P.
Carlos Cardó SJ
Parábola del juez injusto, ilustración
de Eugene Burnand en “Les Paraboles”, de los editores franceses Berger y
Levrault (1908)
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En aquel tiempo, Jesús, para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola:"Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: "Hazme justicia frente a mi adversario"; por algún tiempo se negó, pero después se dijo: "Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esa viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara"". El Señor añadió: "Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?, ¿o dejará que esperen? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?"
A veces nos preguntamos por qué Dios
no escucha nuestras oraciones y no interviene para resolver nuestros problemas
o cambiar nuestra suerte. La parábola del juez y la viuda hace ver la eficacia
de la oración que alimenta la confianza del creyente.
Esta parábola es similar a la del hombre
que va a medianoche a casa de su amigo para pedirle tres panes, porque le ha
llegado un huésped y no tiene con qué atenderlo. (Lc 11,5-8). Si el dueño de casa no se levanta a dárselos por ser su
amigo, lo hará al menos para que no siga molestando. Asimismo, en el presente
texto, el juez inicuo que hacía oídos sordos a las súplicas de la pobre viuda,
le hará justicia al menos para que no vuelva a buscarlo. Con ambas parábolas
Jesús inculca la necesidad de orar siempre con confianza y perseverancia (Flp 1,4; Rom 1,10; Col 1,3; 2 Tes 1,11).
Un dato significativo es que se
trata de una viuda, que en la Biblia representa el estamento más desamparado de
la sociedad (Ex 22,21-24; Is 1,17.23; Jr
7,6). En este caso, la viuda, sin esposo ni hijos que la defiendan, enfrenta
a un enemigo. La pobre no puede hacer otra cosa que suplicar con insistencia que
se le haga justicia. La parábola concluye: si un juez inmoral termina por atender
a la viuda, ¿qué no hará Dios por sus hijos e hijas que claman a Él día y
noche? (Dt 10,17-18; Eclo 35,12-18).
La parábola no puede ser
interpretada como una invitación a la pasividad. La viuda pone todo de su parte
para resolver su problema, insiste hasta la saciedad ante el juez, reclamándole
justicia. Por consiguiente, la fe y la oración no consisten en endosarle a Dios
lo que corresponde a la propia responsabilidad y esfuerzo.
La fe y la oración no nos eximen
de tener que poner los medios a nuestro alcance para solucionar nuestras
necesidades; tampoco nos retiran del mundo que debemos procurar transformar. La
fe y la oración nos llevan a enfrentar los problemas, a poner solidariamente
nuestros talentos al servicio del prójimo que nos necesita y al servicio de la
sociedad, a leer desde el evangelio nuestra realidad y a inspirar nuestras acciones
con los criterios y valores del reino proclamado por Jesús.
Oración y esfuerzo personal son
inseparables y se determinan por entero a la consecución de su objetivo: ver a
Dios en todo y verlo todo en Dios, vivir unido a Él en el propio interior, en
las relaciones con los demás y en la actuación y trabajo.
De este modo, la fe es el
fundamento de la oración y la oración robustece la fe. Por eso el creyente sabe
que, después de haber puesto todo lo que está de su parte para hallar solución
a los problemas, como si todo dependiera de él, debe abandonarlo todo en manos
de Aquel que ve finalmente lo que más nos conviene y hará mucho más que lo que
nuestras débiles fuerzas pueden lograr.
Leyendo páginas bíblicas como ésta
se puede ver que Dios no es un omnipotente impasible, sino un ser que se
inclina y hace suya la suerte de sus hijos e hijas que levantan los ojos a Él
esperando su misericordia (cf. Salmo 122).
Dios escucha sus súplicas. Por eso el pasaje que comentamos se cierra con esta
frase lapidaria de Jesús: ¿Dios no hará justicia
a sus elegidos que le gritan día y noche? ¿Los hará esperar? Les digo que les
hará justicia sin tardar (Lc 18,7).
El cristiano, consciente de la
compañía y providencia de Dios, no debe desfallecer sino insistir en la
oración, pidiendo fuerza para perseverar. Sólo la oración lo mantendrá firme en
la esperanza.
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