P.
Carlos Cardó SJ
Llamada
a los hijos de Zebedeo, óleo sobre tabla de Marco Baisati (1510), Academia de
Bellas Artes de Venecia, Italia
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Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: "Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir".Él les respondió: "¿Qué quieren que haga por ustedes?".Ellos le dijeron: "Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria".Jesús les dijo: "No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que yo beberé y recibir el bautismo que yo recibiré?"."Podemos", le respondieron.Entonces Jesús agregó: "Ustedes beberán el cáliz que yo beberé y recibirán el mismo bautismo que yo. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes han sido destinados".Los otros diez, que habían oído a Santiago y a Juan, se indignaron contra ellos.Jesús los llamó y les dijo: "Ustedes saben que aquellos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos. Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud".
En su camino a Jerusalén donde va a ser entregado, Jesús instruye
a sus discípulos sobre la fidelidad en el matrimonio y sobre el uso adecuado de
la riqueza. A continuación les habla del poder,
quizá la más intensa y ardiente pasión de los seres humanos. Quiere
fortalecerlos para que, al verlo caer en manos de los poderosos, inerme y sin
defensa, no se desilusionen de Él. Pero los discípulos no entienden y, sin
importarles las enseñanzas de su Maestro, se ponen disputar entre sí sobre los
primeros puestos en el grupo.
El tema del poder acompañó a Jesús a lo largo de su vida. Ya al
comienzo de su actividad pública, el diablo lo tentó, ofreciéndole una forma de
poder sobre las naciones, que significaba un modelo de salvador-mesías opuesto
a los planes de Dios.
Después,
pudiendo Jesús ubicarse en las esferas del poder, optó por mantenerse alejado
de los poderosos, que defraudaban la confianza de la gente, oprimían a los
débiles, transmitían falsas imágenes de Dios y se enriquecían con la religión.
Sus mismos
discípulos pretendieron disuadirlo del tipo de mesías con el que se
identificaba, que empleara la
violencia para instaurar el reino de Dios, y, sobre todo, que dejara de pensar
en ir a Jerusalén, adonde podía acabar mal. Pero Jesús no dio marcha atrás y
los exhortó a buscar la verdadera grandeza que se obtiene en el servicio:
el que quiera ser el primero, ha de ser
el último y el servidor de los demás (9,35).
Al igual que
Pedro, los discípulos no pensaban como Dios, sino como los hombres. Obraban en
ellos las motivaciones de búsqueda de poder, honor y dominio. Santiago y Juan, poniendo
de manifiesto lo que todos los del grupo sienten, hacen ver claramente que no
quieren ir detrás, como correspondía al discípulo que seguía a su Maestro, sino
delante de todos, en los puestos de mayor importancia.
Jesús tiene
explicarles pacientemente en qué consiste la verdadera grandeza a la que deben
de aspirar. ¿Pueden beber el cáliz de
amargura que yo voy a beber o pasar por el bautismo por el que yo voy a pasar?,
les pregunta. Beber el cáliz
significa comulgar con Él, identificarse con Él hasta participar de su mismo destino
en un servicio a los demás hasta la muerte. El bautismo por el que tiene que pasar significa hundirse en el abismo
del sufrimiento, el pecado y la muerte de sus hermanos, movido por el amor que lo
lleva a dar la vida por ellos.
Los otros
discípulos, al ver el proceder de Juan y Santiago, se molestan porque sienten
amenazadas sus propias ambiciones. Jesús, entonces, profundiza en su enseñanza.
Les hace ver lo que sucede en las naciones cuando los que gobiernan ejercen el
poder oprimiendo al pueblo. Y proclama tajantemente: ¡No debe ser así entre ustedes!
Esto es lo
que deben evitar. Honores, prestigio, poder, obtenidos oprimiendo a la gente, es
lo más contradictorio y nefasto que puede haber en quienes quieren ser
seguidores de Jesús. Y este principio vale para todos —pequeños y grandes— y vale
también para la Iglesia, que no puede dejar de confrontarse con él si no quiere
reproducir —en sus instituciones, en sus representantes y en los cristianos
comunes— lo que ocurre en cualquier institución mundana.
La enseñanza
de Jesús culmina en la frase: El Hijo
del Hombre no ha venido para que lo sirvan, sino para servir y dar su vida en
rescate por todos. Tenemos aquí la
clave para entender quién es Jesús y cuáles eran las motivaciones que orientaban
su vida. Ésta es también la razón de fondo que lleva a los cristianos a
concebir la vida como servicio, como don recíproco de vida, entre hermanos y
hermanas, hijos e hijas de un mismo Padre. Sólo en esta perspectiva encuentra la
persona humana la verdad de su ser y la verdad de Dios, tal como Jesús nos la
ha revelado. Sólo así la persona se relaciona con Dios por medio de la fe
verdadera que se demuestra amando y sirviendo a los demás.
La búsqueda del poder ha sido siempre causa de división en los grupos
humanos y también en la Iglesia desde sus orígenes. La ambición, el ejercicio
abusivo de la autoridad y, en general, las diversas formas de carrerismo con las que los hombres
buscan destacar por encima de los demás, sigue siendo un tema actual en la
Iglesia y en la vida de los cristianos.
Pero el hecho es que tarde o temprano a todos nos toca asumir
alguna forma de poder, en la medida en que nos corresponde ejercer alguna
función de autoridad, dirigir a otros, tomar decisiones, ya sea en el campo
político, empresarial, familiar o en cualquier organización a la que
pertenezcamos.
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