P. Carlos Cardó SJ
Institución de la Eucaristía, óleo sobre tabla de
Justo de Gante (1465 – 74), Palacio Ducal de Urbino, Italia
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Después de oírlo, muchos de sus discípulos decían: "¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?".Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: "¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen".
En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y agregó: "Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede". Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de Él y dejaron de acompañarlo. Jesús preguntó entonces a los Doce: "¿También ustedes quieren irse?".
Simón Pedro le respondió: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios".
Las
palabras de Jesús sobre la necesidad de comer su cuerpo y beber su sangre para
tener vida eterna han escandalizado a sus oyentes judíos y han chocado también con
la incomprensión de sus propios discípulos. Han quedado desilusionados al ver
que su Maestro no corresponde a la imagen de mesías que ellos tenían. La
insinuación que les ha hecho de que el final de su obra consistirá en la entrega
de su persona en una muerte sangrienta les ha resultado insoportable.
No
podían imaginar un amor que llega a la entrega de la propia vida. Y lo que les
resulta aún más temible es que con sus palabras “comer su carne y beber su
sangre”, Jesús les advierte que ellos también están llamados a hacer suya esa
actitud de entrega, si es verdad que creen en Él y lo siguen. Entonces se produce la deserción, el cisma. Muchos de los discípulos abandonan
a Jesús, protestando: Este lenguaje es
inadmisible, ¿quién puede admitirlo?
En
esos momentos, Jesús, que conoce el interior de cada hombre y es consciente de
la situación, se vuelve a sus más íntimos, a los Doce, y les hace ver que ha
llegado la hora de la verdad, tienen que decidir si aceptan o rechazan su
oferta: ¿También ustedes quieren irse?
Como
en otras ocasiones, Pedro toma la palabra. Su respuesta contiene una profesión
de fe y quedará para siempre como el recurso de todo creyente que, en su camino
de fe, experimente como los discípulos la dificultad de creer, el desánimo en
el compromiso cristiano, la sensación de estar probado por encima de sus
fuerzas.
Entonces,
como Pedro, el discípulo se rendirá a su Señor con una confianza absoluta: Señor,
¿a quién vamos a acudir? Sólo Tú tienes
palabras de vida eterna y nosotros creemos y sabemos que tú eres el
Santo consagrado por Dios. La confianza
de Pedro en su Señor se basa en la convicción, que resuelve toda duda e
inseguridad, de que sólo la forma de vida que Jesús ofrece dignifica la
existencia, porque en Él se muestra la santidad a la que todos estamos
llamados.
Lo
que aconteció en la comunidad de los Doce acontece también en nuestra vida
personal y en nuestra comunidad. Llega un momento en que la crisis se hace
presente y no hay más remedio que optar y asirse con la más entera confianza a
ese amor incondicional e indefectible de Dios por nosotros que se nos ha
revelado en Jesús, la persona más digna de confianza, autor y perfeccionador de
nuestra fe (Hebr 12, 2).
Y
sea cual sea la dificultad o crisis por la que pasemos, surgirá de nosotros la confianza
de Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Sólo tú
tienes palabras de vida eterna y nosotros creemos y sabemos que tú eres el
Santo de Dios.
Venir
a la Eucaristía, recibir en ella el cuerpo del Señor, nos compromete a hacer
sentir a todos aquellos con quienes tratamos la misma confianza que nos da la
entrega de Jesucristo por nosotros. En un mundo afectado cada vez más por la
desconfianza en las relaciones interpersonales, la eucaristía nos compromete a crear
espacios en los que sea posible confiar por la credibilidad a la que todos
aspiran con su vida coherente, honesta y virtuosa. La eucaristía hace que la Iglesia
sea realmente un
recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz para que todos
encuentren en ella un motivo para seguir confiando.
Ser cristiano es duro,podemos abandonarnos a la tentación del dinero fácil de la corrupción,cuando muchos lo hacen y no les pasa nada?.Me puedo mantener honrado,cuando si no robo me tildan de tonto.Hoy ser honrado y pulcro al manejar los dineros públicos,es mas difícil que pasar por el ojo de una aguja.
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