domingo, 14 de octubre de 2018

Homilía del Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario - El desprendimiento de la riqueza (Mc 10, 17-30)

P. Carlos Cardó SJ
San Francisco dando su manto a un hombre pobre, fresco de Giotto di Bondone (1295), Basílica de San Francisco de Asís, Italia
Jesús estaba a punto de partir, cuando un hombre corrió a su encuentro, se arrodilló delante de él y le preguntó:- "Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para conseguir la vida eterna?".
 Jesús le dijo:- "¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino sólo Dios. Ya conoces los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no robes, no digas cosas falsas de tu hermano, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre".
El hombre le contestó:- "Maestro, todo eso lo he practicado desde muy joven".
 Jesús fijó su mirada en él, le tomó cariño y le dijo:- "Sólo te falta una cosa: vete, vende todo lo que tienes y reparte el dinero entre los pobres, y tendrás un tesoro en el Cielo. Después, ven y sígueme".
Al oír esto se desanimó totalmente, pues era un hombre muy rico, y se fue triste. Entonces Jesús paseó su mirada sobre sus discípulos y les dijo:
- "¡Qué difícilmente entrarán en el Reino de Dios los que tienen riquezas!".
Los discípulos se sorprendieron al oír estas palabras, pero Jesús insistió:- "Hijos, ¡qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el Reino de Dios".
Ellos se asombraron todavía más y comentaban: "Entonces, ¿quién podrá salvarse?".
Jesús los miró fijamente y les dijo:
Ellos se asombraron todavía más y comentaban: "Entonces, ¿quién podrá salvarse?". Jesús los miró fijamente y les dijo: Ellos se asombraron todavía más y comentaban: "Entonces, ¿quién podrá salvarse?". Jesús los miró fijamente y les dijo:
- "Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para Dios todo es posible".
Entonces Pedro le dijo: "Nosotros lo hemos dejado todo para seguirte".
Entonces Pedro le dijo: "Nosotros lo hemos dejado todo para seguirte". Entonces Pedro le dijo: "Nosotros lo hemos dejado todo para seguirte".Y Jesús contestó:- "En verdad les digo: Ninguno que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o campos por mi causa y por el Evangelio quedará sin recompensa. Pues, aun con persecuciones, recibirá cien veces más en la presente vida en casas, hermanos, hermanas, hijos y campos, y en el mundo venidero la vida eterna".
Jesús había declarado que no se puede identificar la vida con lo que uno tiene, pues eso significa echarla a perder: ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? (8,36). Para ganar la vida y realizar el fin de nuestra existencia se ha ordenar el uso de todo lo que uno tiene. El pasaje de hoy explica de manera gráfica en qué consiste el mal uso de los bienes. Corresponde al encuentro de Jesús con un rico, que el evangelista Mateo dice que era un joven (19,20).
El saludo con que se presenta ante Jesús: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?, era superior al que se daba a los rabinos. Por eso Jesús le replica: ¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Implícitamente lo invita a reconocer la bondad de Dios en su persona.
Aclarado esto, le responde a su pregunta, que no es una pregunta cualquiera. El joven quiere saber cómo alcanzar lo que toda persona anhela: una vida plena, bien lograda, realizada, no alienada, no errada ni echada a perder, es decir, la vida eterna que Dios dará a los que cumplen su voluntad. Por eso Jesús plantea al joven la primera condición para lograrlo: la observancia de los mandamientos que tienen que ver con el amor al prójimo, es decir, no mates, no seas adúltero, no robes, no des falsos testimonios, no estafes a nadie y honra a tus padres. El mandamiento que tiene que ver con el amor a Dios, lo deja para después y lo definirá como seguirle a él: ¡ven y sígueme! (v.21), porque en él Dios se revela como Dios-con-nosotros.
