P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: "Cuando ustedes ven que una nube se va levantando por el poniente, enseguida dicen que va a llover, y en efecto, llueve. Cuando el viento sopla del sur, dicen que hará calor, y así sucede. ¡Hipócritas! Si saben interpretar el aspecto que tienen el cielo y la tierra, ¿por qué no interpretan entonces los signos del tiempo presente? ¿Por qué, pues, no juzgan por ustedes mismos lo que les conviene hacer ahora?
Cuando vayas con tu adversario a presentarte ante la autoridad, haz todo lo posible por llegar a un acuerdo con él en el camino, para que no te lleve ante el juez, el juez te entregue a la policía, y la policía te meta en la cárcel. Yo te aseguro que no saldrás de ahí hasta que pagues el último centavo".
Jesús reprocha a la gente que saben muy bien discernir los signos
del tiempo, las cosas materiales, pero no conocen las espirituales. Saben lo
que es necesario para la vida temporal, pero no saben lo que es necesario para
la vida eterna. Conocen el aspecto del cielo, pero no saben discernir la
presencia de Dios. De ellos dice san Pablo: Los
mundanos no captan las cosas del Espíritu de Dios. Carecen de sentido para él y
no pueden entenderlas porque sólo a la luz del Espíritu pueden ser discernidas.
En cambio, quien posee el Espíritu lo discierne todo y no está sujeto al juicio
de nadie (1Cor 2, 14-15).
Los criterios que mueven nuestras acciones no siempre son
evangélicos, nuestros juicios no son los de Dios. Esto se ve de manera
particular a la hora de tomar decisiones. Entonces es cuando debemos discernir.
El discernimiento consiste en buscar y reconocer –siempre por medio de la
oración– lo que Dios quiere de nosotros, para dejarnos conducir por Él, para
que sea su voluntad y no la nuestra la que determine nuestras decisiones.
El discernimiento consiste, pues, en buscar y elegir lo que sea
más conforme a los valores y enseñanzas de Jesucristo. Y la condición previa
para poder elegir así es hacernos libres frente a todo lo creado, para poder optar
por lo que más nos convenga en orden a cumplir la voluntad de Dios. Ustedes, hermanos, han sido llamados a la
libertad. Pero no tomen la libertad como pretexto para satisfacer los apetitos
desordenados; antes bien háganse servidores los unos de los otros por amor…
(Gal 5,13).
Después de esa enseñanza sobre la necesidad de interpretar bien
cada situación y discernir lo que se debe hacer, Lucas pone una parábola de
Jesús, que podríamos llamar la parábola de la reconciliación. Contiene una
llamada a elegir siempre lo que une, no lo que divide y enfrenta. En la base se
puede apreciar un gran sentido común y también la sabiduría popular que se
expresa en proverbios como éste: Comenzar
una discusión es abrir una represa; antes que la pelea estalle, retírate
(Prov 12,14).
Jesús dice: procura llegar a un arreglo con tu adversario para que
no te lleve al juez y acabes en la cárcel. Todos sabemos que es mejor arreglar
los asuntos por la vía pacífica de la conciliación, porque una vez entablado el
litigio, las consecuencias pueden ser peores. En su sentido más exacto, la
parábola contiene una advertencia de Jesús a sus oyentes para que se decidan a
acoger su enseñanza. Es como si les dijera: ésta es la última oportunidad,
decídanse antes de que sea demasiado tarde. Está incluido aquí el precepto
sobre la reconciliación fraterna como condición para la reconciliación con Dios
(cf. Mt 5, 25s).
Mientras
estás de camino, dice Jesús. La vida es camino, su meta es la fraternidad del reino de Dios. Si
no se pasa de la lógica de la venganza y del conflicto a la del perdón y la
reconciliación, la vida simplemente no es humana.
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