P.
Carlos Cardó SJ
Llamamiento
de Pedro y Andrés, temple sobre madera de Duccio di Buoninsegna (1308 – 1311),
Galería Nacional de Arte, Washington DC, Estados Unidos
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Mientras Jesús caminaba junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos —Simón, llamado Pedro, y Andrés, su hermano— que estaban echando una red al lago, pues eran pescadores. Les dijo: “Veníos conmigo y os haré pescadores de hombres”. De inmediato dejando las redes y le siguieron. Un trecho más adelante vio a otros dos hermanos —Santiago de Zebedeo y Juan, su hermano— en la barca con su padre Zebedeo, arreglando las redes. Los llamó, y ellos inmediatamente, dejando la barca y a su padre, le siguieron.
Después de ser bautizado por Juan y ser tentado en el desierto,
Jesús da inicio a su actividad pública en la región de Galilea, junto al lago
de Genesaret, y lo primero que hace es reunir un grupo de discípulos. Caminando Jesús por la orilla del mar de
Galilea, vio a dos hermanos, Simón llamado Pedro, y Andrés… y les dijo: Vengan
conmigo… Los llama cuando están en plena labor, echando la red, porque son
pescadores, y les hace separarse del trabajo y de la vida familiar porque los quiere
a tiempo completo para formarlos como pescadores
de hombres, continuadores de su obra. La imagen de la pesca alude a la
labor misionera.
Y
ellos, dejando inmediatamente sus redes, lo siguieron. Lo
dejaron todo, sin duda por la fuerte atracción que produjo en ellos su persona
y su llamada. El adverbio inmediatamente resalta
la prontitud y radicalidad de la obediencia con que siguen la llamada del
Señor: dejan las redes sin siquiera arrastrarlas a tierra. Idéntica respuesta
dan Santiago y Juan, hijos de Zebedeo (v. 22).
A partir de ahí, Jesús pasó a ser lo más importante en sus vidas,
el valor supremo frente al cual todo resulta relativo: redes, barca, familia. Aprenderán
a orientar todo hacia el servicio de Dios y el bien de los prójimos, sin
dejarse llevar por afectos desordenados que les impidan seguir a Jesús. La
prontitud y radicalidad de la respuesta a la llamada de Jesús equivale en el
evangelio de Mateo a la conversión, en términos de cambio de mente y actitudes,
que exige el reino de Dios.
La teología que subyace al evangelio de Mateo es fuertemente
eclesiológica. Por eso, el término «discípulo» hace referencia al miembro de la
comunidad de la Iglesia, es decir, al cristiano que, por el bautismo, ha sido
hecho discípulo y misionero.
La tradición cristiana, además, ha considerado a la región de
Galilea, en la que Jesús realizó la mayor parte de su actividad pública, como
el lugar de origen de ella misma. Allí nació la Iglesia, en esa zona pobre de
Palestina y en la persona de esos pescadores que se convirtieron en seguidores
de Jesús de Nazaret. Y así sigue naciendo y creciendo la Iglesia. Todos, pues,
podemos sentirnos llamados en la persona de esos pescadores. Jesús cuenta con
nosotros hoy como contó con ellos para prolongar su misión en el mundo.
La vida cristiana es la respuesta a esta invitación. Como los
primeros discípulos, seguir al Maestro puede ser también para nosotros vivir
con Él en comunión de vida, que nos irá transmitiendo una forma de ser, un solo
sentir y pensar. Sus palabras: Vengan conmigo,
señalan que lo primero es la relación personal con Él. Del estar con Él brotará
todo lo demás: ser pescadores de hombres.
No nos imaginemos cosas extraordinarias. Como los primeros
discípulos, el cristiano escucha la llamada del Señor en su vida ordinaria, por
profana que sea o por insignificante que pueda parecerle. Hagamos lo que
hagamos, la palabra toca nuestro interior, haciendo salir la verdad más
profunda, que marcará el sentido de nuestra vida. Vente conmigo.
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