P. Carlos Cardó SJ
Jesús siguió hablándoles por medio de parábolas: «Aprendan algo del Reino de los Cielos. Un rey preparaba las bodas de su hijo, por lo que mandó a sus servidores a llamar a los invitados a la fiesta. Pero éstos no quisieron venir. De nuevo envió a otros servidores, con orden de decir a los invitados: He preparado un banquete, ya hice matar terneras y otros animales gordos y todo está a punto. Vengan, pues, a la fiesta de la boda. Pero ellos no hicieron caso, sino que se fueron, unos a sus campos y otros a sus negocios. Los demás tomaron a los servidores del rey, los maltrataron y los mataron. El rey se enojó y envió a sus tropas, que dieron muerte a aquellos asesinos e incendiaron su ciudad.
Después dijo a sus servidores: El banquete de bodas sigue esperando, pero los que habían sido invitados no eran dignos. Vayan, pues, a las esquinas de las calles e inviten a la fiesta a todos los que encuentren. Los servidores salieron inmediatamente a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos, de modo que la sala se llenó de invitados.
Después entró el rey para conocer a los que estaban sentados a la mesa, y vio un hombre que no se había puesto el traje de fiesta. Le dijo: Amigo, ¿cómo es que has entrado sin traje de bodas? El hombre se quedó callado. Entonces el rey dijo a sus servidores: Atenlo de pies y manos y échenlo a las tinieblas de fuera. Allí será el llorar y el rechinar de dientes. Sepan que muchos son llamados, pero pocos son elegidos».
La razón principal por la que los sacerdotes y
fariseos rechazan a Jesús es la nueva imagen de Dios que transmite con su
palabra y con sus acciones. En las parábolas anteriores a este pasaje, ha
presentado diversos aspectos de esa nueva imagen de Dios. En la del padre, que
envió a sus hijos a trabajar en su viña, lo presentó como un padre que nos da
la vida; en la del propietario, que pidió cuentas a sus empleados, aparece como
el creador y señor de la tierra que nos alimenta; ahora, en la parábola del
banquete de bodas, es el rey que nos hace ser libres como él es libre.
La boda es la más bella imagen de la relación con
Dios. Por eso, en el Antiguo Testamento, la alianza de
Dios con su pueblo se expresaba con el símbolo de la unión matrimonial (puede verse en Isaías, Ezequiel, Oseas,
Cantar de los Cantares). Y en el Nuevo Testamento a Cristo se le
llama el esposo (Mt 9,15; Jn 3,29;
Ef 5,25ss; Ap 19,7; 22,17), que consuma las nupcias entre el
Creador y la humanidad.
Dice
la parábola que un rey envió a sus siervos a llamar a los que había invitado
para celebrar la boda de su hijo. Representa a Dios que envió a los profetas
con la misión de preparar un pueblo bien
dispuesto (Lc 1,17) para la venida de su Hijo como Salvador. Los primeros invitados
fueron los hijos del pueblo de Israel, pero no quisieron asistir.
El rey,
a pesar de eso, repite la invitación y de manera apremiante: ya tengo
preparado el banquete, he matado terneros y reses… Los nuevos
siervos enviados son los apóstoles. Pero lamentablemente otra vez los invitados
rechazan el ofrecimiento, alegando que tienen mucho que hacer en sus tierras o en
sus negocios. Les importan más el dinero y sus propiedades, disfrutan más con
ellos y los consideran más provechosos.
Finalmente
se menciona a los demás invitados que capturaron a los
enviados, los maltrataron y mataron. Son los peores, su rechazo a la
invitación del señor es cruel: su cerrazón de corazón los conduce no sólo a la afrenta
y al deprecio sino hasta la violencia y el crimen. El rey irritado manda a su
ejército, que liquida a los asesinos y arrasa su ciudad. Esa gente no era
digna: se creían superiores por ser ricos, no les interesaba el banquete, menospreciaron
la llamada insistente del señor.
El
banquete, sin embargo no se suspende; todo lo contrario, ahora más bien la
invitación se hace extensiva a todos, malos
y buenos. Los criados salen a llamar a todos los que encuentran en su
camino. La vocación del pueblo escogido de Israel es ahora vocación universal y la sala se llenó de invitados.
En
la comunidad de los llamados por Jesús, en su Iglesia, hay buenos y malos,
justos y pecadores (Mt 13, 41-43),
peces buenos y malos (Mt
13,47-50), trigo y cizaña (Mt 13,29-30), que sólo serán separados al final
de la historia. La Iglesia no es todavía el reino de Dios, donde los justos
resplandecerán como el sol; la Iglesia está en camino, es a la vez santa y
necesitada de continua purificación. Somos pecadores tocados por la gracia del
Señor, que debemos acoger dócilmente para que transforme nuestras vidas.
Por
eso, continúa la parábola, al advertir el rey que hay uno sin vestido de fiesta,
le dice: Amigo, ¿cómo has entrado aquí
sin traje de boda? Él se quedó callado. Entonces el rey dijo a sus servidores: Átenlo
de pies y manos y échenlo fuera a las tinieblas.
En
la Biblia el vestido representa las cualidades de la persona, el vestido de
la salvación y el manto de la justicia (Is 61,10). Lleva el traje de fiesta quien, sintiéndose
pecador, acoge la invitación, es perdonado y vive del perdón. Estaba desnudo y
ha sido revestido de Cristo (Gal 3,27).
Revístanse de Cristo y no fomenten los
apetitos desordenados, dice San Pablo (Rom
13,14).
Quien
no lleva el traje de fiesta, aunque esté en la sala del banquete, de hecho está
fuera, en las tinieblas exteriores.
Jesús no dice esto para darnos miedo, sino para movernos al cambio de actitud y
no estar en la situación de quienes rechazaron su invitación. Si reconocemos nuestra
pobreza, podemos revestirnos del vestido nuevo.
La
clave de lectura de la parábola está en la contraposición: muchos son los llamados y pocos los elegidos. Las llamadas a Israel
fueron muchas, pero Israel no respondió, no escuchó a los profetas, rechazó a
Jesús el enviado definitivo, portador de la salvación. Por eso la llamada al “banquete”
se hace universal y llega a nosotros. Pero exige un comportamiento práctico. No
basta “inscribirse” en la Iglesia, y vivir en ella con una pertenencia puramente
sociológica, exterior y descomprometida.
Al
banquete se va con “vestido de fiesta”, es decir, con el estilo de vida
cristiano, bien visible por las obras de la fe. A todos llama el Señor porque quiere
que todos se salven. Los elegidos estuvieron fuera, sin el traje nupcial, pero
decidieron cambiar su vieja condición y se abrieron a la misericordia de Dios.
Participan del banquete que los une a todos como hermanos.
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