El joven queda insatisfecho, quiere algo más. Es una buena persona que desde niño se ha portado bien, conforme a la ley. Jesús, que valora el corazón de las personas, lo miró con cariño, dice el evangelio, y se animó a proponerle el mayor desafío: Una cosa te falta. Vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo–  luego ven y sígueme. Tener un tesoro en el cielo, es decir, tener a Dios como el tesoro, ha de ser la motivación. Cuando es así, cuando Dios es lo más importante, la persona puede renunciar a los bienes y destinarlos a resolver las necesidades de los pobres.
Al oír esto, el joven puso mala cara y se alejó entristecido porque tenía muchos bienes. No se animó a seguir a Jesús y nunca más se supo de él. La riqueza que había acumulado le tenía agarrado el corazón y le hacía imposible creer que Dios podía ser su tesoro, y que podía situarse ante sus bienes de manera diferente para preferir a Dios y ayudar a los demás. Debió afectarle mucho a Jesús, pues lo había mirado con cariño, pero Él no entra en componendas: Mirando alrededor, dijo a sus discípulos: ¡Qué difícilmente entrarán en el reino de los cielos los que tienen riquezas!
Como en el caso del matrimonio indisoluble, también aquí los discípulos se quedaron asombrados. Y Jesús insistió: ¡Qué difícil es entrar en el reino de Dios!  Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entrar en el reino de Dios.
¿Por qué una frase tan categórica? Lo que Jesús quiere decir con ella, empleando un lenguaje sin duda adaptado a la mentalidad oriental, es que el dinero tiene un extraordinario poder de agarrar el corazón del hombre, hacerlo insensible a las necesidades del prójimo, llevarlo a cometer injusticias y alejarlo de Dios.
La ambición del dinero es una verdadera idolatría. Y es un hecho universal, pues todos sientan su tremenda atracción ya sean cristianos, judíos, musulmanes o ateos, en todas partes del mundo. ¿Acaso no es el dinero la causa de la mayoría de las corrupciones que afectan tanto a todos los países? ¿Acaso no es por el dinero que los hombres pierden hasta su honor y exponen aun a su propia familia a las desgracias más lamentables?
Por eso Jesús emplea este lenguaje tan gráfico y tajante.  Es como si nos dijera: ¡Convénzanse, los bienes de este mundo son bendición y vida si se comparten, pero se tornan maldición y muerte si se acumulan para el propio provecho y goce! Lo que se retiene con ambición, eso divide; lo que se comparte, eso une.
Emplear el dinero para llevar una vida digna y contribuir al desarrollo de la sociedad, generando fuentes de trabajo, compartiendo las ganancias con equidad y ayudando a promover la vida de la gente, en especial de los necesitados, eso significa tener en cuenta la soberanía de Dios. Sólo teniendo a Dios como lo más importante en la vida y rechazando al ídolo de la riqueza se puede vivir la alegría de una vida honesta, anticipo del gozo pleno y eterno del Reino.
Sólo la gracia, que Dios da a todos, puede hacer que el rico cambie de actitud frente a su riqueza y se salve. Este milagro ocurre cuando la persona se pone ante Jesús que le hace ver: Donde está tu tesoro, ahí está tu corazón. El evangelio nos abre los ojos a lo que ocurrió desde los primeros tiempos del cristianismo y sigue ocurriendo hoy: con qué facilidad las personas se corrompen cuando entre ellas y Dios, entre ellas y el prójimo, entre ellas y el bien del país, se pone de por medio el ansia de dinero.
Sólo el respeto a los valores del evangelio y su aplicación a las relaciones en sociedad hará posible, como dijo el Papa Francisco en su primera exhortación, que se resuelvan los problemas de los pobres, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados y a la especulación financiera; que se ataquen las causas estructurales de la inequidad; que los gobernantes y los poderes financieros levanten la mirada y amplíen sus perspectivas; que procuren que haya trabajo digno, educación  y salud para todos; que quienes están esclavizados por una mentalidad indiferente y egoísta, puedan liberarse y alcancen un pensamiento más humano, más noble, más fecundo, que dignifique su paso por esta tierra (Cf. Evangelii gaudium, 202, 205, 208).

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