P.
Carlos Cardó SJ
Cristo
bendice a los niños, óleo sobre lienzo de Jan Salomonsz de Bray (1663), Museo
Franz Hal, Países Bajos
|
En aquel tiempo, los discípulos se pusieron a discutir quién era el más importante.Jesús, adivinando lo que pensaban, cogió de la mano a un niño, lo puso a su lado y les dijo: "El que acoge a este niño en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí acoge al que me ha enviado. El más pequeño de vosotros es el más importante."Juan tomó la palabra y dijo: "Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre y, como no es de los nuestros, se lo hemos querido impedir."
Jesús le respondió: "No se lo impidáis; el que no está contra vosotros, está a favor vuestro."
Los dos
últimos episodios de la actividad de Jesús en Galilea, según Lucas, se centran
en la enseñanza sobre el comportamiento mutuo de los discípulos y las
condiciones para entrar en el reino de Dios.
Jesús habla a
sus discípulos de su camino de cruz, que sólo se entiende como la culminación
de una vida entregada al bien de los demás, pero sus palabras caen en el vacío
porque ellos discuten entre sí sobre quién es el más importante. Entonces Jesús
toma a un niño y lo pone a su lado para que sus discípulos entiendan que la
grandeza a la que deben aspirar no es la que el mundo les enseña, sino la
propia de la condición del niño, que representa lo más débil en la sociedad. Con
él Jesús se identifica y le confiere la más alta distinción.
Hijo de Dios,
enviado del Padre, no ha buscado para realizar su misión el prestigio y el poder
de este mundo, sino que se ha identificado con la condición de los niños, que
en la sociedad judía de entonces formaban parte de la categoría social de los
sin derechos y de los que no contaban. Por eso quiere hacerles comprender a sus
discípulos que acogerlo y apreciarlo a Él implica acoger solidariamente a
aquellos que constituyen el polo débil, indefenso e insignificante de la sociedad
humana; este es el criterio para saber si realmente se acepta y acoge a Jesús,
porque con ellos Él se identifica. Además, sin esta actitud, las relaciones
dentro del grupo de los discípulos y con los demás no serán como deben ser, es
decir, no serán un referente eficaz para la organización de la sociedad.
La
importancia y necesidad de esta enseñanza se resalta dentro del contexto. Jesús
ha venido advirtiendo a los Doce lo que le va a pasar en Jerusalén adonde se
dirigen. Ha intentado hacerles ver la lógica diferente que le mueve a ver en la
entrega de su vida la realización del plan de su Padre y su propia realización
como salvador del mundo. Ha querido que esa lógica fuera asumida por ellos como
su nuevo modo de pensar y de organizar la vida.
Pero mientras
Él les habla de entrega y sacrificio, ellos siguen pensando en lo contrario,
discutiendo sobre quién será el más importante del grupo. Están igual que
Pedro, a quien –según Mateo y Marcos– le dijo Jesús: ¡Colócate detrás de mí, Satanás! Eres para mí un obstáculo, porque no
piensas como Dios, sino como los hombres (Mt 16, 23; Mc 8,33).
Esta
dificultad para pasar de la manera de pensar de los hombres a la de Dios es la
razón de fondo de la ceguera y falta de comprensión que mantuvieron los
discípulos hasta el final respecto a la enseñanza de su Maestro. Había en ellos
ambición, búsqueda de poder y deseo de protagonismo. Por eso su ofuscación frente
a lo que Jesús les decía y la rivalidad que había entre ellos en el grupo.
Puso al niño junto a él, Marcos dice: lo puso en medio de ellos y lo abrazó
(Mc 9,36; Cf. Mt 18, 2) como para que los discípulos fijen sus ojos en él y en
quienes representa, porque viéndolos a ellos, lo verán a Él. Aquí, entonces, no
se trata de hacerse niños para poder entrar en el reino de Dios, de lo cual
hablará más tarde (Cf. Lc 18, 16; Mc 10,
14; Mt 19,13), sino de la condición para acoger verdaderamente a Jesús, que
consiste en acoger al niño, a los pequeños en la sociedad, a los débiles: El que acoge a este niño a mí me acoge.
Finalmente, señalando
directamente a lo que Él es y al origen de su misión, añade Jesús: El que me acoge a mí, acoge al que me ha
enviado. Con estas palabras afirma la peculiar relación que le une a Dios
como su Padre, de quien procede y de quien recibe –con plena adhesión y
conformidad de su parte– el sentido y dirección de todo lo que Él dice y
realiza, hasta la orientación de su vida hacia la muerte y resurrección.
Queda claro
que sólo puede comprenderse el destino de cruz del Hijo del hombre si se parte
de una lógica diferente en el modo de pensar la propia realización personal,
las relaciones dentro de la comunidad cristiana y la organización de la
sociedad.
La persona
logra una existencia plena de sentido en su entrega a los demás y en su acción
solidaria en favor de los pequeños; la
autoridad dentro de la Iglesia es servicio, no puede fundarse en cargos,
prestigio y poder; la sociedad se ha de organizar no en
función de los intereses particulares de grupo, sino en función de la
integración y promoción de todos, en especial de los más necesitados. Eso es lo
que quiere Dios y lo que enseña Jesucristo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.