P. Carlos Cardó SJ
Santiago y San Juan Apóstoles, hijos de Zebedeo, obra atribuida al
Maestro de la Ventosilla (primer tercio del siglo XVI). Museo de las
peregrinaciones, Santiago de Compostela, España
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Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: "Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir".El les respondió: "¿Qué quieren que haga por ustedes?".Ellos le dijeron: "Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria".Jesús les dijo: "No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que yo beberé y recibir el bautismo que yo recibiré?"."Podemos", le respondieron. Entonces Jesús agregó: "Ustedes beberán el cáliz que yo beberé y recibirán el mismo bautismo que yo.En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes han sido destinados".Los otros diez, que habían oído a Santiago y a Juan, se indignaron contra ellos.Jesús los llamó y les dijo: "Ustedes saben que aquellos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad.Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes;y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos.Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud".
En su camino a Jerusalén donde va a ser entregado, Jesús instruye
a sus discípulos sobre la fidelidad en el matrimonio y sobre el uso adecuado de
la riqueza. A continuación les habla del poder,
quizá la más intensa y ardiente pasión de los seres humanos. Quiere
fortalecerlos para que, al verlo caer en manos de los poderosos, inerme y sin
defensa, no se desilusionen de él. Pero los discípulos no entienden y, sin
importarles las enseñanzas de su Maestro, se ponen disputar entre sí sobre los
primeros puestos en el grupo.
El tema del poder acompañó a Jesús a lo largo de su vida. Ya al
comienzo de su actividad pública, el diablo lo tentó, ofreciéndole una forma de
poder sobre las naciones, que significaba un modelo de salvador-mesías opuesto
a los planes de Dios.
Después, pudiendo Jesús ubicarse en las esferas del poder, optó
por mantenerse alejado de los poderosos, que defraudaban la confianza de la
gente, oprimían a los débiles, transmitían falsas imágenes de Dios y se
enriquecían con la religión. Sus mismos discípulos pretendieron disuadirlo del
tipo de mesías con el que se identificaba, algunos esperaban que empleara la violencia para instaurar el
reino de Dios, y todos se oponían a su idea de ir a Jerusalén, adonde podía
acabar mal.
Pero Jesús no dio marcha atrás y los
exhortó más bien a buscar la verdadera grandeza que se obtiene en el servicio: el que quiera ser el primero, ha de ser el
último y el servidor de los demás, les dijo (9,35).
Al igual que Pedro, los discípulos no pensaban como Dios, sino
como los hombres. Obraban en ellos las motivaciones de búsqueda de poder, honor
y dominio. Santiago y Juan, poniendo de manifiesto lo que todos los del grupo
sienten, hacen ver que no quieren ir detrás como correspondía al discípulo que
seguía a su Maestro, sino delante de todos, en los puestos de mayor importancia.
Jesús tiene que explicarles en qué consiste la verdadera grandeza
a la que deben de aspirar. ¿Pueden beber
el cáliz de amargura que yo voy a beber o pasar por el bautismo por el que yo
voy a pasar?, les pregunta. Beber el
cáliz significa comulgar con él, identificarse con él hasta participar de
su mismo destino en un servicio a los demás hasta la muerte. El bautismo por el que tiene que pasar
significa hundirse en el abismo del sufrimiento, el pecado y la muerte de sus
hermanos, movido por el amor que lo lleva a dar la vida por ellos.
Los otros discípulos, al ver el proceder de Juan y Santiago, se molestan
porque sienten amenazadas sus propias ambiciones. Jesús, entonces, profundiza en
su enseñanza. Les hace ver lo que sucede en las naciones cuando los que gobiernan
ejercen el poder oprimiendo al pueblo. Y proclama tajantemente: ¡No debe ser así entre ustedes! Esto es
lo que deben evitar. Honores, prestigio, poder, obtenidos oprimiendo a la
gente, es lo más contradictorio y nefasto que puede haber en la comunidad de
hermanos que él quiere fundar.
Y este principio vale para todos, pequeños y grandes, y también
para la Iglesia, que no puede dejar de confrontarse con él si no quiere reproducir
–en sus instituciones, en sus representantes y en los cristianos comunes– lo
que ocurre en cualquier institución mundana.
La enseñanza de Jesús culmina en la frase: El Hijo del Hombre no ha venido para que lo sirvan, sino para
servir y dar su vida en rescate por todos. Tenemos aquí la clave para entender quién es Jesús y cuáles eran
las motivaciones que orientaban su vida. Ésta es también la razón de fondo que
lleva a los cristianos a concebir la vida como servicio, como don recíproco de
vida, entre hermanos y hermanas, hijos e hijas de un mismo Padre.
Sólo en esta perspectiva encuentra la persona humana la verdad de
su ser y la verdad de Dios, tal como Jesús nos la ha revelado. Sólo así la
persona se relaciona con Dios por medio de la fe verdadera que se demuestra amando
y sirviendo a los demás.
La búsqueda del poder ha sido siempre causa de división en los
grupos humanos y también en la Iglesia desde sus orígenes. La ambición, el ejercicio
abusivo de la autoridad y, en general, las diversas formas de carrerismo con las que los hombres
buscan destacar por encima de los demás, sigue siendo un tema actual en la
Iglesia y en la vida de los cristianos.
Pero el hecho es que tarde o temprano a todos nos
toca asumir alguna forma de poder, en la medida en que nos corresponde ejercer
alguna función de autoridad, dirigir a otros, tomar decisiones, ya sea en el
campo político, empresarial, familiar o en cualquier organización a la que
pertenezcamos. Frente a esto, el evangelio es claro: hay dos formas
diametralmente opuestas de ejercer el poder: la que aplica la jerarquía de
valores de éxito y dominio según el mundo y la que se guía por el valor supremo
del servicio a los demás, a ejemplo de Jesús.
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