yo los he amado. Permanezcan en mi amor. La fidelidad se recibe como
gracia, se lleva a la práctica en obediencia y madura con la educación del
amor. Hay que educar para el amor fiel y hay que mantener ese amor, hacerlo
madurar. Es evidente que por no hacer madurar su amor, muchas parejas se
divorcian. Dejan que se entibie y se apague el primer amor.
Siempre, sin embargo cabe preguntarse ante un matrimonio
fracasado: ¿fue verdadero matrimonio, válida y lícitamente celebrado? Esta
pregunta impone la necesidad de discernir para salvar no sólo los principios
sino las personas, que siempre serán pecadores perdonados.
Antes, la ley mantenía junta a la pareja a toda costa, aunque se
odiasen. Formación, acompañamiento, comprensión y discernimiento pueden lograr
lo que ninguna ley es capaz de lograr, devolviéndole al matrimonio su pureza
original de libre donación de amor. Pero ¡ay de los pastores duros, legalistas
y castigadores, que no conocen la misericordia! Hay que buscar lo que más ayuda
al débil para que tenga fe y pueda crecer en su amor. No basta saber y conocer
leyes y cánones; hay que saber usarlos.
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