P.
Carlos Cardó SJ
Presentación
de Jesús en el templo, óleo sobre lienzo de Girolamo Romanino (1529),
Pinacoteca di Brera, Milán, Italia
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Transcurrido el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, ella y José llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley: ‘Todo primogénito varón será consagrado al Señor’, y también para ofrecer, como dice la ley, un par de tórtolas o dos pichones.Vivía en Jerusalén un hombre llamado Simeón, varón justo y temeroso de Dios, que aguardaba el consuelo de Israel; en él moraba el Espíritu Santo, el cual le había revelado que no moriría sin haber visto antes al Mesías del Señor. Movido por el Espíritu, fue al templo, y cuando José y María entraban con el niño Jesús para cumplir con lo prescrito por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios, diciendo:"Señor, ya puedes dejar morir en paz a tu siervo, según lo que me habías prometido, porque mis ojos han visto a tu Salvador, al que has preparado para bien de todos los pueblos; luz que alumbra a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel".El padre y la madre del niño estaban admirados de semejantes palabras.
Simeón los bendijo, y a María, la madre de Jesús, le anunció: "Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones. Y a ti, una espada te atravesará el alma".
La presentación de Jesús en el templo es relatada por Lucas como
la manifestación de Jesús Mesías a Israel, que aparece representado en los tres
elementos característicos de su religiosidad: la Ley (van a cumplir lo mandado
por la ley), el Templo
(presentación del Niño en el templo) y la profecía
(representada en Simeón y Ana).
Jesús-Mesías encarna y lleva a cumplimiento esos tres elementos. La
Ley: porque Él trae la nueva ley del amor, sello de la nueva alianza. El templo:
porque su cuerpo, roto en la cruz y resucitado al tercer día, es el verdadero
templo. La profecía: porque la gente lo reconocerá como un profeta pero Él dirá
que es más que eso, pues de Él hablan las Escrituras y en Él se cumple lo que anunciaron
las profecías.
El Templo ocupa un lugar central en la vida judía. Era
considerado el lugar donde resplandecía la gloria
de Dios, donde se tenía la certeza de estar en su presencia, mucho más que en
cualquier otra parte. Pero la entrada del Hijo del Altísimo, heredero del trono
de David, que reinará sobre la casa de Jacob para siempre (Lc 1, 32-33), se realiza de manera humilde y paradójica: entra en
el templo –la casa de su Padre– como un sometido más, como un hombre cualquiera
que tiene que cumplir la ley. Sus padres pagarán por su rescate la ofrenda de
los pobres, un par de tórtolas o dos pichones, aunque es Él quien viene a pagar
con su sangre el rescate de nuestras vidas.
Destaca en el relato la figura del anciano Simeón. Su nombre significa Yahvé ha oído. Representa al justo que oye
la Palabra y la acoge en su corazón. Representa al cristiano que es el “oyente
de la palabra”. Pero quien mueve a la
persona para la escucha de la palabra de Dios no es solamente su voluntad, sino
el Espíritu, que actúa en los corazones. Tres veces se le menciona referido a
Simeón: el Espíritu estaba con él…; el
Espíritu le había revelado que no moriría antes de haber visto al Cristo…; vino
al templo movido por el Espíritu… Simeón es por ello también figura del
Israel justo que aguarda el consuelo de Dios (Is 40), la liberación prometida
para el tiempo del Mesías.
Después de ver al Niño y reconocerlo como el Mesías, Simeón
expresa su gozo con un canto de alabanza a Cristo, luz de las naciones. La Iglesia
reza este himno en la última oración del día, antes del descanso nocturno. En
él se expresa la actitud de confianza de quien, por acción del Espíritu en su
vida y por su adhesión a la Palabra, ha vencido el miedo a la muerte y vive
confiando en el Señor. El encuentro con el Señor libera de las sombras de la
muerte. Quien se encuentra con el Señor puede morir en paz.
María y José se admiran de lo que dice el anciano.
Viene después la profecía
que Simeón dirige a la Madre: Este Niño será
un signo de contradicción, una bandera discutida. Muchos se escandalizarán de Él, no podrán resistirle y querrán
hacerlo desaparecer. Pero queda claro que ante Él habrá que definirse: a favor
o en contra. El que no está conmigo, está
contra mí está; y el que no recoge conmigo, desparrama, dirá (Lc 11,23).
El pasaje de la presentación de Jesús en el
tempo, y en especial la figura de Simeón, dice mucho a la vida cristiana. Como
él, el cristiano procura ser justo, es decir, respetuoso de Dios para proceder
de manera responsable ante Él. El Espíritu es el que orienta sus relaciones con
los demás y lo mantiene coherente y auténtico en su opción personal por Cristo.
Su corazón, en fin, desborda de confianza porque sabe que el Señor es fiel y
hará que sus ojos vean su salvación.
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