P.
Carlos Cardó SJ
Parábola
del banquete de bodas, óleo sobre lienzo de Andrei Nikolayevich Mironov (2011), Museo de Historia
del Movimiento Juvenil, Riazán, Rusia
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En aquel tiempo, uno de los que estaban sentados a la mesa con Jesús le dijo: "Dichoso aquel que participe en el banquete del Reino de Dios".Entonces Jesús le dijo: "Un hombre preparó un gran banquete y convidó a muchas personas. Cuando llegó la hora del banquete, mandó un criado suyo a avisarles a los invitados que vinieran, porque ya todo estaba listo. Pero todos, sin excepción, comenzaron a disculparse. Uno le dijo: ‘Compré un terreno y necesito ir a verlo; te ruego que me disculpes’. Otro le dijo: ‘Compré cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas; te ruego que me disculpes’. Y otro más le dijo: ‘Acabo de casarme y por eso no puedo ir’.Volvió el criado y le contó todo al amo. Entonces el señor se enojó y le dijo al criado: ‘Sal corriendo a las plazas y a las calles de la ciudad y trae a mi casa a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos’.Cuando regresó el criado, le dijo: ‘Señor, hice lo que me ordenaste, y todavía hay lugar’. Entonces el amo respondió: ‘Sal a los caminos y a las veredas; insísteles a todos para que vengan y se llene mi casa. Yo les aseguro que ninguno de los primeros invitados participará de mi banquete".
Es un sábado
y Jesús está en casa de un jefe de fariseos que lo ha invitado a comer. Ha
curado a un hidrópico haciendo ver a los allí presentes que el atender las
necesidades de los demás está por encima de la obligación del descanso
sabático. Y al ver que los fariseos pugnan por ocupar los primeros puestos en
la mesa, les ha reprendido por su ambición y les ha hecho reflexionar sobre sus
preferencias en el trato con los demás.
Cuando des una comida o una cena, —les
ha dicho— no invites a tus amigos,
hermanos, parientes o vecinos ricos; no sea que ellos a su vez te inviten a ti,
y con eso quedes ya pagado. No deben preferir a aquellos de quienes pueden
sacar algo, sino a aquellos de los que nada se puede obtener, los pobres, los lisiados, los cojos y los
ciegos. La búsqueda de reciprocidad la cambia Jesús por el espíritu de
gratuidad, de amor desinteresado.
Uno de los
comensales manifiesta su adhesión al pensamiento de Jesús y expresa sus sentimientos
en forma de una “bienaventuranza”: ¡Dichoso
el que pueda participar en el banquete del Reino de Dios! Conforme a las
enseñanzas proféticas, entiende la participación en el banquete como la
salvación, la recompensa eterna que recibirán los justos. Seguramente ha oído decir
a Jesús que los extranjeros del este y del oeste, del norte y del sur, tendrán
acceso al Reino y se van a reunir con Abrahán, Isaac y Jacob y con todos los profetas
(Lc 13,28-29). La participación en el
banquete del reino no es exclusiva de los judíos.
Jesús aprovecha la ocasión para ampliar su enseñanza sobre el
banquete por medio de una parábola, que sintetiza todo lo que ha recomendado durante
la comida en casa del jefe de fariseos.
Como todas sus parábolas, no es difícil entender su significado. El hombre que
organiza una gran cena representa a Dios que ofrece la salvación.
Cuando ya todo está preparado manda llamar a los invitados, pero
éstos uno tras otro se van excusando, alegando que tienen mucho que hacer en
sus tierras o en sus negocios. Se buscan justificaciones, pero la razón de su
rechazo a la invitación es que les interesa más el dinero y sus propiedades,
los consideran más provechosos y les hacen disfrutar más. Rechazan la
invitación y se privan definitivamente de la felicidad del banquete. Ellos mismos se excluyen. El Señor no obliga
a nadie, nadie puede participar en su mesa contra su propia voluntad.
Dos veces más
envía el señor de la parábola a sus criados a las plazas y calles de la ciudad
y a las carreteras y caminos
a invitar a otra gente. Los primeros, los de las plazas y calles, son los
compatriotas de Jesús, pero concretamente los
pobres, los inválidos, los ciegos y los cojos, es decir, los sectores más
marginados de la sociedad.
Los otros,
los de los caminos, son un grupo mucho más amplio aún, son los que están más
allá de la ciudad, fuera del judaísmo, los extranjeros. Probablemente estas
palabras de Jesús resonaban en la mente del evangelista Lucas cuando, en el
libro de los Hechos de los Apóstoles, las consigna como la motivación que llevó
a Pablo y Bernabé a predicar primero a los judíos, pero luego a los
extranjeros: A ustedes en primer lugar
teníamos que anunciarles la palabra de Dios, pero ya que la rechazan y ustedes
mismos no se consideran dignos de la vida eterna, nos dirigiremos a los paganos
(Hech 13,46).
Volviendo al
inicio del texto, podríamos decir que la exclamación del comensal que da motivo
a Jesús para contar su parábola contiene en su versión original un detalle que
vale la pena subrayar. Se suele traducir: ¡Dichoso
el que pueda participar en el banquete del Reino de Dios!, pero el original
griego del evangelio dice: ¡Dichoso el
que comerá pan en el Reino de Dios! Y sabemos que, en la perspectiva
cristiana, el pan del reino alude ciertamente al “pan de vida eterna”, al cuerpo del Señor que se nos da en la eucaristía como
garantía de la vida eterna.
No son muchos
los que acogen la invitación del Señor a compartir su pan, es bajísimo el
número de los que van a la eucaristía, pero nos debe animar la frase última de
la parábola de Jesús: Anda a las carreteras
y caminos y convence a la gente para
que entre y se me llene la casa. Es lo que nos toca hacer: ofrecer,
proponer, exhortar adecuadamente y con insistencia para que acepten, por fin,
entrar a la sala del banquete. Y aunque no sabemos si la orden del anfitrión se
ejecutó o no, la parábola hace suponer que su casa se llenó. Es lo que pedimos
en la eucaristía: Reúne en torno a ti,
Padre misericordioso, a todos tus hijos e hijas dispersos por el mundo.
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