P. Carlos Cardó SJ
Jesús les dijo: "Entonces habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y por toda la tierra los pueblos estarán llenos de angustia, aterrados por el estruendo del mar embravecido. La gente se morirá de espanto con sólo pensar en lo que va a caer sobre la humanidad, porque las fuerzas del universo serán sacudidas. Y en ese preciso momento verán al Hijo del Hombre viniendo en una Nube, con gran poder e infinita gloria". Así también, apenas vean ustedes que suceden las cosas que les dije, sepan que el Reino de Dios está cerca. Yo les aseguro que no pasará esta generación hasta que todo eso suceda. Cuiden de ustedes mismos, no sea que una vida materializada, las borracheras o las preocupaciones de este mundo los vuelvan interiormente torpes y ese día caiga sobre ustedes de improviso, pues se cerrará como una trampa sobre todos los habitantes de la tierra. Por eso estén vigilando en todo momento, para que se les conceda escapar de todo lo que debe suceder y estar de pie ante el Hijo del Hombre".
Hoy comienza el ADVIENTO, tiempo
de preparación para la venida del Señor. Así como la cuaresma prepara la pascua
de resurrección, el adviento prepara la celebración de la encarnación del Hijo
de Dios que se hace hombre para salvarnos.
La liturgia de este tiempo habla
de tres venidas (advientos) de Dios: en la primera, ocurrida en el pasado, el Hijo
de Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros; en la segunda, intermedia y
actual, Jesucristo viene a nosotros por su palabra y por la eucaristía, y nos
hace entrar en comunión con Él; en la última, futura, vendrá con poder y
majestad a establecer su reino, llevando a plenitud su obra en el mundo. En las
lecturas y oraciones de las liturgias de adviento, esas tres venidas de Dios se
irán entrelazando.
El evangelio de hoy corresponde al
llamado discurso apocalíptico de Jesús –según san Lucas– sobre el destino final
de la historia. Jesús emplea imágenes semejantes a las de los últimos escritos del
Antiguo Testamento, los llamados apocalípticos
–concretamente el libro de Daniel–, que describían mediante símbolos la
victoria final de Dios sobre las fuerzas del mal.
Apocalipsis
no significa desastre sino revelación
de algo desconocido. Jesús, empleando un lenguaje semejante, no revela cosas extrañas
y ocultas, sino que desvela el sentido profundo de la realidad presente; sus
palabras quitan de nuestros ojos el velo, que nuestros miedos y errores nos ponen,
y nos hace ver en profundidad lo que Dios nos tiene preparado para después del
final de este mundo.
El lenguaje apocalíptico es vivo, emplea
trazos fuertes, imágenes impactantes y chocantes. Pero comparadas con lo que
vemos diariamente en la prensa y en los medios de comunicación –crisis,
calamidades, tragedias– las descripciones bíblicas resultan en verdad discretas
y mesuradas: señales en el cielo…,
angustia de la gente…, los hombres se llenan de miedo al ver esas conmociones
del universo…”.
Jesús nos hace ser conscientes de
que el mundo en que vivimos no es definitivo. Pero al mismo tiempo nos hace ver
que no vamos hacia el “acabose” sino hacia “el fin”, es decir, hacia la
disolución del mundo viejo, que dará paso al nacimiento del nuevo. Más aún,
Jesús nos muestra la relación que hay entre la meta final y la historia que
vivimos.
En esta realidad nuestra con sus
contradicciones y en la vida de cada uno, se desarrolla el misterio del reino
de Dios que crece hasta lograr su plenitud. Nos quedamos muchas veces en la
cuestión de “cuándo” va ser el fin del mundo y cuáles serán las señales para
reconocerlo. Jesús no satisface esa curiosidad. Él más bien nos enseña que el
mundo tiene su origen y su fin en Dios, y nos invita a vivir el presente orientados
hacia Dios.
Desde esta perspectiva, Jesús confiere
esperanza al tema del fin del mundo y, en general, a todos los momentos de
dificultad y de crisis que puede vivir el cristiano. Nos dice: Levántense, alcen la cabeza; ya se acerca el tiempo de
su liberación. Con ello quiere infundirnos la seguridad propia de la
esperanza. Para el cristiano, el final de los tiempos corresponde a la dichosa
venida de nuestro Salvador Jesucristo; no al día de la ira y de la venganza.
Aguardar al Señor infunde consuelo y aliento para vivir el presente con
fidelidad al evangelio.
No hay nada, por tanto, más ajeno
al pensamiento cristiano que el ansia y alarmismo sobre el fin del mundo. Muchas
sectas suelen desarrollar sus campañas proselitistas empleando de manera inexacta
y tendenciosa textos sobre el fin del mundo, con los que impresionan a la gente
sencilla y la presionan para que pasen a formar parte de “los que se van a
salvar”. Manipulan el sentimiento de temor a la muerte, que suele ser el
vehículo de expresión de muchas frustraciones, inseguridades y carencias de la
gente.
Jesús, en cambio, liberándonos del
miedo a la muerte, aleja de nosotros también el miedo al
fin del mundo y nos hace vivir en la confianza y libertad de los hijos e hijas
de Dios, cuyo amor, llevado en Jesús hasta el extremo, vence a la muerte.
Esto supuesto, no podemos dejar de
decir, en fidelidad al mismo evangelio, que así como no debemos tener miedo al
futuro, así tampoco podemos ser ingenuos y triunfalistas. Reconocer que este
mundo en la forma que hoy tiene habrá de acabar, pues lo que ha tenido un
inicio tendrá un fin, implica reconocer también que podrá acabar mal si los
hombres no aceptamos el sentido y finalidad que debe tener.
Por eso, para que nuestro encuentro
final con el Señor sea liberación plena, realización colmada de nuestras
expectativas y anhelos, la condición es vivir ya aquí y ahora en actitud de
vigilancia y atención. El texto de hoy nos lo dice de manera práctica: no se
puede vivir torpemente, entregados a frivolidades y excesos; hay que “procurar que los corazones no se entorpezcan
por el exceso de comida y por las borracheras, y preocupaciones de la vida”, concretamente, por el ansia del dinero.
Así, a quienes se preguntan
ansiosos cuándo va a ser el fin del mundo, el evangelio les dice cómo deben
esperarlo; a quienes piensan con temor en el fin del mundo o viven como si no
lo esperaran porque ya no les interesa, el evangelio les dice qué sentido tiene
el esperarlo: sirve para encaminar nuestra historia actual, personal y social,
hacia la verdadera esperanza que no defrauda.
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