P.
Carlos Cardó SJ
Detalle de La última
cena, óleo sobre lienzo de Valentin de Bolougne (1625 – 1626), Galería Nacional
de Arte Antiguo, Roma
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Pedro, volviéndose, vio que lo seguía el discípulo al que Jesús amaba, el mismo que durante la Cena se había reclinado sobre Jesús y le había preguntado: "Señor, ¿quién es el que te va a entregar?". Cuando Pedro lo vio, preguntó a Jesús: "Señor, ¿y qué será de este?". Jesús le respondió: "Si yo quiero que él quede hasta mi venida, ¿qué te importa? Tú sígueme". Entonces se divulgó entre los hermanos el rumor de que aquel discípulo no moriría, pero Jesús no había dicho a Pedro: "El no morirá", sino: "Si yo quiero que él quede hasta mi venida, ¿qué te importa?".Este mismo discípulo es el que da testimonio de estas cosas y el que las ha escrito, y sabemos que su testimonio es verdadero.
Jesús hizo también muchas otras cosas. Si se las relata detalladamente, pienso que no bastaría todo el mundo para contener los libros que se escribirían.
Después del diálogo de Jesús
Resucitado con Pedro, en el que le ha ratificado en la misión de apacentar su
rebaño, aparece en escena el discípulo a quien tanto quería. Lo que sigue va a
ser una constatación de que en la comunidad eclesial hay distintas formas de
seguimiento de Jesús y distintas funciones y carismas que deben coexistir en
armonía. Pedro representa a la iglesia jerárquica, el discípulo amado simboliza
a los cristianos que, mediante el trato personal con el Señor y la entrega a
los demás, testimonian hasta el fin de los siglos el amor salvador con que Dios
nos ha amado en su Hijo.
Pedro
miró alrededor y vio que, detrás de ellos, venía el otro discípulo al que Jesús
tanto amaba. Su triple confesión de amor, que ha anulado su triple negación y
ha hecho posible que el Señor le confiera la misión de pastorear a su rebaño,
ha concluido con la orden: Sígueme. Se
ha abierto para él un futuro nuevo, el inicio de un auténtico seguimiento de
Jesús que le ha de llevar hasta la aceptación de su mismo destino de cruz.
Pedro mira alrededor y ve que el discípulo a quien Jesús tanto
quería, viene siguiendo, porque él nunca ha dejado de seguir al Señor. Advierte
entonces la importancia que tiene este discípulo: no ejerce un cargo de
autoridad, pero sí testimonia un hondo conocimiento de Jesús y un profundo amor
a su persona y a su obra.
Es el discípulo que, durante la cena, apoyó su cabeza sobre el
pecho de Jesús, el que estuvo con la Madre al pie de la cruz y miró al que
atravesaron (19,35). Este discípulo tiene la capacidad de escuchar al Señor y
de reconocerlo allí donde no es reconocido por los demás, como hizo en la barca
cuando dijo a Pedro: Es el Señor. Él
representa a la comunidad donde se gestó y escribió el cuarto evangelio (21,
24) y personifica al mismo tiempo al auténtico seguidor de Cristo, que, porque al
haber sido amado primero (13,23; cf. 1 Jn
4,19) tiene un gran amor al Señor y ama a los demás con el amor con que
Cristo los amó.
La condición de este discípulo,
llevada al nivel de lo emblemático, nunca tendrá que faltar en la Iglesia. Las
palabras de Jesús a Pedro: Si yo quiero
que él permanezca hasta que yo vuelva, ¿a ti qué? Tú sígueme, no se refieren
a la vida temporal que iba a tener el autor del cuarto evangelio, sino al amor
que ha de mostrarse en la comunidad como prueba y testimonio de que con la
entrega de Jesús en la cruz y su resurrección, el amor salvador de Dios ha
vencido al pecado y a la muerte.
Cristo Resucitado sigue actuando
en su Iglesia a través del servicio que Pedro como vicario suyo debe ejercer;
pero actúa también en el servicio del discípulo, cuya intimidad con él le mueve
a actuar con aquel amor que es el testimonio más creíble de la salvación que
Dios ofrece.
Queda claro, pues, que lo más
importante en la Iglesia es la demostración del amor en todos los servicios,
funciones y misiones que en ella se ejerzan. Eso es lo que nunca puede faltar, lo
que debe permanecer. Especialmente usado y valorado por Juan, el verbo permanecer, y su sinónimo habitar, recuerdan a la Iglesia que lo decisivo
para poder dar fruto es la unión con Cristo y con los hermanos.
Ese es el “espacio” donde debe permanecer.
Por su parte el creyente recuerda también que el vínculo personal con el Señor
es fundamental, cualquiera que sea el camino que debe
recorrer y afrontar en su seguimiento. Pero en definitiva uno solo es el
camino, el del amor que sostiene el aliento del discípulo a lo largo de la historia:
¡Ven, Señor, Jesús! Ven a dar
cumplimiento a la unión perfecta que esperamos, para que seas uno en nosotros
como el Padre y tú son uno.
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