domingo, 19 de junio de 2022

Homilía de la Festividad del Corpus Christi – El sacramento del pan (Lc 9, 11-17)

 P. Carlos Cardó SJ

Procesión del Corpus Christi, óleo sobre lienzo de autor anónimo de la Escuela Cusqueña (siglo XVII), Arzobispado del Cusco, Perú

El día comenzaba a declinar. Los Doce se acercaron para decirle: «Despide a la gente para que se busquen alojamiento y comida en las aldeas y pueblecitos de los alrededores, porque aquí estamos lejos de todo».
Jesús les contestó: «Denles ustedes mismos de comer».
Ellos dijeron: «No tenemos más que cinco panes y dos pescados. ¿O desearías, tal vez, que vayamos nosotros a comprar alimentos para todo este gentío?».
De hecho había unos cinco mil hombres. Pero Jesús dijo a sus discípulos: «Hagan sentar a la gente en grupos de cincuenta».
Así lo hicieron los discípulos, y todos se sentaron. Jesús entonces tomó los cinco panes y los dos pescados, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, los partió y se los entregó a sus discípulos para que los distribuyeran a la gente. Todos comieron hasta saciarse. Después se recogieron los pedazos que habían sobrado, y llenaron doce canastos.

En la fiesta del Corpus Christi, la liturgia propone el texto de la multiplicación de los panes del evangelio de Lucas. En él, el símbolo del pan que sacia el hambre de la multitud, revela lo que es Jesús y en qué consiste el plan de salvación que, como Mesías, ha venido a realizar.

Lucas subraya el carácter eclesial del acontecimiento. La distribución del pan a la gente en el desierto sugiere la idea de la entrega que el Señor sigue haciendo de sí mismo en la Iglesia, su nuevo pueblo. Aparece de manera implícita el cumplimiento de lo que significaron el maná del desierto (Cf, Num 11,21) y el milagro que realizó Eliseo (2 Re 4, 42-44). Pero lo que más quiere resaltar el texto es lo que ocurrirá en el futuro, en el tiempo de Iglesia, en la que el mismo Jesucristo, compadecido de la multitud, seguirá dándole a comer el pan de su palabra y de su cuerpo en la eucaristía.

La Iglesia, representada en los Doce, los discípulos y la gente, debe asumir el mandato de atender a los que pasan necesidad: Denles ustedes de comer. Asimismo, la comunidad cristiana, aunque sólo tenga cinco panes y dos peces, debe compartir sus bienes para que no haya hambre. De este modo, se realizará de manera perfecta lo que significa la reunión eucarística de la comunidad en la se hace presente el Señor al compartir todos el mismo pan y beber la misma copa.

En la fiesta del Cuerpo y Sangre del Señor, agradecemos el regalo que Jesús nos dejó antes de su pasión: la Eucaristía, memorial de su entrega por nosotros, sacramento de nuestra comunión con Él, y de su presencia real entre nosotros. Fue un regalo y un mandato a la vez: Hagan esto en memoria mía. Al cumplirlo, celebramos el memorial de su vida entregada, anunciamos su muerte, proclamamos su resurrección.

Con unos actos sencillos –ofrecer un pedazo de paz y una copa de vino–, y con las simples palabras –Esto es mi cuerpo..., mi sangre–, actualizamos todo lo que Jesús es y todo lo que nos da. Allí se condensa todo lo que creemos, esperamos y amamos; por eso la Eucaristía es norma de vida del cristiano y de la comunidad.

Ciertamente, lo que Jesús en su Ultima Cena instituyó y nos mandó hacer no fue un simple rito, una ceremonia, una representación. Por eso, no tiene sentido celebrar la Eucaristía como una mera costumbre piadosa, hay que celebrarla procurando hacer que nuestra vida sea una memoria viva de su presencia en nosotros.

Comulgar, alimentarnos con el Pan de Eucaristía es permitir que nuestras personas sean movilizadas por el dinamismo de amor y servicio que vence al egoísmo y a la injusticia del mundo. No tener en cuenta esta verdad: que comulgar con Cristo lleva indisociablemente a comulgar con los hermanos, es “comer y beber sin discernir el Cuerpo” y, por tanto, es “comer y beber su propio castigo”.

Cuando no se capta esta amplitud de la presencia del Señor en la Eucaristía y en los hermanos, entonces sucede lo que sucedió en Corinto: una comunidad dividida, a la que Pablo echó en cara “no apreciar el Cuerpo del Señor” y, por eso, celebrar algo que “ya no es la Cena del Señor” (1 Cor 11,20).

No podemos dividir lo que Jesús ha unido: el “sacramento del altar” y el “sacramento del hermano”. “El descubrimiento de Jesús en los que sufren es parte tan real de este culto como son las especies de pan y de vino” (Joseph Ratzinger: Introducción al Cristianismo). Se da aquí el criterio para comprobar la autenticidad de nuestras celebraciones eucarísticas y el valor y sentido de nuestra adoración del Santísimo Sacramento del altar.

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