P. Carlos Cardó SJ
Jonás y la ballena, óleo de 1621 de Pieter Lastman (1583-1633). Museo Palacio de Arte de Düsseldorf, Alemania |
Al ver Jesús que la multitud se apretujaba, comenzó a decir: "Esta es una generación malvada. Pide un signo y no le será dado otro que el de Jonás.Así como Jonás fue un signo para los ninivitas, también el Hijo del hombre lo será para esta generación.El día del Juicio, la Reina del Sur se levantará contra los hombres de esta generación y los condenará, porque ella vino de los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón y aquí hay alguien que es más que Salomón.El día del Juicio, los hombres de Nínive se levantarán contra esta generación y la condenarán, porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás y aquí hay alguien que es más que Jonás.
La raíz fundamental de la fe es la confianza.
Los contemporáneos de Jesús, a pesar de haber visto las obras buenas que hacía,
no confiaron; en vez de seguirlo pretendieron que él obedeciera sus exigencias
de pruebas extraordinarias para creer. Habían visto sus obras en favor de los
enfermos, pero las atribuyeron a Belzebú, príncipe de los demonios. Habían escuchado
su enseñanza, pero les resultaba insoportable la imagen nueva de Dios que
transmitía, que modificaba su fe, su moral y, sobre todo, les quitaba autoridad
y poder ante el pueblo.
La petición que le hacen de un signo
extraordinario para creer en él recuerda la tentación del maligno, cuando lo
subió a la parte más alta del templo y le dijo: Tírate de aquí abajo… (Lc 4, 9). Por eso Jesús rechaza tajantemente
esa petición y añade que a esa generación sólo se le dará el signo de Jonás: el
profeta que con su predicción logró que todos los habitantes de Nínive se
convirtieran; y el signo de la reina de Saba que hizo un largo viaje para
conocer la sabiduría de Salomón.
Jonás es el profeta bíblico conocido por todos
los judíos. Recibe de Dios la misión de ir a predicar la conversión a los
habitantes de Nínive, opulenta ciudad asiria en la región actual del Mosul en
Irak, famosa por sus riquezas y las malas costumbres de su gente. El profeta se
rebela, no quiere la salvación de los ninivitas y cree imposible que se
conviertan. Además, se niega a seguir a un Dios que es capaz de tener
misericordia con gente así.
Se escabulle, huye de su vocación, sufre un
naufragio que le hace acabar en el vientre de un enorme pez; pero nada de eso
le convence. Finalmente predica en Nínive aunque de mala gana y sin ninguna
confianza. Y ocurre lo inesperado: la ciudad pagana se convierte, desde el rey
hasta el último vasallo y hasta los animales, todos hacen penitencia y Dios los
perdona. Jonás se enfada. Dios le va a enseñar: hace que se seque el ricino que
le da sombra. El profeta maldice por el calor que hace. Y Dios le dice: Tú te
molestas por un simple ricino ¿y yo no voy a tener compasión de todo un pueblo?
Jonás es signo: fue enviado desde lejos para
predicar la conversión a los habitantes de Nínive y éstos se convirtieron. Su
persona y su palabra bastaron porque Dios actuó por él. Los ninivitas creyeron
en su palabra, y eso sólo bastó para la conversión. Jesús, por su parte, es el
enviado de Dios, de él procede, y es más que un profeta, pero las reacciones de
sus oyentes han sido de lo peor. Por eso los ninivitas se levantarán contra esa
generación perversa y la condenarán.
A continuación Jesús recuerda a sus oyentes la
historia de la reina del Sur o de Saba (1 Re 10, 1-29; 2 Cr 9,1-12), conocida
como Balkis en la tradición islámica, soberana de un pequeño reino al sur de
Arabia, identificado como Etiopía.
Ella también es un signo porque hizo un largo
viaje, cargada de regalos de oro, piedras preciosas y especias, para escuchar
la sabiduría del rey Salomón; Jesús, por su parte, viene a Israel encarnando en
su persona y transmitiendo con su palabra la auténtica sabiduría de Dios y su
proclamación salvífica, pero le han dado la espalda, no han querido escucharlo.
Por eso en el día del juicio, la Reina del Sur acusará también a los
detractores de Jesús, porque él es más que Salomón.
Por todo eso, Jesús se niega a darles otra
señal. Su persona y su palabra les deberían bastar. Él es el “testigo”
primordial de Dios y de su amor; quien cree y confía en él, acepta que Dios
actúa en él, ama, perdona, salva, instaura su Reino. Su credibilidad plena está
basada en la perfecta coherencia que se da entre su palabra y su vida. Ha
anunciado la buena noticia de la salvación ofrecida por Dios a todo el que se
convierte y cree. En vez de pedirle signos hay que escuchar su palabra y acoger
su persona, su forma de ser humano.
No hacen falta signos espectaculares para responder
a su llamada. Dios respeta la libertad de sus hijos que pueden acoger su
ofrecimiento o rechazarlo, y respeta al mismo tiempo la verdad del amor que no
requiere de pruebas y crea libertad. Quien ama a otro está siempre expuesto al
rechazo y a sufrir por ello; pero no puede constreñir. Quiere que
se le ame libremente; lo contrario no es amor verdadero.
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