domingo, 11 de noviembre de 2018

Homilía del Domingo XXXII del Tiempo Ordinario - El óbolo de la viuda (Mc 12,38-44)

P. Carlos Cardó SJ
El óbolo de la viuda, acuarela opaca sobre grafito de James Tissot (1886 – 1894), Museo de Brooklyn, Nueva York
En su enseñanza Jesús les decía también: "Cuídense de esos maestros de la Ley, a quienes les gusta pasear con sus amplias vestiduras, ser saludados en las plazas y ocupar asientos reservados en las sinagogas y en los banquetes; incluso devoran los bienes de las viudas, mientras se amparan detrás de largas oraciones. ¡Con qué severidad serán juzgados!".Jesús se había sentado frente a las alcancías del Templo, y podía ver cómo la gente echaba dinero para el tesoro; pasaban ricos, y daban mucho.
Pero también se acercó una viuda pobre y echó dos moneditas de muy poco valor. Jesús entonces llamó a sus discípulos y les dijo: "Yo les aseguro que esta viuda pobre ha dado más que todos los otros. Pues todos han echado de lo que les sobraba, mientras ella ha dado desde su pobreza; no tenía más, y dio todos sus recursos".
Este texto tiene dos partes: la primera es una crítica de Jesús contra los maestros de la ley; la segunda, el episodio de la viuda pobre que deja su limosna en el arca del templo.
Dijo Jesús a sus discípulos: Tengan cuidado con los maestros de la ley, a quienes les gusta pasearse lujosamente vestidos y ser saludados por la calle; buscan los puestos de honor en la sinagoga y los primeros lugares en los banquetes.
Toda persona que se valore desea que se la respete y se la tenga en cuenta. Pero este deseo lícito y natural puede deformarse hasta convertirse en la motivación más determinante de lo que uno quiere hacer en la vida.
Cuando se busca por encima de todo el propio éxito, se puede llegar a desconocer los propios límites y deficiencias, o incluso a atropellar el derecho de los demás por creerse superior. Por eso, lo que Jesús critica en los maestros de la ley es que ellos, los expertos en las cosas de Dios, enseñan los preceptos de la religión, pero los mueve la ambición y la búsqueda de honores y privilegios. Se sirven de la religión como instrumento de lucro, y, lo que es insoportable a los ojos de Dios, valiéndose de su fama de justos y religiosos, llegan a aprovecharse de los bienes de huérfanos y viudas: Ellos devoran los bienes de las viudas y se disfrazan tras largas oraciones, denuncia Jesús, y les advierte que terminarán muy mal.
Esta mentalidad y este comportamiento no fueron algo pasajero que acabó cuando, en el año 70 d.C., destruido el templo de Jerusalén, desaparecieron los escribas y sumos sacerdotes. Lo que Jesús criticó fue una tendencia que seguiría influyendo en la comunidad cristiana hasta hoy. Los simples fieles y los miembros de la jerarquía pueden actuar hoy como actuaban los escribas y fariseos en tiempos de Jesús, poniéndose por encima de los demás, ejerciendo sus funciones con ostentación, fatuidad y presunción. Cuando estas cosas suceden, Jesús pone en guardia: “¡Tengan cuidado!”, nos dice.
Viene después un episodio que podía pasar desapercibido, pero que a los ojos de Jesús encerraba una lección fundamental. Sentado frente a las arcas del templo, observaba cómo la gente iba echando dinero en ellas para el culto; muchos ricos depositaban en cantidad. Pero llegó una viuda pobre que echó dos moneditas de muy poco valor.
Ya en las primeras escenas del evangelio de Marcos (1, 29-31) se centró la atención en otra pobre mujer, la suegra de Pedro. Estaba en cama con fiebre, y el Señor realizó en favor de ella -según Marcos- su primer milagro; un milagro aparentemente sin mayor relevancia, pero que convirtió a esa mujer en un ejemplo: Se acercó, la tomó de la mano y la levantó. Se le quitó la fiebre y se puso servir al Señor y a sus discípulos, dando ejemplo del verdadero seguimiento de Jesús que consiste en servir a los demás.
Así también la escena de la limosna de la viuda, en apariencia tan poco significativa, hace ver que una pobre viuda se convierte en el evangelio vivo, en la figura perfecta de Cristo. Les aseguro que esa pobre viuda ha echado en las arcas más que todos los demás, declara solemnemente Jesús. Pues todos han echado de lo que les sobraba, mientras que ella ha dado desde su pobreza todo lo que tenía para vivir.
Una pobre viuda que nadie tiene en cuenta, resulta ser la verdadera maestra de la ley del Nuevo Testamento, en oposición a los escribas hipócritas. Ella se constituye, junto con la suegra de Pedro, en la discípula verdadera del Maestro, que enseña a los discípulos la lección más importante del evangelio. Ella, a diferencia del joven rico, que no se animó a seguir a Jesús porque tenía muchas riquezas, dejó en la alcancía del templo –con las dos moneditas que depositó–  “todo lo que tenía para vivir”. La enseñanza de Cristo no nos viene de los libros, sino de personas de este tipo. Los pobres nos evangelizan.
Ante Dios no importa la cantidad de lo que uno da, sino la calidad. La viuda pobre deposita dos moneditas, pero es todo lo que ella tiene para vivir, mientras que los ricos echan de lo que les sobra y con ostentación. En la escala de valores de Jesús, una limosna insignificante puede tener mayor valor que una gran suma. Privarse únicamente de lo superfluo no representa la solidaridad aceptable al Señor, aunque lo aportado sea una buena suma de dinero. 
Dios, que ve lo oculto de los corazones, quiere sinceridad y transparencia en lo exterior y en lo interior. Lo que vale es la actitud de la pobre viuda que, al darlo todo, con corazón humilde y generoso, reproduce en su persona aquella característica de Jesucristo, que según San Pablo sintetiza su solidaridad con nosotros: Ya conocen la generosidad de nuestro Señor Jesucristo que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza (2 Cor 8,9)

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