P. Carlos Cardó SJ
Cristo y el joven rico. 1889. Obra del pintor alemán Heinrich Hofmann (1824-1911). Riverside Church, New York |
En aquel tiempo:Uno de la multitud le dijo: "Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia".Jesús le respondió: "Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?".Después les dijo: "Cuídense de toda avaricia, porque aún en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas".Les dijo entonces una parábola: "Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho,y se preguntaba a sí mismo: '¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha'.Después pensó: 'Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes,y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida'.Pero Dios le dijo: 'Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?'.Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios".
El uso de los bienes materiales y del dinero es un tema importante
en el evangelio de Lucas: no sólo porque son necesarios para vivir, sino porque
tienen un enorme poder de seducción. El evangelio libera a la persona humana de
toda tendencia idolátrica, que la lleve a someterse a las cosas, hasta perder
su libertad frente a ellas y sacrificar en su honor los valores que ennoblecen
y guían la vida. El cristiano ha de poner su confianza en Dios por encima de
todo, ha de obrar con libertad responsable en el uso las cosas de este mundo y demostrar
solidaridad fraterna.
Con el dinero se puede hacer el bien o hacer el mal. El dinero es
malo cuando es mal adquirido, o cuando se emplea para fines malos, o se acumula
para el disfrute egoísta, sin tener en cuenta la suerte de aquellos que podrían
beneficiarse también con él. La acumulación infecunda y egoísta genera
desigualdades injustas y divide a los hermanos. Hay que administrar el dinero
conforme al plan de Dios.
Así, mientras el rico egoísta se llena de enemigos, quien
administra bien sus bienes para que sirvan al desarrollo de su pueblo, para que
den trabajo a la gente y para resolver las necesidades de los pobres, esa
persona es justa, crece en dignidad. En palabras del Papa Francisco: “La
vocación de un empresario es una noble tarea, siempre que se deje interpelar
por un sentido más amplio de la vida; esto le permite servir verdaderamente al
bien común, con su esfuerzo por multiplicar y volver más accesibles para todos
los bienes de este mundo” (Evangelii
Gaudim 203).
El texto de San Lucas comienza con la intervención de un hombre anónimo
que, en medio de la multitud, le pide a Jesús que intervenga para que su
hermano reparta con él la herencia. Jesús se niega a responder en términos
jurídicos como lo hacían los rabinos y expertos en la ley, y prefiere ir a la
raíz misma del conflicto entre los hermanos: la avidez insaciable. Lo que los divide
es justamente lo que debería unirlos: el legado que el padre les ha dejado para
ayudarlos a vivir.
Pero el amor desordenado al dinero lleva a querer apropiarse de él,
sustituye al amor del Padre y crea enemistad con el hermano. Es un hecho
evidente que las relaciones humanas pueden romperse fácilmente cuando están de
por medio el dinero y los bienes materiales, cuando los hombres actúan movidos
por la avaricia y la ambición.
Para ilustrar este principio general Jesús propone luego una
parábola. El protagonista es un rico, un agricultor afortunado que, no
obstante, es calificado de torpe o insensato porque sólo piensa en sí y no
tiene más interés en la vida que programarse un futuro seguro y feliz mediante
la acumulación de bienes. La forma de pensar de este hombre, que no ve más allá
de su mundo solitario, se observa claramente en el modo como se expresa: habla
de mi cosecha, mis graneros, mi trigo, mis bienes. En su horizonte está él
solo, sin su padre Dios y sin sus hermanos los hombres.
No quiere reconocer que los bienes que Dios da han de ser
repartidos. Su afán de seguridad (otra cara del miedo a la muerte) lo impulsa a
acumular riquezas para sí, hasta hacer depender la vida de lo que tiene y no de
lo que es. Pero la verdad de la existencia es otra: aunque se nade en la
abundancia, la vida no depende de las riquezas y quien hace depender su vida de
lo que tiene, echa a perder lo que es: hijo de Dios y hermano de su prójimo.
Ya no tiene a Dios como padre, los demás dejan de ser hermanos
para convertirse en competidores y las mismas cosas, que eran medios para el
sostenimiento y desarrollo de su vida, pasan a ser causa de su desgracia. Por
eso le dice Dios: ¡Torpe! Esta misma
noche te pedirán el alma. ¿Para quién será todo lo que has almacenado?
Necio o
torpe en la Biblia es el hombre que
no tiene en cuenta a Dios ni le preocupa la suerte de los demás; el hombre
vacío y fatuo que pone su confianza en cosas inseguras. Un antiguo escrito
judío dice: “El amor al dinero conduce a la idolatría, porque cuando los pervierte
el dinero, los hombres invocan como dioses a cosas que no son dioses, y eso los
lleva hasta la locura” (Testamentos de los XII Patriarcas, 19,1).
Asimismo el salmo 39,7 dice: El hombre es como un soplo que desaparece, como una sombra que pasa; se
afana por cosas transitorias, acumula riquezas
y no sabe para quién serán. Y el profeta Jeremías expresa el lamento
de Dios por sus hijos que, al olvidarse de él, dejan de ver el justo valor de
la vida y de lo que de veras cuenta para su realización y felicidad plena: Dos maldades ha cometido mi pueblo: me
abandonaron a mí, fuente de aguas vivas, para ir a cavarse cisternas, cisternas
agrietadas que no pueden contener el agua (Jer 2,13).
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