P. Carlos Cardó SJ
La higuera seca, obra del pintor griego Konstantinos Baklatzis (1947 - ) Colección privada |
En ese momento se presentaron unas personas que comentaron a Jesús el caso de aquellos galileos, cuya sangre Pilato mezcló con la de las víctimas de sus sacrificios.
El les respondió: "¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás?Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera.¿O creen que las dieciocho personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé, eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén?Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera".Les dijo también esta parábola: "Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar frutos y no los encontró.Dijo entonces al viñador: 'Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y no los encuentro. Córtala, ¿para qué malgastar la tierra?'.Pero él respondió: 'Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré.Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás'".
Jesús aprovecha dos acontecimientos vividos por su pueblo para dar
al creyente un criterio de lectura de los males que ocurren en el mundo y del
modo como Dios actúa.
El primero es un mal producido por la libertad y la maldad humana,
en ese caso, por Poncio Pilato, gobernador romano de la Judea, que sometió a
mano de hierro a los judíos. El incidente de los galileos, cuya sangre mezcló
Pilato con la de sus sacrificios, fue una muestra de su crueldad.
El segundo acontecimiento es un accidente que pone de manifiesto
la manera violenta e inevitable en que actúan a veces las leyes de la
naturaleza. Fue la muerte trágica de dieciocho desgraciados que murieron
aplastados al caerse la torre de Siloé en Jerusalén.
Ambos acontecimientos, como todos los males del mundo, interrogan
al creyente: ¿por qué se producen tales cosas? Ante el mal, producto de la
libertad humana o desencadenado a consecuencia de las leyes naturales, uno
palpa la fragilidad del ser, el riesgo de la existencia. Los males, en
definitiva, abren los ojos del creyente a la acción de Dios que tiene poder
para salvarnos, pero cuenta con nuestra libre colaboración.
Es comprensible que ante los males del mundo el hombre se pregunte
acerca de la bondad de Dios y de su creación. Pero no siempre tiene que ser
así. La fe cristiana no propone explicaciones consoladoras del mal, sino que
impulsa la búsqueda de medios para superarlo y cambiar el mundo en dirección
del reino de Dios. Este fue el camino que escogió Jesucristo.
Él nos enseñó a hacer presente en toda situación dolorosa la
fuerza del amor de Dios que supera todo sufrimiento. Y porque en Jesús se nos
manifestó Dios como amor solidario con el sufrimiento humano, ante la realidad
muchas veces dolorosa de nuestro mundo, no renunciamos a nuestra confianza en él.
Jesús, además, rechaza toda interpretación maniquea, que divide a
los hombres en buenos y malos. No es justo ver el pecado en los otros, para
justificarnos o descargar nuestra responsabilidad. Jesús nos propone, en
cambio, la actitud honesta de quien reconoce que el mal actúa en todos y por
eso ante Dios todos somos pecadores. Por eso, antes de echar la culpa a los
demás, examinemos nuestra conciencia.
La segunda parte del texto trae la parábola de Jesús sobre la
higuera que no daba frutos. Con ella nos advierte que no debemos desaprovechar
el tiempo que Dios nos da, sino que debemos emplearlo para dar los frutos que
llevaremos cuando estemos ante él.
El mensaje de la parábola es claro. La viña simbolizaba al pueblo
de Israel. En ella, el árbol de la higuera, ubérrimo en frutos dulces,
representaba la ley de Dios, que debía crecer y fructificar en la viña. Estos
simbolismos valen también para nosotros: nuestro mundo es la viña del Señor y
cada uno de nosotros es higuera destinada a dar fruto. Dios, el viñador, trabaja
con nosotros y espera, lleno de paciencia y misericordia.
El Dios del perdón, el viñador, le concede un plazo a la higuera
para que dé fruto. Cristo intercede por nosotros para que tengamos una
oportunidad y nos convirtamos a él. Dios tiene paciencia con ustedes, porque no
quiere que nadie se pierda sino que todos se conviertan (2 Pe 3,9). Así, cuando
el creyente reconozca todo el esmero que le dispensa su señor también él querrá
ser útil para los demás y para el mundo.
La parábola señala la diferencia que hay entre el comportamiento
de Dios y el de los hombres. La lógica de éstos es: no sirve, córtala. La
lógica de Dios es: no da frutos, la cuidaré con mayor esmero. Dios no tala la
higuera, es decir, la persona. La respeta, le da una oportunidad para que
cambie, porque la ama.
Un texto del libro de la Sabiduría describe esta actitud de Dios
que ama la vida por él creada: Te compadeces de todos porque todo lo puedes, y
pasas por alto los pecados de los hombres para que se arrepientan. Amas todo
cuanto existe y no desprecias nada de lo que hiciste; porque si algo odiaras,
no lo habrías creado. ¿Y cómo podría existir algo que tú no lo quisieras? ¿Cómo
permanecería si tú no lo hubieras creado? Pero tú eres indulgente con todas tus
criaturas, porque todas son tuyas, Señor, amigo de la vida (Sab 11,23-26)
Jesús no hizo otra cosa que mostrarnos este rostro
de Dios, amigo de la vida, e invitarnos a comprender que
el camino de nuestra salvación consiste en imitar la generosidad de Dios en
nuestro amor y servicio a los demás. En ese amor paciente y bondadoso, que todo
lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera y lo soporta todo (1 Cor 13, 4.7)
consiste el camino más excelente.
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