P. Carlos Cardó SJ
Fiesta de Simón el Fariseo. Óleo de 1618 de Pedro Pablo Rubens (1577-1640). Museo del Hermitage, San Petersburgo |
Cuando terminó de hablar, un fariseo lo invitó a cenar a su casa. Jesús entró y se sentó a la mesa.El fariseo se extrañó de que no se lavara antes de comer.Pero el Señor le dijo: "¡Así son ustedes, los fariseos! Purifican por fuera la copa y el plato, y por dentro están llenos de voracidad y perfidia.¡Insensatos! El que hizo lo de afuera, ¿no hizo también lo de adentro?Den más bien como limosna lo que tienen y todo será puro.
Jesús fue invitado a almorzar a
casa de un fariseo y fue a sentarse a la mesa sin cumplir con la ceremonia tradicional
de lavarse, al menos las manos, a la vista de todos. El dueño de casa se
escandalizó. Los fariseos pretendían distinguirse por la observancia
escrupulosa de un conjunto de prácticas ritualistas que se creía mantenían puro
al hombre, alejado de la impureza propia de los paganos, pecadores y enfermos.
Según la doctrina de los fariseos
y juristas, el cumplimiento de la ley mediante la práctica de las buenas obras,
hacía justo al hombre y le aseguraba la salvación. Por ello, esta
interpretación había inducido a la casuística y a la moral rigorista que
llevaba a cumplir hasta en los más mínimos detalles lo prescrito en la ley de
Moisés, desmenuzada en más de 350 preceptos menudos, que ocupaban la atención
del judío todo el día. Todo se volvía imprescindible para tener la seguridad de
la salvación, incluso acciones tan ordinarias como lavar copas, vasos y
utensilios de cocina.
La crítica de Jesús va a la raíz
del problema y propone un cambio sustancial: una nueva moral del corazón,
basada en una relación personal, amorosa y confiada con el Padre, basada en el
amor que supera a la ley. La persona se siente motivada para dar cada vez más,
sin sentirse agobiada por el peso –venido desde el exterior– de las
obligaciones legales.
Las normas y tradiciones pueden
estar bien si sirven de ayuda para la entrega a los demás; de lo contrario, pervierten
la religión, tranquilizan las conciencias y dan la falsa seguridad de estar
salvados. Desde esta perspectiva hay que mirar las cosas; sólo así se puede
discernir lo puro y lo impuro, lo importante y lo secundario, lo que agrada a
Dios o no.
Con estas advertencias Jesús se
sitúa en la línea de los grandes profetas que procuraron conducir a Israel
hacia una fe y religiosidad más auténtica, poniendo el amor y la práctica de la
justicia por encima de todo. El profeta Miqueas sintetizó esta orientación con
su frase: Se te ha dicho, hombre, lo que es bueno y lo que el Señor desea de
ti: que defiendes la justicia, que ames con lealtad y que seas humilde con tu
Dios (Miq 6,8).
Desde esa perspectiva, la entrega
a Dios, que se demuestra en la caridad y la solidaridad, cuya expresión más
común es la limosna, es lo que confiere a la persona la verdadera pureza. La
palabra griega eleemosyne, que
traduce el término hebreo sedaqah, justicia
(cf. Lv. 25, 35; Dt. 15, 7- 8.11; 26, 12), no designa una acción meramente filantrópica,
voluntaria, sino que es un deber de justicia vinculado a la solidaridad con la
comunidad.
En las sociedades antiguas, cuya
economía era muy primaria, de subsistencia en su mayor parte, la limosna era
una forma de distribución de los bienes, era parte de la justicia distributiva.
En el Antiguo Testamento la contribución generosa en favor de los pobres es una
acción que se le hace a Dios mismo. Es conocido el proverbio: El que se apiada
del pobre le hace un préstamo al Señor, y él lo recompensará por su buena obra
(Prov 19,17). Daniel aconseja al rey: Redime tus pecados dando limosna y tus maldades
socorriendo a los necesitados (Dan 4, 24).
El libro del Eclesiástico afirma: El
agua apaga las llamas, la limosna consigue el perdón de los pecados (Eclo 3, 30).
Y Tobit exhorta así a su hijo Tobías: Haz limosna con tus bienes y no te desentiendas
de ningún pobre, porque así Dios no se desentenderá de ti.... Da limosna según
tus posibilidades y los bienes que poseas. Si tienes poco, no temas dar limosna
según ese poco, porque es atesorar un buen tesoro para el día en que lo
necesites… Si algo te sobra, dalo en limosna, y que no se te vayan los ojos
tras lo que das... (Tob 4, 7-11.15).
Den limosna de corazón y entonces
quedarán limpios, concluye Jesús. Se trata, pues, de actuar desde el corazón,
que el Espíritu de Dios purifica y renueva (Ez 11, 19; 26, 36; Sal 51, 10; Dt
30, 6). Allí es donde la persona oye lo que debe hacer para que sea el amor, no
la ley, la que rija su conducta. En definitiva, sólo el amor, recibido como
gracia y asumido obedientemente como el camino de la auténtica realización
personal, hace al ser humano capaz de dar de sí con generosidad, sin llevar
cuenta y sin sentirse agobiado ni cansado por el peso de las normas.
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