P.
Carlos Cardó SJ
La
huída a Egipto, óleo sobre lienzo de Vittore Carpaccio (1500 - 1510), Galería
Nacional de Arte, Washington D.C., Estados Unidos
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Cuando se marcharon los magos, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: "Levántate, coge al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo."José se levantó, cogió al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes.
Así se cumplió lo que dijo el Señor por el profeta: "Llamé a mi hijo, para que saliera de Egipto." Al verse burlado por los magos, Herodes montó en cólera y mandó matar a todos los niños de dos años para abajo, en Belén y sus alrededores, calculando el tiempo por lo que había averiguado de los magos.
Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías: "Un grito se oye en Ramá, llanto y lamentos grandes; es Raquel que llora por sus hijos, y rehúsa el consuelo, porque ya no viven".
Sin pretender ofrecer un relato biográfico, pues esa no es su
intención, San Mateo quiere hacer ver con este pasaje de su evangelio que Jesús
fue, desde el inicio de su vida, un Mesías aceptado por unos y rechazado por
otros. Lo aceptan los sabios que hacen un largo camino de búsqueda y lo adoran
como Rey y salvador. Lo rechaza y quiere su muerte Herodes.
José y María con el Niño tienen que huir. La familia de Jesús, lejos de vivir
cómodamente instalada, padeció las amenazas, inseguridades y temores que hoy
viven muchas familias.
Desde otra perspectiva, el texto es una presentación de la
historia de Israel vista desde Jesús. La historia de Israel es profecía de la
historia de Jesús. La huida a Egipto por la amenaza contra la vida del Niño
recuerda el traslado a ese país de Jacob y su familia para sobrevivir del
hambre (Gen 45, 1-7). A su vez, el
odio de Herodes contra el Niño Jesús evoca la violencia del Faraón contra los
primogénitos de los judíos (Ex 1, 15-16).
La huida a Egipto, el exilio y la vuelta a Palestina, lleva al
evangelista a recordar las palabras de Oseas (11, 1): de Egipto llamé a mi hijo, que se refieren a Israel y su salida de
la esclavitud. Pero con esta referencia al profeta, el evangelio de Mateo no
sólo afirma que en la vida de Jesús se reproduce la historia de su pueblo, sino
que ese hijo al que Dios llama es Jesús,
cuya venida salvadora supera a todos los acontecimientos vividos por el pueblo de
Israel.
Por ser el Hijo de Dios, Jesús está por encima de las figuras más
gloriosas, como Moisés. En el Mesías Jesús la historia del pueblo alcanza su
meta, porque toda ella fue una anticipación, anuncio y preparación de su
venida.
Al hablar de la matanza de los inocentes, Mateo hace una nueva
referencia a la Biblia, citando esta vez a Jeremías (31,15), para recalcar la
idea de que la historia de Israel tiende a Cristo. El profeta alude en este
caso a la tragedia vivida por Israel en el exilio en Babilonia, que le resulta aún
más dolorosa que la esclavitud en Egipto.
Para visualizar plásticamente este dolor, Jeremías pone en escena
a Raquel, antecesora del pueblo, enterrada en Ramá, cerca de Belén, que grita
desesperada por la suerte que padecen sus hijos, el pueblo de Israel, a consecuencia
de su infidelidad a la alianza con su Dios.
Interpretando este hecho, Mateo saca de aquí la idea que domina
todo su evangelio: Israel ha ido a la ruina por su incredulidad. Pero el Mesías
Jesús, asumiendo sobre sí el pecado del pueblo y derramando su sangre como
expiación, logra la salvación para todo el que cree en Él, y da inicio al
pueblo de la nueva alianza.
El drama cruento de Jesús, ligado solidariamente al de su pueblo,
se presenta como anticipado simbólicamente en la muerte de los inocentes de
Belén. La sangre de los niños de Belén prefigura la sangre del Cordero
inocente, Jesucristo, que borra el pecado del mundo.
Podemos decir también que la matanza de los inocentes anticipa las
incontables matanzas de inocentes que se sucederán a lo largo de la historia. La
injusticia y la maldad humana siguen exterminando vidas de niños que mueren
cada día por el hambre, la guerra y la marginación. Podemos pensar también en
tantos inocentes que sufren violencia sin poder defenderse.
Como reza la liturgia de los Santos Inocentes, ellos carecían del
uso de la palabra para proclamar su fe, pero lo hicieron con su muerte y fueron
glorificados en virtud del nacimiento de Cristo. A nosotros nos toca
testimoniar con nuestra vida y con el compromiso por la justicia, la fe que
confesamos de palabra.
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