P.
Carlos Cardó SJ
El
lavatorio de los pies, témpera y oro sobre lienzo de Duccio di Buoninsegna
(1308), Museo dell’ Opera del Duomo, Florencia, Italia
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Pedro le dijo a Jesús: "Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido". Jesús respondió: "Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos o campos por mí y por la Buena Noticia, desde ahora, en este mundo, recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos y, campos, en medio de las persecuciones; y en el mundo futuro recibirá la Vida eterna. Muchos de los primeros serán los últimos y los últimos serán los primeros".
¡Qué difícil es entrar en el reino
de Dios! Le es más fácil a un camello
pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios.
Estas palabras de Jesús, como aquellas otras que dijo a propósito del
matrimonio: Lo que Dios ha unido, no lo
separe el hombre, atemorizan a los discípulos. Entonces no viene a cuenta casarse, dijeron en esa ocasión. Entonces ¿quién podrá salvarse?, piensan
en ésta, ¿cómo vamos a sobrevivir?, ¿tendremos seguridad o nos espera la
miseria?
Como
siempre, Pedro se hace el portavoz del grupo e interpela a Jesús: Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos
seguido. Aduce méritos, reclama derechos. No se pone antes a sopesar el
grado de su renuncia, si en realidad lo han dejado todo y si su seguimiento de
Jesús es auténtico o esta mezclado con motivaciones no evangélicas.
Viene entonces la respuesta de Jesús, misteriosa, compleja, que
puede prestarse a malas interpretaciones. Les
aseguro que todo aquel que haya dejado… recibirá cien veces más.
No es que Jesús borre con una mano lo que ha escrito con la otra.
Ni menos se puede manipular este texto para justificar el triunfalismo, las
riquezas o el afán de lucro en la Iglesia. La respuesta de Jesús no va dirigida
directamente a Pedro y al grupo, sino en general a todo aquel que lo siga, y
está formulada como un principio general, que Pedro y los discípulos tendrán
que ver si se aplica a ellos o no, si cumplen o no las condiciones y si
experimentan realmente el amparo de Dios o no, y por qué.
Se recibirá cien veces más
si se rompe toda atadura material o familiar que impida la libertad para poder
adherirse a Cristo y colaborar con Él en la misión de propagar el evangelio.
Con esta libertad y desasimiento, la persona se hace plenamente disponible para
acoger el don que supera todas sus expectativas.
La promesa de compensación por la renuncia es espléndida: cien
veces más, aquí y después de esta vida, en padres y hermanos, porque el
discípulo pasa a formar parte de la comunidad de los que son de Cristo, en la que rige la norma del amor fraterno. Asimismo,
por los bienes materiales dejados, encontrara el céntuplo en casas y campos.
Todo ello se da en la nueva familia, que vive los valores del Reino (cf. Mc 4,11).
Las cien casas equivalen a la vida hecha acogida y apertura a
todos, a la nueva familia, de hombres y mujeres libres que se aman y cumplen la
voluntad de Dios. Esta voluntad se realiza no en el tener sino en el dar y en
el compartir. Lo que vale de una persona no es lo que tiene, sino lo que da. Se
ve al final de la vida: a uno se le recuerda por lo que ha dado… El verdadero rico es el que da,
no el que acapara.
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