P. Carlos Cardó SJ
Cristo cura al criado del centurión, óleo sobre lienzo de
Sebatiano Ricci (1726 – 1729), Galería Nacional de Praga, República Checa
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En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaúm, se le acercó un oficial romano y le dijo: "Señor, tengo en mi casa un criado que está en cama, paralítico, y sufre mucho".Él le contestó: "Voy a curarlo".Pero el oficial le replicó: "Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa con que digas una sola palabra, mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; cuando le digo a uno: ¡Ve!’, él va; al otro. ¡Ven!’, y viene; a mi criado: ¡Haz esto!’, y lo hace".Al oír aquellas palabras, se admiró Jesús y dijo a los que lo seguían: "Yo les aseguro que en ningún israelita he hallado una fe tan grande. Les aseguro que muchos vendrán de oriente y de occidente y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el Reino de los cielos".
El milagro del criado del
centurión tiene su paralelo en Lc 7, 1-10 y en Jn 4, 43-54. En estos textos, se
trata de un funcionario subalterno del rey Herodes Antipas; aquí es un centurión,
oficial romano de la guarnición de Cafarnaúm. En ambos casos se trata de un
personaje de buena posición social y económica pero que, ante la enfermedad de
su criado, al que aprecia mucho, se siente impotente. Ante la enfermedad y la
muerte se pone de manifiesto la radical impotencia del hombre. De eso sólo Dios
salva.
El relato pone de relieve la
relación entre Palabra, fe y vida, y la oferta del don de la salvación a todas
las naciones. Los milagros de Jesús en el evangelio son signos naturales que
tienen un significado espiritual. Jesús enseña con su palabra y también con sus
obras. El signo visible de la curación del enfermo es importante, incluso
necesario, pero más importante es lo que significa.
Por eso, como en varios otros
relatos, la narración del hecho prodigioso es sólo el cuadro exterior de lo que
más interesa, que es la enseñanza que contiene. Es de notar que quien enseña
aquí es un centurión pagano: enseña a creer
confiadamente en Jesús y en el poder de su palabra. Se dirige a Él llamándolo Señor, no por simple cortesía, sino porque
ha reconocido la autoridad y poder de Dios en Él. Por eso cree antes de ver el
signo realizado en favor de su criado. Todavía no ha ido Jesús a curarlo y ya él
proclama: Señor, no soy digno de que
entres en mi casa, pero basta que digas una sola palabra y mi criado quedará
sano.
La inserción de un texto profético
(tomado de Is 49,12; 59,19; Mal 1,11) subraya la otra enseñanza del pasaje: el
anuncio de la admisión de los paganos a la salvación, simbolizada en el
banquete celestial. Al pueblo que lo rechaza Jesús propone el modelo de fe que
les da un pagano. Como Abraham que era un extranjero y que, sin ver, creyó en
la palabra de Yahvé y fue constituido padre en la fe de una posteridad
bendecida, así también el centurión romano que, sin ver, cree en el poder
divino de Jesús, viene a ser modelo de la fe que hace extensiva la bendición de
Abraham a todas las familias de la tierra.
Señor,
no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para que
mi criado quede sano. La humildad es otro componente de la fe. Repetimos las palabras del centurión
creyente cuando nos acercamos a recibir el Cuerpo del Señor. No somos dignos, lo
que se nos da no depende de nuestros méritos. Todo es don y gracia.
Sea cual sea nuestra condición o
el estado en que estemos, cabe siempre la certeza de que el Señor oirá nuestra
petición. Pidan y se les dará. Y hay
que dejar a Dios enteramente el curso de los acontecimientos. La fe no necesita
ver signos y prodigios para tener la certeza del amor del Señor; le basta la
Palabra que refiere lo que Él ha hecho por nosotros. La confianza es base de la
fe y del amor.
Dios nos ha mostrado su amor en la
entrega de su Hijo, y Jesucristo atestigua
su credibilidad con la absoluta coherencia de su mensaje y de su
conducta, y sobre todo con la entrega de su persona. No hay mayor amor que quien da la vida por sus amigos (Jn 15,13).
Eso debe bastar.
A continuación, Mateo pone un
breve sumario de la actividad sanante y liberadora de Jesús. La intención
parece ser introducir un texto de Isaías sobre la figura del Siervo de Dios,
que carga consigo los dolores y sufrimientos del pueblo. Jesús, el Siervo,
asume como propias nuestras flaquezas y enfermedades, que se convierten en el
lugar de nuestro encuentro y unión con Él.
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