P. Carlos Cardó SJ
Cristo en casa de Marta y María, óleo
sobre lienzo de Alessandro Allori (1605), Museo de Historia del Arte de Viena,
Austria
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En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Ésta tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra.Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio; hasta que se paró y dijo: "Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano."Pero el Señor le contestó: "Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán."
Antes de este
pasaje de Lucas está la parábola en la que Jesús se identifica con el samaritano
que tuvo compasión del hombre caído en el camino y le buscó una posada. En el
camino hacia Jerusalén, el Buen Samaritano busca alojamiento en casa de dos
mujeres, Marta y María. El que enseña a acoger, ahora es
acogido.
Poco sabemos
de estas dos mujeres que lo reciben: sólo que son las hermanas de Lázaro (cf. Jn
11, 1-5). María podría ser la mujer que, en Betania, ungió al Señor antes
de su pasión (Mc 14,3-9; Mt 26,6-13). Y algunos comentaristas creen que
es la misma mujer que –según Lc 7, 36ss– se acercó a Jesús con un vaso de
alabastro lleno de un perfume precioso que derramó sobre sus pies.
Marta critica
a su hermana porque no la ayuda en los trabajos materiales, en que ella se
afana para acoger a Jesús, como cree que debe hacerlo. Pero Jesús le replica,
invitándola a hacer suya la actitud de María que, a sus pies, escucha
con atención su palabra. Sin la palabra del Señor todo pierde su auténtico
valor e incluso “sabor”.
Se ha dicho
tradicionalmente que Marta representa la actividad y María la oración. Pero no
hay que contraponer a Marta con María ni a la acción con la oración, hay que
integrarlas. Lo que enseña el texto de Lucas es que se ha de purificar la
acción por medio de la oración y escucha del Señor porque, sin esto, la acción
–aunque sea buena y prolífera– puede perder orientación y convertirse en
búsqueda de uno mismo. Con la oración, que nos hace escuchar la Palabra, nuestra
acción se ahonda y purifica.
María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán. Jesús elogia la sencilla y sincera
receptividad para la escucha. Con esa disposición, la persona deja entrar en su
corazón el amor, que es lo que confiere sentido a todo lo que hace por los demás.
“Lo único necesario” es experimentar vitalmente el ser amado sin condiciones.
Esto, y sólo esto, da al cristiano la íntima certidumbre de la que brota la
calma y la quietud frente a toda circunstancia. El deber no basta. Hay que
descubrir el valor de lo gratuito. Ya los profetas lo habían intuido: “Se salvarán si se convierten y se calman;
pues en la confianza y la calma esta su fuerza”, dice Isaías (30,15).
Necesitamos integración personal y calma interior porque andamos
divididos y ansiosos. Los quehaceres materiales y los negocios del mundo ahogan
en nosotros, como zarzas y malezas, la semilla sembrada en nuestra tierra. Necesitamos
parar, recogernos en nuestro interior y ponernos a los pies del Maestro cada
día. Él nos recordará: Busquen, más bien, el Reino y todas las cosas se les
darán por añadidura (Mt 6,33; Lc 12,31).
Dejar de escuchar la palabra del Señor, por muchas pretendidas
obras buenas e importantes que se hagan, significa tanto como apartarse del
reino y correr el riesgo de echarse a perder. Pensemos, pues, en lo importante
que es saber integrar el servicio a los demás con la escucha de la palabra de
Jesús, sin tratar de rebajar ésta con falsos pretextos.
Al mismo tiempo, el pasaje de Marta y
María nos recuerda que Dios está llamando continuamente a nuestra puerta. Lo
que pasa es que no queremos oír su llamada o no sabemos cómo acogerlo. Pero hay
algo que el texto evangélico hace evidente: Cuando Cristo llama a mi puerta en la
forma de un hombre o una mujer que necesita mi ayuda, lo que debo hacer no
puede consistir solamente en darle cosas (por valiosas que sean, y que a fin de
cuentas es Él mismo quien nos las da), sino ante todo hacerme consciente de que
es Él quien viene a mí como un regalo en ese hermano o hermana que ha tocado a mi
puerta.
Esto, pues, debe reflejarse en el trato que le doy. Quien a ustedes acoja a mí me acoge (Mt
10,40). “Hospes sicut Christus”, al huésped se le recibe como a Cristo, dice
la regla benedictina: “Recíbanse a todos los huéspedes que llegan como a Cristo.
…Y al recibir a pobres y peregrinos se tendrá el máximo de cuidado y solicitud,
porque en ellos se recibe especialmente a Cristo, pues cuando se recibe a
ricos, el mismo temor que inspiran, induce a respetarlos” (Regla de San Benito).
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