P.
Carlos Cardó SJ
James Tissot (1836-1932). El paralítico. Acuarela, Museo de Brooklyn, New York. USA |
Un día, estaba Jesús enseñando, y estaban sentados unos fariseos y maestros de la ley, venidos de todas las aldeas de Galilea, Judea y Jerusalén. Y el poder del Señor estaba con él para realizar curaciones.En esto, llegaron unos hombres que traían en una camilla a un hombre paralítico y trataban de introducirlo y colocarlo delante de él. No encontrando por donde introducirlo a causa del gentío, subieron a la azotea, lo descolgaron con la camilla a través de las tejas, y lo pusieron en medio, delante de Jesús. Él, viendo la fe de ellos, dijo:«Hombre, tus pecados están perdonados».Entonces se pusieron a pensar los escribas y los fariseos:«¿Quién es éste que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?».Pero Jesús, conociendo sus pensamientos, respondió y les dijo:«¿Qué estáis pensando en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: “Tus pecados te son perdonados”, o decir: “Levántate y echa a andar”? Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar pecados —dijo al paralítico—: “A ti te lo digo, ponte en pie, toma tu camilla y vete a tu casa”».Y, al punto, levantándose a la vista de ellos, tomó la camilla donde había estado tendido y se marchó a su casa dando gloria a DiosEl asombro se apoderó de todos y daban gloria a Dios. Y, llenos de temor, decían:«Hoy hemos visto maravillas».
San Lucas nos presenta a Jesús como el Salvador que continúa en la
comunidad cristiana acogiendo y perdonando a todo el que lo busca con fe.
Subraya, además, el hecho de que mientras los funcionarios de la religión
–representados en los fariseos y doctores de le ley– no ofrecen una ayuda a la
recuperación de la gente, porque se limitan a juzgar y condenar, Jesús emplea
el poder de la misericordia divina para liberar a las personas y rehacerlas. El poder del Señor lo impulsaba a curar.
El poder que actúa en Jesús
corresponde a la presencia en él del Espíritu que lo guía y conduce desde su
bautismo en el Jordán y que lo ha ungido y enviado para anunciar la buena
noticia a los pobres y sanar los corazones afligidos (Lc 4, 18; 6, 19). Es el
poder de la misericordia que cura y perdona.
El perdón que sólo puede dar Dios y que Jesús, como Hijo del Hombre y
enviado plenipotenciario de Dios, concede a los pecadores equivale a la
salvación plena, que es la regeneración total de la persona para su
participación en la vida divina.
El enfermo paralítico representa a todos aquellos a quienes el mal, en
cualquier de sus formas, aprisiona, envilece o inmoviliza, dejándolos sin
libertad para actuar por sí mismos, obrar de manera auténtica o conseguir lo
que desean. Estos “paralíticos” tienen necesidad de otros que los ayuden a
recobrar su libertad, y que en el relato son las personas buenas que cargan al
enfermo con su camilla y “buscan cómo presentárselo a Jesús”.
Todos hemos tenido necesidad de estas mediaciones humanas
de la gracia para nuestro encuentro con el Señor. La comunidad de la Iglesia,
que anuncia el perdón y la misericordia, lleva con su fe a todos hacia la
reconciliación y remisión de los pecados en Jesucristo. La comunidad es el
camino abierto por Jesús para el encuentro con la misericordia que libera y
salva. Sin la solidaridad, que mueve a hacerse cargo de la necesidad del
hermano, no hay experiencia del Padre y de su amor. La Iglesia es el conjunto
de todos aquellos que, habiendo sido tocados por la misericordia divina, se han
hecho capaces de dar testimonio de ella, conduciendo a otros a la gracia que
los ha curado.
Hombre, tus pecados te quedan perdonados. El pecado es una ruptura grave del tejido de relaciones
que constituye a la persona humana. La descripción gráfica que hace del primer
pecado el libro del Génesis (Gen 3) permite apreciar las consecuencias de esta
ruptura. El hombre se aleja, lleno de temor y desconfianza. Deja de sentirse
hijo y se distancia de quien es la fuente de su vida. Alienado, ajeno a sí
mismo, a sus semejantes, a la naturaleza a él encomendada y a Dios, se siente
invadido por el miedo a la muerte, por la culpabilidad que desgasta en la
lamentación sin dar salida a la reparación y al cambio. La palabra del perdón,
que sólo Dios puede pronunciar, restablece a la persona en su relación con
Dios, con los semejantes, consigo mismo y con la naturaleza. Por todo esto, la
palabra del perdón es la cosa más difícil, según la lógica de Jesús en su
respuesta a los maestros de la ley y a los fariseos del relato. La cosa más
fácil, la curación física del paralítico, vendrá después como la garantía
visible del poder de salvación que actúa en Jesús. Con este signo, conduce a la
gente a apreciar el deseo y voluntad verdadera que tiene Dios para nosotros:
dar vida, sanar, elevar, liberar al que se siente caído y oprimido. El Dios que
ama la vida interviene para eliminar el mal hasta en sus ramificaciones más
extremas, que son la enfermedad y la muerte.
El paralítico cargó su camilla a la vista de todos y se marchó alabando a
Dios. La camilla, signo palpable de su desgraciada invalidez, echada ahora a su
espalda es signo de su libertad y dignidad reconquistadas. La comunidad toma
conciencia del papel que le corresponde en la recuperación de las personas, que
las haga capaces de superar o integrar de maneras digna los males que les
aquejan, para poder moverse con libertad.
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