P.
Carlos Cardó SJ
Pan
de vida, óleo sobre lienzo de Corbert Gauthier (2001), colección privada
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La gente dijo a Jesús: "¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio de comer el pan bajado del cielo". Jesús respondió: "Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo". Ellos le dijeron: "Señor, danos siempre de ese pan". Jesús les respondió: "Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed”.
Los oyentes de Jesús le piden un signo para creer en Él, que les muestre la
obra que realiza. Argumentan que no necesitan a Jesús porque ya siguen a
Moisés, cuya autoridad quedó demostrada con el signo del maná que comieron sus antepasados
en el desierto.
Al igual que la mujer Samaritana consideró a Jesús de menor autoridad
que Jacob –¿acaso te consideras más importante que nuestro padre Jacob, que
construyó ese pozo, del que bebió él, sus hijos y sus ganados?–, así
también los galileos de Cafarnaúm ven más seguro a Moisés, pero sin advertir
que Moisés se ha convertido para ellos en una hecho del pasado, no del presente,
una ideología, que ha servido de soporte a una religión falseada, y a una moral
de conveniencia.
Jesús procurará hacerlos pasar de Moisés al Padre Dios, que ofrece
el don de su amor salvador en el presente y da lo que necesitamos para una vida
verdaderamente plena y feliz. Ofrece el paso de la Antigua a la Nueva Alianza,
de la Ley antigua a la ley del amor que comparte y resuelve el problema de la
vida, simbolizado en el hambre de pan y de evangelio.
Como a la Samaritana que la hizo pasar del deseo del agua material
al del agua viva que sacia toda sed y conduce a la vida eterna, así también a
los galileos los quiere hacer pasar del único pan que les interesa, el que
comieron hasta saciarse, al alimento nuevo, que se comparte para dar de comer a
la multitud, y cuyo significado ellos no han querido comprender.
Les
aseguro que no fue Moisés quien les dio el pan del cielo. Es mi Padre quien les
da el verdadero pan del cielo. El pan de Dios viene del cielo y da la vida al
mundo.
Claramente Jesús se identifica con el pan del cielo, es decir, de
Dios. El pan es símbolo de la vida. Con lenguaje metafórico, los libros
sapienciales (Sabiduría y Salmos, sobre todo) hablan del pan de la palabra de
Dios y concretamente de la ley como alimento que viene del cielo (Dt 8, 3; Sab 16, 20; Sal 119,103).
Jesús supera radicalmente este simbolismo presentándose a sí
mismo, y no sólo a su enseñanza, como el pan de Dios para la vida del pueblo de
Israel y de todo el mundo. Es Dios que desciende y se hace pan para hacernos
compartir su vida divina.
Sin llegar a comprender el significado del don que Jesús prometía,
la Samaritana le pidió: Señor, dame de
esa agua para que no tenga más sed y no tenga que venir hasta aquí para sacarla.
Los galileos, por su parte, han hecho un cierto proceso en su diálogo con
Jesús y han llegado a situarse en el plano espiritual de las obras de la ley
que había que cumplir (6, 28) y han evocado el pan que Dios dio en el desierto
(6, 31).
Piensan por tanto que Jesús
puede ser un rabbí extraordinario capaz de asegurarles el alimento de una
enseñanza de la ley que no les falle y los enrumbe en el camino del bien. En una
palabra, se muestran dispuestos para acoger su enseñanza. Y le piden: Danos siempre de ese pan.
Sin embargo, todavía no comprenden que lo que Jesús les ofrece
como alimento para la vida auténtica no es una simple enseñanza de preceptos
morales ni un conjunto de conocimientos religiosos, sino su propia vida, su
modo de vivir entregado al bien de los demás. Comerlo, asimilar su ser, conduce
a estar con Él, a situarse en la vida como Él lo hace, a mostrar la existencia
del Hijo que se hace pan para los hermanos.
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