P.
Carlos Cardó SJ
El
descenso del Espíritu Santo, óleo sobre lienzo de Tiziano Vicellio (1485-1490),
Basílica de Santa María de la Salud, Venecia, Italia
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En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo. El me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes. Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: 'Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes.»
Jesús habla del Espíritu Santo que enviará a los suyos como Espíritu de la verdad. Es el atributo
que quizá más tenemos en cuenta cuando lo invocamos y le pedimos: Espíritu
Santo, ilumina con tu luz nuestras mentes y dispón nuestros corazones para ver
la verdad y saber distinguir lo que es recto.
Él
los guiará a la verdad completa, dice Jesús. Esto no quiere decir que Él nos haya dado la verdad a medias y
por eso el Espíritu deba completarla. Jesús nos lo ha revelado todo. Dios se
nos ha dicho todo en Él. Si se hubiese guardado, por así decir, algo sin revelárnoslo,
aún tendríamos que estar esperando otra revelación definitiva. En Jesús habita
la plenitud de la divinidad, dice San Pablo (Col), en Él, en su Hijo, Jesús
Dios se nos ha dado de una vez y para siempre.
Función del Espíritu consistirá entonces en infundir en nuestras
mentes la luz que necesitamos para interpretar lo dicho por Jesús y para
vivirlo en la práctica y en el presente. El Espíritu Santo no dirá nada
diferente ni contrario a lo que dijo Jesús. Anuncia nuevamente, interpreta, habla
aquí y ahora lo que Jesús dijo entonces, actualiza su presencia viva. Lo que
hace el Espíritu es introducirnos en la verdad que es Jesucristo, mediante el
conocimiento que se adquiere por el amor y que es inacabable, pues siempre se puede conocer
y comprender más aquello que se ama.
Les
anunciará las cosas venideras. Esto no tiene nada que ver con
adivinación y vaticinio del futuro. El ser humano por ser mortal siente el
ansia de saber el futuro. De ahí el recurso a lo mágico, a las predicciones y
los horóscopos, que lo único que hacen es engañar la angustia presente. Las cosas venideras a las que alude Jesús
son las relativas al reino de Dios que se desarrolla escondido como el grano en
tierra o la levadura en la masa. El Espíritu enseña a discernir los signos de
los tiempos, ilumina el presente a la luz del pasado (la Palabra, la vida de
Jesús), mantiene viva en el presente la memoria
Iesu.
Él
me glorificará. La gloria se ha revelado en la humanidad (carne) del Hijo del hombre; por eso no se la capta totalmente, se
mantiene abierta a un conocimiento más y más pleno, hasta el infinito, que el
propio del conocimiento del misterio de Dios. Jesús ya ha sido glorificado por
el Padre en la cruz y en la resurrección. Aquí se habla de la gloria en los discípulos, de la gloria
del Hijo en los hermanos, de la gloria de Dios reflejada en nuestra vida. Yo les he dado la gloria que tú me diste (17,22) para que el amor con que me amaste esté en ellos y yo en ellos (17,26).
Todo
lo del Padre es mío: la misma gloria, el mismo amor,
la misma voluntad salvadora, el mismo ser. El Espíritu transmite eso, introduce
en la vida trinitaria, porque es el
ser-amor de Dios que se difunde en sus criaturas.
Lo
que recibe de mi, lo dará. Comunica a Cristo hasta imprimirlo
en nuestros corazones, para que seamos verdaderos hijos y hermanos, para que
crezcamos continuamente en Cristo, hasta ser transformados en él, para que
nuestra carne mortal como la de él, sea signo del Dios invisible.
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