P. Carlos Cardó SJ
Cristo y los fariseos. Obra del pintor calvinista Jacob Jordaens (1593-1678) |
«¡Ay de ustedes, fariseos, que pagan el impuesto de la menta, de la ruda y de todas las legumbres, y descuidan la justicia y el amor de Dios! Hay que practicar esto, sin descuidar aquello.¡Ay de ustedes, fariseos, porque les gusta ocupar el primer asiento en las sinagogas y ser saludados en las plazas!¡Ay de ustedes, porque son como esos sepulcros que no se ven y sobre los cuales se camina sin saber!".Un doctor de la Ley tomó entonces la palabra y dijo: «Maestro, cuando hablas así, nos insultas también a nosotros».El le respondió: «¡Ay de ustedes también, porque imponen a los demás cargas insoportables, pero ustedes no las tocan ni siquiera con un dedo!»
Los fariseos
tenían fama de hombres muy religiosos y ejercían poder sobre la mente y
conciencia de la gente. Para mantener tal poder andaban siempre cuidando la
propia imagen para que la gente los admirara y alabara. Esta búsqueda de sí
mismos los llevaba a tergiversar las acciones destinadas a honrar a Dios,
convirtiéndolas en medios para acrecentar su fama. Jesús condena esta
manipulación de lo religioso y de la moral, y pone algunos ejemplos.
El pago de la
décima parte del producto de las cosechas y negocios era destinado al
mantenimiento del santuario y al auxilio de los extranjeros, huérfanos y
viudas. Haciendo esto, el judío expresaba su reconocimiento a Dios, de quien lo
recibía todo, e imitaba la generosidad que tuvo con Israel en su larga marcha
por el desierto hacia la tierra prometida.
Porque Dios
los sacó de la esclavitud y los alimentó en el desierto, ellos debían atender a
sus hermanos necesitados. Esta economía de la contribución solidaria estaba
reglamentada con normas sobre la limosna, el pago del diezmo y el año jubilar
(Deut 14, 22-15, 18; 26, 1-15). Se procuraba así una cierta igualdad, se
subvencionaba a los pobres y se fomentaba el acceso de todos a la propiedad (ya
que en el año jubilar se condonaban las deudas y se devolvían las tierras
tomadas en hipoteca).
Los fariseos,
con el cumpliendo de estas norman, daban la impresión de que reconocían los
dones de Dios aun en las cosas mínimas, pero en realidad, por buscarse a sí
mismos, actuaban injustamente, no practicaban la misericordia, juzgaban a los
demás y se jactaban de ser ejemplares cumplidores del deber. Descuidan la justicia y el amor de Dios,
les dice Jesús. No los mueve la justicia, cuya norma suprema es el amor y se
demuestra en el no juzgar, no condenar y dar con generosidad (cf. 6, 36s).
Esto es lo que hay que hacer sin omitir aquello, añade Jesús. Lo
primero es el mandamiento del amor, con que se cumple toda la ley. En segundo
lugar, como muestra de ese mismo amor, vendrá el cuidado de las cosas pequeñas,
como el pago del diezmo por la menta, la ruda y las verduras. Quien ama
reconoce que todo le viene de Dios, lo grande y lo pequeño, y comparte con los
demás lo que tiene.
El
egocentrismo y el querer destacar por encima de los demás llevan a la
hipocresía. Las obras exteriores les hacen aparecer como santos, pero su
interior deja mucho que desear. Engañan con sus apariencias para ganar prestigio
y poder. Jesús los compara a los sepulcros blanqueados. Las tumbas no colocadas
en recintos cerrados, como nuestros cementerios, eran pintadas de cal para
evitar que la gente, por no distinguirlas, se contaminase tocándolas, contrayendo
así la impureza que les impedía celebrar el culto. Los fariseos se blanquean
con sus apariencias de puros y santos, pero contaminan a la gente sin que ésta
pueda advertirlo.
Uno de los
expertos de la ley, un fariseo teólogo, replica a Jesús que, con sus palabras,
ofende a los de su categoría. Jesús le responde formulando una serie de
críticas contra los dirigentes religiosos, que definen y programan lo que los
demás deben hacer para salvarse. La primera crítica es contra el poder cultural
y religioso con que controlan y oprimen las conciencias.
No les
critica por sus conocimientos religiosos y morales, sino porque se presentan
como los únicos poseedores de este saber e impiden a la gente vivir en libertad
y alcanzar la verdad. Cargan de obligaciones y prohibiciones a los demás, pero
ellos se eximen de cumplirlas, dicen pero no hacen. Si las cumplieran, como lo
hacía el fariseo Pablo (Ef 3,6), sentirían el peso de esa religión que no deja
espacio para la libertad de los hijos de Dios.
Si Lucas no duda en
consignar todas estas frases de Jesús es porque sabe que el fariseísmo puede
infectar la fe del cristiano de todos los tiempos, puede apagar el Espíritu y
hacer perder la libertad, pues donde está
el Espiritu del Señor, ahí está la libertad (2 Cor 3, 17).
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