P. Carlos Cardó SJ
La anunciación, témpera sobre lienzo de Rafael Sanzio (1502-03), Pinacoteca
Vatina, Museos del Vaticano, Roma
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El Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: "¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo". Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero el Ángel le dijo: "No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin". María dijo al Ángel: "¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?". El Ángel le respondió: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios".
María dijo entonces: "Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho". Y el Ángel se alejó.
Contemplar a María de Nazaret es
contemplar la imagen de una persona humana plenamente realizada en Dios. Ella
nos muestra aquello que podemos llegar a ser si acogemos la palabra de Dios en
nuestra vida. Porque la grandeza de María consiste en haber obedecido la
palabra del Padre, hasta engendrar en su carne al Hijo de Dios.
Dice San Lucas, que fue enviado
el ángel Gabriel a una joven prometida como esposa a un hombre descendiente de
David, llamado José; la joven se llamaba María. Dios se ha determinado a
entrar en la historia humana para dársenos a conocer y realizar nuestra
redención. Para ello se ha fijado en María, una muchacha judía que se preparaba
para celebrar su boda con José el carpintero del pueblo. La encarnación de Dios
no va a ser un acontecimiento espectacular, se hará en el silencio y la
pobreza, en lo oculto y lo sencillo. Así actúa Dios, así se nos manifiesta.
Todo en María ha sido predestinado por Dios con vistas al
cumplimiento de su voluntad de salvar a la humanidad enviando a su Hijo al
mundo. Dios ha buscado a María, ha querido encontrarse con ella desde su
eternidad. El sueño de Dios en favor de sus hijos puede al fin realizarse. Y
Dios viene, se une a nosotros, se incorpora en nuestra historia, sella su
alianza con nosotros para siempre.
...darás a
luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús... será llamado Hijo del Altísimo,
Dios le dará el trono de David... Todos
los títulos mesiánicos que se le van a atribuir al Hijo de María se resumen en
lo que proclama el ángel. El Hijo de María es el Hijo de Dios Altísimo. Sin
embargo, pasará treinta años en una aldea, y luego como predicador itinerante
en un país pobre, rodeado siempre de gente sencilla, realizará su obra lejos de las esferas de la riqueza y del
poder de este mundo.
El Reino de Dios es diferente. Al
lado de María aprendemos los valores del Reino. Ella nos acoge en la escuela de
Nazaret, para que Jesús nos enseñe los caminos del Reino y podamos tener los
mismos criterios que Jesús enseñó y vivió.
¿Cómo será
esto...?, preguntó María. María no se intimida ante el
Altísimo, se atreve a dirigirle esta pregunta espontánea y natural. El Dios de
María no infunde temor, sino confianza; se puede ser uno mismo ante Él. Por
eso, como todos aquellos que se han sentido llamados a una gran misión, ella
expresa sus dudas, su turbación, su sentimiento de incapacidad. La obediencia
de la fe lleva primero a remontar las dificultades del creer. María no teme,
pues, reconocer ante su Dios su propia incapacidad frente al designio divino
que trasciende toda humana razón: ¿cómo
podrá ser esto si no tengo relación con ningún varón?
Muchas
Marías se han sucedido desde entonces, muchas hermanas y hermanos nuestros a lo
largo de la historia han experimentado, a diferentes niveles, la emoción de ser
enviados a realizar algo grande, superior a los que creían posible. Lo hicieron
porque confiaron en Dios como si todo dependiera de Él y no de ellos y, al
mismo tiempo, pusieron todo de su parte como si todo dependiese de ellos.
Hágase
en mí según tu palabra, es la respuesta de María al ángel. Acoge el plan de Dios en total
obediencia. Dios ha encontrado una madre que le haga nacer entre nosotros. Con
su fe, que le hace referir toda su existencia al Dios que todo lo puede, María no
duda en responder: Hágase. En su palabra
halla eco el Hágase divino, por el
que fueron creadas todas las cosas. Su Hágase
anuncia la nueva creación. María pone a disposición del Padre su cuerpo
virginal, para que su Hijo pueda tener un cuerpo humano por obra del Espíritu
Santo. Lo imposible se hace posible. “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre
nosotros”.
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