P.
Carlos Cardo SJ
Niños
jugando a Encaje el látigo, óleo sobre lienzo de Winslow Homer (1872), Museo
Metropolitano de Arte, Nueva York
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En aquel tiempo, Jesús dijo: "¿Con qué podré comparar a esta gente? Es semejante a los niños que se sientan en las plazas y se vuelven a sus compañeros para gritarles: ‘Tocamos la flauta y no han bailado; cantamos canciones tristes y no han llorado’. Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dijeron: `Tiene un demonio’. Viene el Hijo del hombre, y dicen: `Ése es un glotón y un borracho, amigo de publicanos y gente de mal vivir’. Pero la sabiduría de Dios se justifica a sí misma por sus obras".
Jesús reprende a sus interlocutores porque no han aceptado el
mensaje de salvación ofrecido por Dios a través de Él y de Juan Bautista. El
lenguaje de Juan les pareció duro, intransigente, y lo consideraron un loco y un
endemoniado; el lenguaje de Jesús, en cambio, que les ofrece la alegría del
reino de Dios y la buena noticia de la misericordia, lo consideran blando y
relajado. Por esta actitud, Jesús los compara, no a los niños de quienes es el
reino de Dios, sino a los niños caprichosos que intentan afirmar su
independencia obrando en contra del parecer de los demás.
Jesús hace alusión a un juego infantil, que consistía en
representar con música de flauta una fiesta de bodas y un duelo o un entierro;
si la música era festiva, de bodas, había que bailar; si era triste, de duelo,
había que fingir el llanto. Los contemporáneos de Jesús, cuando había que
llorar, reían; y cuando hay que alegrarse, se lamentan.
Vino
Juan con su porte austero y su exhortación a la conversión moral, a la
práctica de la justicia y a la penitencia, y se rieron de él, lo consideraron
un espectáculo de diversión. Oyen de labios de Jesús la alegre noticia de la
venida del reino de Dios, el mensaje del amor que salva, y se molestan, exigen
un Dios severo y exigente.
El corazón endurecido de fariseos y doctores, incapaz de
discernir, obstaculiza la acción de Dios y frustra sus planes. Hacen lo
contrario de lo que Dios les propone. Persisten en jugar su propio juego. Y lo peor
de todo es que lo hacen seguros de ser lo únicos intérpretes válidos de la
voluntad de Dios. Se negaron a convertirse cuando Juan les habló de la
inminencia del juicio; se niegan a alegrarse cuando Jesús los invita a hacer
fiesta por el triunfo del amor misericordioso de Dios. Al Bautista lo tienen
por loco y endemoniado; a Jesús lo llaman comilón y borrachín, amigo de
publicanos y pecadores.
Pero
la sabiduría ha quedado avalada por sus obras,
añade Jesús. Con estas palabras
invita a comprobar que la sabiduría divina es la que llevó a Juan y le lleva a
Él a realizar las obras que traen el reino de Dios. Más aún, Jesús hace ver que
su palabra y sus actos son las obras de la sabiduría de Dios. Por medio de
ellas Dios ofrece a todos el don de su salvación. En su mensaje se dan las dos
cosas: se exhorta a la conversión, y se hace sentir la alegría del perdón.
¿Qué nos dice a nosotros hoy este texto? Bodas y duelo, alegría y
tristeza, dividen la existencia. Hay un tiempo para cada cosa: un tiempo para
llorar, un tiempo para reír (Ecl 3, 4).
No todo puede ser pena y remordimiento, ni todo fiesta y diversión.
Se exige discernimiento para percibir lo que conviene a cada
tiempo y valor para cambiar, encauzar o dominar las propias tendencias. No
siempre el hacer lo que a uno le parece es signo de una personalidad definida;
la terquedad y obstinación pueden rechazar la verdad que los otros me muestran.
La terquedad caprichosa que nunca quiere lo que se le ofrece es
clara señal de inmadurez. Y muchas veces, quienes así actúan (como los niños de
la parábola) es porque realmente no saben lo que quieren; lo quieren todo y no
quieren ni sujetarse a nada ni renunciar a nada. Esta contradicción, raíz de
tantos conflictos personales, manifiesta en el fondo una
gran incapacidad de decisión, es decir, no son verdaderamente libres.
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