P. Carlos Cardó SJ
Amistad, óleo sobre lienzo de Pablo Picasso (1908),
Museo Estatal de Nuevo Arte Occidental, Moscú, Rusia
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Jesús dijo a sus discípulos: «Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto. Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre. No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá. Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros.»
Como el Padre me ama a mí, así los amo yo a ustedes. Permanezcan
en mi amor. Tenemos aquí lo más medular del evangelio de Juan y de sus
cartas: la revelación de Dios amor (1 Jn 4,8.16). Dios es amor, esto quiere decir que todo
su ser consiste en amarnos; no sabe ni quiere ni puede hacer otra cosa. Todo tiene su fundamento en el amor
infinito, que es Dios. Y nuestra vida, que Él crea y conduce amorosamente, es la
gloria de Dios, según la inspirada frase de San Ireneo: «la gloria de Dios es
el hombre vivo». O como decía San Clemente de Alejandría: Dios creó al hombre
no porque tuviera necesidad de él, sino para tener en quien poner sus
beneficios.
Creados
por ese amor, elegidos en ese amor (Yo
los he elegido - 15,16) y obedientes a él (Esto es lo que les mando: ámense los
unos a los otros - 15,17), damos fruto abundante y duradero (15,16). Quien orienta así su
vida a impulsos del amor experimenta además la alegría de Jesús: Les he dicho esto para que participen en mi
alegría, y su alegría sea completa (v.11). Nada puede hacer más feliz
que sentirse sostenido por el amor de Dios y corresponder a Él con el amor de
acogida y servicio a los demás.
Entonces,
la misma relación con Dios cambia, se vuelve confianza plena. Lo dice Jesús: Ustedes son mis amigos si hacen lo que les
mando. Ya no los llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su
señor. Los llamaré amigos porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi
Padre (v.14-15). El discípulo, convertido en amigo de
Jesús, transforma sus relaciones con Dios, con los prójimos y consigo mismo. En el amor no hay lugar para el temor. Al
contrario, el amor perfecto destierra el temor, porque el temor supone castigo,
y el que teme no ha logrado la perfección del amor (1 Jn 4,18).
Pero nos cuesta entender que Dios nos
ame de manera tan incondicional y desinteresada, sin restricción, sin necesidad.
No lo entendemos porque nos dejamos influir por la mentalidad del interés y conquista,
de rivalidad y competencia, que hace nuestras relaciones agresivas, celosas e interesadas.
Por eso, nos cuesta imaginar un amor absolutamente limpio, generoso y
desinteresado. Trasladamos eso a Dios y nuestra actitud con Él se pervierte: imaginamos
a Dios como un patrón exigente, un legislador, un juez; todo, menos un
padre/madre que nos ama con amor incondicional.
Al mismo tiempo –lo sabemos bien–,
nuestro interior suele estar cargado de imágenes y sentimientos de obligación y
culpabilidad, de autoexigencias e imperativos ciegos que, en vez de orientar nuestra
conciencia hacia la libertad responsable, la vuelven egocéntrica y temerosa.
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