P. Carlos Cardó SJ
Última oración de los mártires cristianos,
óleo sobre lienzo de Jean-Léon Gérôme (1863 - 1883), Walters Museum of Art,
Baltimore, Estados Unidos
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Jesús dijo a sus discípulos:"Pero antes de todo eso, os echarán mano, os perseguirán, os llevarán a las sinagogas y las cárceles, os conducirán ante reyes y magistrados a causa de mi nombre, dándoos oportunidad de dar testimonio de mí. Haced resolución de no preparar la defensa; yo os daré una elocuencia y una prudencia que ningún adversario podrá resistir ni refutar. Hasta vuestros padres y hermanos, parientes y amigos os entregarán y darán muerte a algunos de vosotros; y todos os odiarán por mi nombre. Sin embargo no se perderá ni un pelo de vuestra cabeza. Con vuestra constancia ganaréis vuestras vidas".
El discurso de Jesús continúa
desarrollando, ya sin tintes apocalípticos, el tema del testimonio que habrán
de dar sus seguidores y las persecuciones de que podrán sufrir por su Nombre,
no sólo en el ámbito judío (en las sinagogas y en las cárceles), sino entre los
paganos (reyes y gobernadores) y aun entre los propios parientes y amigos.
Se señala que estas cosas
sucederán antes de la destrucción de
Jerusalén y del templo. El contexto en que Lucas escribe su evangelio y el
libro de los Hechos de los Apóstoles es el de una Iglesia llena de enormes tensiones
y angustias. Todo comenzó con las amenazas del Consejo de Ancianos contra Pedro
y Juan para que no hablaran a nadie en nombre de Jesús (Hech 4, 16-18), siguió luego la persecución y flagelación de Pedro
y los apóstoles (Hech 5, 17-42), y se
vinieron luego las muertes de los primeros mártires Esteban y Santiago (Hech 7, 54-60 y 12, 1-3; cf. 1 Tes 2,14; Gal
1,13).
Jesús anuncia a sus discípulos que
el testimonio que darán de Él los llevará a compartir su misma suerte. En el
evangelio de Juan la advertencia es clara y directa: Si a mí me han perseguido, también los perseguirán a ustedes (Jn
12, 20).
Llamados a prolongar la obra y
mensaje de su maestro, los discípulos prolongarán también el misterio de su
cruz. Sus vidas entregadas y su martirio final pondrán de manifiesto la verdad
del evangelio. Las persecuciones, lejos de impedir o bloquear el anuncio de la
venida del Reino, lo proclamarán y difundirán con una eficacia especial. Muy
pronto se verá que “la sangre de los mártires es simiente de nuevos cristianos”,
como afirmó Tertuliano, padre de la Iglesia de la segunda mitad del siglo II.
En la perspectiva de las
persecuciones que les aguardan, Jesús exhorta a los discípulos a no preocuparse
por lo que van a decir para defenderse ante las autoridades judías o paganas,
porque Él mismo les inspirará a su tiempo lo que tendrán que decir. Ya antes se
lo había prometido: Cuando los lleven a
las sinagogas, y ante los jueces y autoridades, no se preocupen de cómo habrán
de responder, o qué habrán de decir; porque el Espíritu Santo les enseñará en
ese mismo momento lo que deben decir (Lc 12, 11-12). Las palabras que el
Señor pondrá en su boca serán tales que sus enemigos serán incapaces de
contradecirlas. La victoria final será de los discípulos de Cristo.
Con esa confianza habrán de vencer
todos los miedos, aun el de la muerte: No
teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden hacer nada más (Lc 12,4),
les había dicho en otra ocasión. El miedo es mal consejero, puede llevar a la
Iglesia a callar cuando debe hablar y a los discípulos a ocultarse y huir en
los momentos críticos, como lo hicieron en la pasión del Señor. Guardarse la
vida es echarla a perder.
Además, Jesús advierte a quienes
lo siguen que las incomprensiones y persecuciones les vendrán no sólo de los
poderosos sino también de sus parientes y amigos, que podrán oponerse hasta de
manera violenta a su compromiso cristiano y a los valores morales que encarnen
en sus vidas. No resistirán que sus formas de vida sean contrariadas por otras
formas de vida que se inspiran en Jesús y en sus enseñanzas. Todos los odiarán por mi causa.
En el evangelio de Juan todas
estas personas que odian a quienes viven de manera coherente su fe en Cristo
son el mundo. Los odian porque no son
del mundo (Jn 15). Si lo fueran no
los verían como amenaza, no los odiarían. Y ¿qué pasaría si por librarse de
problemas se dejasen asimilar por él? ¿Cómo devolverle el
sabor a la sal? ¿Para qué serviría la luz puesta debajo del celemín? ¿Qué
fecundidad puede tener el grano que no cae en tierra y muere?
Para librarlos del desastre que
sería pretender salvar su propia vida y negarse a perderla por Él, Jesús ratifica
su promesa de victoria con una frase tajante: No perderán ni un pelo de su cabeza. Y la razón es que con su constancia conseguirán la vida. Se
realizará en ellos el misterio de la semilla sembrada en tierra fértil, la
suerte final de quienes por haber escuchado la palabra con un corazón noble y generoso,
lo retienen y dan fruto abundante (Lc 8,15).
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