viernes, 16 de octubre de 2020

Cuidado con la hipocresía (Lc 12, 1-7)

P. Carlos Cardó SJ

Los hipócritas, ilustración de Gustave Doré para la versión inglesa de La Divina Comedia (1861) 

En aquel tiempo, se habían reunido miles y miles de personas, hasta el punto que se aplastaban unos a otros.

Jesús empezó a hablar, dirigiéndose primero a sus discípulos: "Cuidado con la levadura de los fariseos, o sea, con su hipocresía. Nada hay cubierto que no llegue a descubrirse, nada hay escondido que no llegue a saberse. Por eso, lo que digáis de noche se repetirá a pleno día, y lo que digáis al oído en el sótano se pregonará desde la azotea. A vosotros os digo, amigos míos: no tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden hacer más. Os voy a decir a quién tenéis que temer: temed al que tiene poder para matar y después echar al infierno. A éste tenéis que temer, os lo digo yo. ¿No se venden cinco gorriones por dos cuartos? Pues ni de uno solo se olvida Dios. Hasta los pelos de vuestra cabeza están contados. Por lo tanto, no tengáis miedo: no hay comparación entre vosotros y los gorriones".

Jesús sigue aconsejando a sus discípulos contra el fariseísmo y se ha juntado una multitud para oírlo. Miles se agolpaban…hasta pisarse unos a otros.

Ahora quiere hacerlos conscientes del influjo que puede tener en ellos la mentalidad farisaica y, más en concreto, la “hipocresía” que los caracteriza. La comunidad de Jesús debe reprobar tal actitud y no dejar que contamine las relaciones entre las personas.

Jesús compara la hipocresía con la levadura, no en su sentido positivo de elemento necesario para hacer el pan, sino en el sentido de la corrupción que proviene de la fermentación y que afecta a toda la masa. De hecho toda fermentación puede ser vista tanto en su aspecto positivo como en su aspecto negativo. Para Pablo la levadura nueva de la sinceridad y la verdad hace fermentar la masa de la comunidad pascual (1 Cor 5,6-8); para Jesús la hipocresía de los expertos en la ley es la levadura que puede corromper a sus discípulos.

La palabra hipócrita designa, en primer lugar, al protagonista del coro de las tragedias griegas. Para Jesús, la hipocresía es el doblez, la máscara o disfraz que tapa la verdadera personalidad y el comportamiento de una persona; es el disimulo y la apariencia. Por eso ha llamado a los fariseos sepulcros blanqueados (Lc 11,44), pues esconden lo que realmente son con el disfraz de gente recta y piadosa. Lo que debe caracterizar al discípulo de Jesús es la sinceridad y la transparencia plena, intachable.

Desde Adán, la búsqueda de protagonismo, el disimular los propios defectos y limitaciones, el pretender ser omnipotente y no aceptarse simplemente como ser humano, son las tentaciones que llevan muchas veces a actuar de manera insensata, crearse conflictos y terminar siendo insoportable para los demás. Los consultorios de psiquiatras y psicólogos están llenos de gente que, como Adán después de su rebeldía, no saben qué hacer con su desnudez y se llenan de miedos.

Jesús viene a quitar el velo de la mentira para llevarnos a la aceptación de nuestra verdad de hijos e hijas amados por Dios. El discípulo no tiene por qué ocultar nada si actúa con transparencia y sencillez de vida. Y debe estar siempre vigilante porque los comportamientos se asumen por imitación, sobre todo si son formas de comportamiento de personas importantes.

La frase de Jesús que viene a continuación subraya lo dicho. No hay nada escondido que no llegue a saberse… Es una reiterada invitación a hablar con claridad y llaneza, sin dobles lenguajes. Y para inspirar confianza a los discípulos los llama amigos míos. La amistad que despierta confianza aleja el temor.

No teman, dice Jesús repetidas veces en este capítulo. El temor básico es el de la muerte; ya sea la muerte entendida como el final de la vida, o como referida al morir, perder, acabarse, frustrarse algo que amamos y cuya pérdida nos recorta  lo que vivimos o queremos vivir. De ese miedo a “esa” muerte que toda vida comporta provienen muchas agresividades defensivas y muchas depresiones también y encerramientos de la persona en sí misma, que son una verdadera esclavitud.

Sólo se vence ese miedo a la muerte del cuerpo y de las cosas, afirmando la superioridad de otros valores que perduran. Un texto de la carta a los Hebreos afirma la liberación interior, profunda, que Cristo ha venido a ofrecer: vino a compartir con nosotros nuestra condición humana (la carne y la sangre) y liberar a aquellos a quienes el miedo a la muerte los tenía esclavizados de por vida (Heb 2,14).

El Señor no quiere que sus discípulos tengan miedo sino conciencia y responsabilidad. Que no teman a Dios, sino al mal, a la vida echada a perder. El llamado “temor de Dios”, que la Biblia señala como principio de la sabiduría, no es miedo sino respeto. El miedo proviene de la conciencia de nuestra pequeñez, pero es una pequeñez que Dios protege, porque valemos mucho para Él. Dios es amor que cuida, es providencia. Su ternura se extiende sobre todas sus criaturas (Sal 145). Providencia del Padre con las aves del cielo y las flores del campo. Ustedes valen más que los pájaros.

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