P.
Carlos Cardó SJ
Un sábado Jesús estaba enseñando en una sinagoga. Había allí una mujer que desde hacía dieciocho años estaba poseída por un espíritu que la tenía enferma, y estaba tan encorvada que no podía enderezarse de ninguna manera.
Jesús la vio y la llamó. Luego le dijo: «Mujer, quedas libre de tu mal». Y le impuso las manos.
Al instante se enderezó y se puso a alabar a Dios. Pero el presidente de la sinagoga se enojó porque Jesús había hecho esta curación en día sábado, y dijo a la gente: «Hay seis días en los que se puede trabajar; vengan, pues, en esos días para que los sanen, pero no en día sábado».
El Señor le replicó: «¡Ustedes son unos falsos! ¿Acaso no desatan del pesebre a su buey o a su burro en día sábado para llevarlo a la fuente? Esta es hija de Abraham, y Satanás la mantenía atada desde hace dieciocho años; ¿no se la debía desatar precisamente en día sábado?». Mientras Jesús hablaba, sus adversarios se sentían avergonzados; en cambio la gente se alegraba por las muchas maravillas que le veían hacer.
El hecho de que sea una curación realizada en una sinagoga y en
día sábado da carácter integral de salvación a la acción de Jesús en favor de
una enferma. Ésta, además, es designada como una hija de Abraham y su curación, como quedar liberada de sus ataduras, con la intención de sugerir que el pueblo
judío encuentra en Jesús la liberación de sus ataduras a una religión que ha
venido a reducirse a un formalismo legalista.
Jesús restituye al día sábado su verdadero carácter de recuerdo del
reposo de Dios y tiempo santo para el encuentro con Él. Con Jesús se establece el
verdadero sábado, el tiempo definitivo del encuentro con Dios y con su obra
salvadora. Al mismo tiempo Jesús reitera su afirmación de que el sábado y en
general todas las leyes están al servicio de la persona humana y no al revés.
Cuando está de por medio la vida y felicidad de un ser humano, las leyes y las
prescripciones religiosas pasan a un segundo lugar.
Se trata de una mujer que padece una enfermedad crónica de su
columna vertebral. Es una hija de Abraham, miembro del pueblo escogido de Dios,
pero es doblemente excluida: por ser
mujer en esa sociedad machista y por padecer una enfermedad crónica. Imagen
neta, impactante, de tantas hijas de Dios, y de las hijas de la Iglesia, que viven
con el rostro vuelto a tierra, sin enderezarse. Todas esperan la palabra y el
gesto que las haga capaces de mirar a lo alto, que es lo propio de las hijas e
hijos de Dios.
Lleva dieciocho años enferma, toda una vida, y sin
embargo no pide nada, no suplica nada; ni siquiera como la hemorroísa intenta
tocar a Jesús, es Él quien toma la iniciativa, la pone bajo su protección, la
declara libre de su enfermedad, le impone las manos y de inmediato la mujer se enderezó
y se puso a alabar a Dios.
El debate que se suscita resalta el significado del
acontecimiento. El jefe de la sinagoga protesta, pero no lo hace hablando
directamente a Jesús; se la agarra con la gente y dice: ¡Hay seis días para trabajar! ¡Vengan esos días a curarse y no en
sábado! No se atreve a mirar a Jesús, de hecho gente como él no se atreven
a nada, viven constreñidos por una religión que les quita libertad para todo.
Treinta y nueve obras prohibidas en sábado. Toda la vida quedaba
reducida a la ley. La ley se convertía en muerte, sacrificaba la vida, el amor,
la libertad. Pero a ellos, a los jefes religiosos, les traía al mismo tiempo
una serie de beneficios, y eso es lo que defendían. Y eso es lo que Jesús
desenmascara en público, la hipocresía del jefe de la sinagoga y de todos los
de su rango y jerarquía.
Para responder, Jesús recurre al sentido común, no hace falta más.
Si nadie se hace problemas a la hora de tener que ir a atender a sus animales
domésticos, como soltar a su burro o a su buey para llevarlos a beber aunque
sea sábado, ¿por qué no se va a poder asistir a un ser humano? Y haciendo un
juego de palabras con los verbos atar y soltar, Jesús hace ver la trascendencia
de la liberación que Él trae: no va solamente a curar a la mujer sino que va a
quitarle las ataduras con las que el poder del mal –representado en Satanás,
espíritu de enfermedad– la tenía atada durante dieciocho años. Mujer, quedas libre…
Los fariseos y escribas siguen atados, anquilosados en sus
costumbres, preceptos y prohibiciones, de las que no se pueden librar y a las
que quieren someter a los demás. Si se convirtieran, el Señor les haría
disfrutar de la salud que Él ofrece, precisamente en el sábado, día en que se
recuerda la liberación de la esclavitud. La gente sencilla, en cambio, capta al
vuelo lo que Jesús ofrece, y se entusiasma.
La estrechez de miras y la dureza de los formalismos y obligaciones impuestas impiden buscar la voluntad de Dios y comprender las manifestaciones, muchas veces tan evidentes, de su amor liberador. El jefe de la sinagoga y las autoridades religiosas quedaron avergonzados, pero toda la gente se alegró.
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