P. Carlos Cardó SJ
El milagro de la multiplicación de los panes y de
los peces, óleo sobre lienzo de Dionís Baixeras (1939), colección particular,
Barcelona, España
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Jesús atravesó el mar de Galilea, llamado Tiberíades. Lo seguía una gran multitud, al ver los signos que hacía curando a los enfermos. Jesús subió a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a él y dijo a Felipe: "¿Dónde compraremos pan para darles de comer?". El decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer. Felipe le respondió: "Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan". Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: "Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?". Jesús le respondió: "Háganlos sentar". Había mucho pasto en ese lugar. Todos se sentaron y eran uno cinco mil hombres. Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron. Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: "Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada". Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada. Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía: "Este es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo". Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña.
La acción se desarrolla en Galilea, región pobre de Palestina. Jesús
atrae a una multitud de personas necesitadas que van tras Él porque cura a los enfermos.
Después de atravesar con la gente el mar de Tiberiades y subir a un monte, levantó los ojos y, al ver
la mucha gente que acudía, dijo a Felipe: ¿Dónde podremos comprar pan para que
coman estos? Lo decía para tantearlo porque él ya sabía lo que iba a hacer
(vv. 5-6). Jesús se preocupa de la gente y toma la iniciativa. Su diálogo con
Felipe es sólo para demostrar la incapacidad del hombre para resolver el
problema de la vida, representado en el hambre.
¿Dónde podremos comprar pan para que coman estos? Esa
pregunta sigue resonando hoy. Según las estadísticas de la FAO, 800 millones de
personas en el mundo sufren hambre y desnutrición. Once de cada 100 se
encuentran en esta grave situación. 24.000 personas mueren cada día por causa
del hambre, el 75% de ellas menores de 5 años. Se han venido haciendo esfuerzos
para reducir la magnitud del problema, es verdad, pero aún falta mucho para
remediar esta tragedia del hambre que duele y avergüenza.
Ante esta situación, el mensaje del Evangelio es un llamado a
compartir. Mientras el mal uso que se hace de los recursos naturales –como nos
lo ha dicho el Papa Francisco en su Encíclica Laudato Si’ sobre “El cuidado de la casa común”– siga haciendo que
tales recursos sean cada vez más escasos, y mientras no esté dispuesto cada cual
a contribuir al cuidado de la naturaleza y a compartir la mesa de la creación
con los demás, la pregunta de Jesús seguirá impactando en nuestros oídos
llamándonos a reflexión y, sobre todo, a ver cómo respondemos.
La respuesta que da Andrés a la pregunta de Jesús, abre el camino a la
solución del problema, como Jesús lo enseñará, dice: Aquí hay un muchacho con cinco panes de cebada y dos pescados
secos, pero ¿qué es esto para tantos? Querría mostrar su amor
repartiendo lo que hay, pero ve que no es suficiente.
En su débil condición y con su escasa provisión de panes de baja
calidad (pan de cebada) y pescados secos –es decir, lo más desproporcionado
para la magnitud del problema– el muchacho representa a la comunidad en su
impotencia para resolver el problema del hambre; pero aunque se tenga poco, hay
que repartirlo. Es lo que enseña Jesús: dar de lo que se tiene. El resto lo
hará Jesús y habrá de sobra.
Viene entonces lo central del relato. Jesús
pronuncia la acción de gracias. Dar gracias es reconocer que
algo que se posee es gracia recibida
de Dios. La comunidad de Jesús da gracias por el pan, “fruto de la tierra y del
trabajo humano, que recibimos de tu generosidad”. Se podría decir que el signo
(visto en profundidad) son los bienes de la creación liberados del egoísmo
humano, que alcanzan para el sustento de todos. El milagro es el amor de Dios y
de nosotros: el compartir lo que soy y lo que tengo.
Por todo eso, el signo de los panes tiene un gran simbolismo, que
Jesús explicará en su largo discurso sobre el Pan de Vida (Jn 6, 22-59). Jesús proporciona el pan material e invita a pensar
en el pan que da vida eterna, que es su cuerpo, su vida entregada por nuestra
salvación.
Jesús distribuye el pan. Se puso a repartirlos (v.11); “los
repartes entre nosotros”, decimos en la Eucaristía. Con su actitud de
distribuir el pan, Jesús prefigura la entrega de su vida (Pan de vida, 6,51s y
lavatorio de los pies, 13,5), que se actualizará en la celebración de la
Eucaristía. En ella celebramos la generosidad de Dios a través de su Hijo, que,
en la comunidad multiplica lo que ésta posee para que todos tengan vida.
Quedaron todos satisfechos... recogieron doce canastas con las
sobras… (vv. 12.13). La abundancia del signo realizado por Jesús llena de
entusiasmo a la gente, que lo reconocen como “el Profeta” e incluso quieren proclamarlo rey. Pero este
tipo de poder Él lo rechaza.
Para dar de comer a la multitud no ha partido de una posición de
superioridad y fuerza, sino de debilidad y escasez de recursos. Él sólo busca
servir y dar la vida. Por eso, Jesús huye,
se aleja de los que pretenden cambiar su misión. Se retira solo, como Moisés
después de la traición del pueblo (Ex 34,
3-4). Sólo en el monte de la cruz Jesús será rey (19,19) y entonces sus
discípulos lo dejarán solo (16,32).
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