P. Carlos Cardó SJ
San Juan el Apóstol, dibujo con lápiz de plata y pincel sobre papel pardusco especialmente preparado, de Hans Holbein el Joven (1517 Aaprox.), Museo de Arte de Basilea, Suiza |
El primer día de la semana, María Magdalena echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: "Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto."Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró.Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte.Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.
Dos días después de Navidad se celebra la fiesta de San Juan apóstol.
A él se le atribuye el Cuarto Evangelio, escrito a fines del siglo I. Con su
hermano Santiago eran los hijos de Zebedeo, a quienes Jesús llamó los
“Boanerges”, es decir, los violentos.
Una tradición lo identifica con aquel misterioso personaje que el Cuarto
Evangelio llama “el discípulo amado” y cuya significación simbólica y
paradigmática abraza en general al auténtico creyente en Jesús, al discípulo
verdadero que está llamado a reclinar su cabeza en el corazón del Maestro y
permanecer, al lado de María su Madre, junto a la cruz.
El Evangelio de Juan emplea un lenguaje misterioso, cargado de
símbolos y muy espiritual; pero al mismo tiempo es un evangelio que pretende –casi
de manera continua– subrayar la realidad de la encarnación de Dios, la
divinidad y humanidad de Jesús, Palabra eterna del Padre que se encarnó y
habitó entre nosotros (Jn 1,14).
El Evangelio según San Juan presenta el misterio de Jesús como un
descenso desde el Padre por la encarnación y una ascensión a Él por la
resurrección. En el texto escogido para el día de hoy, los primeros testigos
–los discípulos– comprueban que Jesús, vencedor de la muerte, ha realizado su
subida al Padre, tal como lo había anunciado.
El evangelio nos hace ver cómo los discípulos, después de la
muerte de Jesús, recorren un
camino lleno de sorpresas, que se inicia con la constatación de que el sepulcro
está vacío, y concluye con la convicción de que la cruz no fue el final, sino
el inicio del retorno de Jesús al Padre y de su glorificación.
Los personajes, María Magdalena, Pedro y Juan, simbolizan a la
comunidad que reacciona y recobra la fe, venciendo la tristeza y el miedo. A
pesar de las advertencias que les había hecho, el final de su Maestro había
significado para ellos un fracaso total que echó por tierra sus esperanzas. No
obstante, reaccionan, buscan, indagan, disciernen.
María Magdalena fue muy de mañana al
sepulcro y cuando vio que había sido removida la piedra, regresó corriendo adonde estaban Pedro y el otro
discípulo a quien Jesús tanto quería; éstos por su parte salieron de prisa… En
ellos aparece reflejada la prontitud y resolución con que el cristiano debe
reaccionar para no dejarse abatir por las frustraciones y adversidades que
conmueven su fe.
Vio y creyó. Porque no había comprendido la Escritura...
(vv. 8-9). Se subraya la importancia de la Sagrada Escritura para comprender
los signos de la presencia del Resucitado en la historia. Revisar la propia
vida a la luz de la Palabra nos permite ver la presencia de Dios en todas las
circunstancias oscuras por las que atravesemos. Cristo resucitado vive en el
corazón del mundo y se muestra en múltiples presencias, todas ellas
liberadoras.
Vivimos
una época que exacerba el valor de los sentidos, hasta hacer pensar que sólo
existe y cuenta lo material, aquello de lo que podemos disponer. La dimensión
de lo trascendente queda sofocada. Pero tenemos que demostrar en nuestra vida
que no somos seres para la muerte, ni todo acaba en la muerte. Cristo está en
la comunidad de los que anuncian su mensaje y celebran la eucaristía. También
en los hermanos necesitados, porque Cristo se identifica con ellos. El
verdadero discípulo descubre en profundidad la presencia y acción del Resucitado
y se muestra pronto para comunicar a otros las razones de su esperanza.
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