P. Carlos Cardó SJ
El sermón de la montaña obra del pintor danés Carl Heinrich Bloch (1834-1890). Palacio de Frederiksborg, Dinamarca |
Jesús dijo a sus discípulos: "Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora va llegar el ladrón, no dejaría perforar las paredes de su casa.Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada".
Pedro preguntó entonces: "Señor, ¿esta parábola la dices para nosotros o para todos?".El Señor le dijo: "¿Cuál es el administrador fiel y previsor, a quien el Señor pondrá al frente de su personal para distribuirle la ración de trigo en el momento oportuno?¡Feliz aquel a quien su señor, al llegar, encuentre ocupado en este trabajo!Les aseguro que lo hará administrador de todos sus bienes.Pero si este servidor piensa: 'Mi señor tardará en llegar', y se dedica a golpear a los servidores y a las sirvientas, y se pone a comer, a beber y a emborracharse,su señor llegará el día y la hora menos pensada, lo castigará y le hará correr la misma suerte que los infieles.El servidor que, conociendo la voluntad de su señor, no tuvo las cosas preparadas y no obró conforme a lo que él había dispuesto, recibirá un castigo severo.Pero aquel que sin saberlo, se hizo también culpable, será castigado menos severamente. Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más."
Estén atentos porque no saben a qué hora llegará el Señor, es la respuesta
de Jesús a sus discípulos que le preguntan “cuándo” será el fin del mundo. Hace
ver que el “cuándo” es siempre, el tiempo de lo cotidiano, porque es allí donde
se realiza el juicio de Dios. No en acontecimientos extraordinarios, sino en nuestra
existencia de todos los días se decide nuestro destino futuro en términos de
salvación o perdición, de estar con el Señor o estar lejos de él. Al final se
recoge lo que se ha sembrado.
El trasfondo de estas parábolas y dichos de Jesús sobre la necesidad
de estar preparados y vigilantes puede ser la situación de la Iglesia primitiva
en la que, después de creer que la segunda venida de Jesucristo era inminente,
entendieron que no era así y la larga espera hizo que bajara el fervor de las
comunidades e incluso comenzaran a sufrir una cierta relajación de costumbres.
A ellas en particular dirigieron los evangelistas sinópticos estos pasajes.
Estén preparados, vigilantes, significa discernir las cosas y distinguir
las que nos sirven para estar con Dios en la vida de todos los días. Quien lo
busca, lo encuentra. De lo contrario, viene como el ladrón que desvalija la
casa. Hay que estar con los ojos abiertos.
El amo de casa puede aludir a los dirigentes: son los que el Señor
ha puesto al frente de su casa y son ellos los primeros que han de cultivar la
actitud de vigilancia, obrando con justicia y caridad. Si el dueño de casa es
previsor y prudente no se deja sorprender por el ladrón que asalta las casas
que no están bien guardadas. La imagen del ladrón nocturno representa la venida
de improviso del Hijo del hombre como juez y salvador. Saben que el día del
Señor vendrá como un ladrón en plena noche, dice Pablo (1 Tes 5,2; ver también
2 Pe 3, 10 y Ap 3, 3)
La parábola del administrador va dirigida, en primer lugar, a los
que tienen oficio de presidir o dirigir la comunidad. Por ser hombre de su
confianza, el señor le confía al administrador durante su ausencia la
responsabilidad de todo su personal de servicio. Tiene que ver para que nada
les falte: tiene que distribuirles a su debido tiempo la ración de trigo.
Si es fiel y prudente se hará merecedor de una recompensa que
nadie puede imaginar: lo pondrá al frente de todos sus bienes (cf. Lc 19,
17-19). Pero si piensa: Mi Señor tarda en venir, y se pone a golpear a los
criados y criadas, a beber y a emborracharse, traicionando la confianza de su
patrón y obrando de manera prepotente con sus subordinados, vendrá el señor y lo
castigará con todo rigor.
La Iglesia sólo tiene un jefe y señor: Jesucristo (cf. Mt 23,
8-10). Todos los demás somos hermanos y servidores, incluso cuando a uno se le
hace administrador. Pero en cierto sentido, todos somos administradores porque
los bienes de los que disponemos o gerenciamos no son propios. Todo lo que
somos y tenemos es don de Dios y debemos considerarlo así para cuidarlo bien.
Al mismo tiempo todos somos siervos, como el mismo Señor que se hizo siervo de
todos.
Recibimos la misma responsabilidad de servir la vida de los demás
haciendo oportunamente lo que se debe. Somos siervos fieles si actuamos según
la voluntad del Señor; prudentes si la preferimos por encima de cualquier otro
interés o motivación para poder acertar. Finalmente, quien ha recibido la
misión de presidir la comunidad sólo podrá cumplirla bien si se mantiene como
servidor de los servidores y no se transforma en patrón.
Entonces reproduce en su vida la del siervo malo y traidor que
golpea a los otros; ya no sirve ni a Dios ni a los demás y no reconoce al Señor
que viene continuamente. Ese tal recibirá una pena que supera toda comparación:
lo castigará con todo rigor, que literalmente se traduce: será partido en dos. Porque,
en efecto, su existencia está dividida, lejos de sí mismo, de Dios y de los
demás. Por eso el Señor no lo reconoce, porque él no ha reconocido a nadie.
Siempre que Jesús habla de nuestro destino final lo
hace en tono serio, grave, pero no de amenaza, no hay que leerlo así; no es
para asustarnos, sino para motivar la responsabilidad que tenemos de nosotros mismos y para que aprovechemos el presente, que es el
tiempo de su venida. Y recordando siempre que a quien mucho se le dio,
mucho se le exigirá; y a quien mucho se le confió, más se le pedirá.
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