P. Carlos Cardó SJ
Hombre rico, óleo sobre lienzo de Matthias Stom
(Siglo XVII), Palacio Comunal de Treviglio, Bérgamo, Italia
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Cuando Jesús se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: "Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?".Jesús le dijo: "¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre".
El hombre le respondió: "Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud". Jesús lo miró con amor y le dijo: "Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme". Él, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes. Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: "¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!".Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: "Hijos míos, ¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios".Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros: "Entonces, ¿quién podrá salvarse?". Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: "Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él todo es posible".
Jesús había declarado que
no se puede identificar la vida con lo que uno tiene, pues eso significa echarla
a perder: ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su
vida? (8,36). Para ganar la vida y realizar el
fin de nuestra existencia se ha ordenar el uso de todo lo que uno tiene. El pasaje de hoy
explica de manera gráfica en qué consiste el mal uso de los bienes. Corresponde
al encuentro de Jesús con un rico, que el evangelista Mateo dice que era un joven
(19,20).
El saludo con que se presenta ante Jesús: Maestro
bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?, era
superior al que se daba a los rabinos. Por eso Jesús le replica: ¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno.
Implícitamente lo invita a reconocer la bondad de Dios en su persona.
Aclarado
esto, le responde a su pregunta, que no es una pregunta cualquiera. El joven
quiere saber cómo alcanzar lo que toda persona anhela: una vida plena, bien lograda,
realizada, no alienada, no errada ni echada a perder, es decir, la vida eterna que Dios dará a los que
cumplen su voluntad.
Por
eso Jesús plantea al joven la primera condición para lograrlo: la observancia
de los mandamientos que tienen que ver con el amor al prójimo, es decir, no
mates, no seas adúltero, no robes, no des falsos testimonios, no estafes a
nadie y honra a tus padres. El mandamiento que tiene que ver con el amor a
Dios, lo deja para después y lo definirá como seguirle a Él: ¡ven y sígueme! (v.21), porque en él Dios
se revela como Dios-con-nosotros.
El
joven queda insatisfecho, quiere algo más. Es una buena persona que desde niño se
ha portado bien, conforme a la ley. Jesús, que valora el corazón de las
personas, lo miró con cariño, dice el
evangelio, y se animó a proponerle el mayor desafío: Una cosa te falta. Vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres –así
tendrás un tesoro en el cielo– luego ven
y sígueme.
Tener
un tesoro en el cielo, es decir, tener a Dios como el tesoro, ha de ser la
motivación. Cuando es así, cuando Dios es lo más importante, la persona puede
renunciar a los bienes y destinarlos a resolver las necesidades de los pobres.
Al
oír esto, el joven puso mala cara y se
alejó entristecido porque tenía muchos bienes. No se animó a seguir a Jesús
y nunca más se supo de él. La riqueza que había acumulado le tenía agarrado el
corazón y le hacía imposible creer que Dios podía ser su tesoro, y que podía situarse
ante sus bienes de manera diferente para preferir a Dios y ayudar a los demás. Debió afectarle mucho a Jesús, pues lo había
mirado con cariño, pero Él no entra en componendas: Mirando alrededor, dijo a sus discípulos: ¡Qué difícilmente entrarán en
el reino de los cielos los que tienen riquezas!
Como en el caso del matrimonio indisoluble, también
aquí los discípulos se quedaron asombrados. Y Jesús insistió:
¡Qué difícil es entrar en el reino de Dios!
Es
más fácil que un camello pase por el
ojo de una aguja, que un rico entrar en el reino de Dios.
¿Por qué una frase tan categórica? Lo que Jesús quiere decir con
ella, empleando un lenguaje sin duda adaptado a la mentalidad oriental, es que el
dinero tiene un extraordinario poder de agarrar el corazón del hombre, hacerlo
insensible a las necesidades del prójimo, llevarlo a cometer injusticias y
alejarlo de Dios. La ambición del dinero es una verdadera idolatría. Y es un hecho
universal, pues todos sientan su tremenda atracción ya sean cristianos, judíos,
musulmanes o ateos, en todas partes del mundo.
¿Acaso no es el dinero la causa de la mayoría de las corrupciones
que afectan tanto a todos los países? ¿Acaso no es por el dinero que los
hombres pierden hasta su honor y exponen aun a su propia familia a las
desgracias más lamentables? Por eso Jesús emplea este lenguaje tan gráfico y
tajante. Es como si nos dijera:
Convénzanse, los bienes de este mundo son bendición y vida si se comparten, pero
se tornan maldición y muerte si se acumulan para el propio provecho y goce.
Lo que se retiene con ambición, eso divide; lo que se comparte,
eso une. Emplear el dinero para llevar una vida digna y contribuir al
desarrollo de la sociedad, generando fuentes de trabajo, compartiendo las
ganancias con equidad y ayudando a promover la vida de la gente, en especial de
los necesitados, eso significa tener en cuenta la soberanía de Dios. Sólo teniendo
a Dios como lo más importante en la vida y rechazando al ídolo de la riqueza se
puede vivir la alegría de una vida honesta, anticipo del gozo pleno y eterno del
Reino.
Sólo la gracia, que Dios da a todos sin distinción, puede hacer que
el rico cambie de actitud frente a su riqueza, asuma los valores que Jesús propone
y se salve. Este milagro se produce cuando la persona se pone ante Jesús que le
hace ver: Donde está tu tesoro, ahí está
tu corazón.
El evangelio nos abre los ojos a lo que ocurrió desde los primeros
tiempos del cristianismo y sigue ocurriendo hoy: con qué facilidad las personas
se corrompen cuando entre ellas y Dios, entre ellas y el prójimo, entre ellas y
el bien del país, se pone de por medio el dinero. Pero por encima de las tendencias
y deficiencias humanas, se alza siempre la gracia de Dios, que hace que los
valores del evangelio sean respetados y practicados.
Ser cristiano,significa hacer muchas renuncias,no solo respetar escrupulosamente los Diez mandamientos..podremos abandonar ciertos valores,ciertas practicas.Ciertas ansias de poder..Podre abandonar a ese pequeño reyezuelo que vive en mi corazón y lo llaman Ego?.
ResponderBorrarTodo es posible con ayuda de la gracia de Dios.
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