P. Carlos Cardó, SJ
Cristo se retira a la montaña por la noche, acuarela sobre grafito
de James Tissot (entre 1886 y 1894), Museo de Brooklyn, Nueva York
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En aquel tiempo, los discípulos le dijeron a Jesús: "Ahora sí nos estás hablando claro y no en parábolas. Ahora sí estamos convencidos de que lo sabes todo y no necesitas que nadie te pregunte. Por eso creemos que has venido de Dios". Les contestó Jesús: "¿De veras creen? Pues miren que viene la hora, más aún, ya llegó, en que se van a dispersar cada uno por su lado y me dejarán solo. Sin embargo, no estaré solo, porque el Padre está conmigo. Les he dicho estas cosas, para que tengan paz en mí. En el mundo tendrán tribulaciones; pero tengan valor, porque yo he vencido al mundo".
Ahora hablas claramente sin usar comparaciones. Ahora estamos
seguros de que lo sabes todo, le dicen los discípulos a Jesús,
como si no les hubiera revelado quién es Él y por qué fue enviado al mundo por
su Padre. Creemos que has venido de Dios,
afirman resueltamente, pero hay algo fundamental que no entienden ni
mencionan: que Jesús ha de volver a su Padre, pasando por la cruz, donde va a
ser glorificado. Saben mucho de Jesús, es verdad, y se muestran seguros de sí mismos,
pero no han comprendido el destino de Jesús y razonan a partir de sus propias
deducciones. Se puede saber mucho sobre Jesús, pero no entenderlo real y
profundamente.
Algo
similar había ocurrido con Pedro que se ufanó ante el Señor: ¿Por qué razón no soy capaz de seguirte ya
ahora? Daré mi vida por ti. Y él le respondió anunciándole que le iba a
negar tres veces. Los discípulos, por su parte, dicen comprender, pero Jesús sabe
que después no creerán lo que vean, se escandalizarán de la cruz. Se dispersarán como el rebaño cuando sea
golpeado el pastor y se harán fácil presa del lobo (cf. Mt 26, 31; Zac 13, 7). Todos lo abandonarán, excepto su madre y el
discípulo. Pero Él seguirá con ellos y, cuando vuelva al Padre, les enviará al
Espíritu de la verdad, que los guiará al conocimiento de la verdad completa.
Pero
yo nunca estoy solo. El Padre está conmigo,
afirma Jesús a continuación como rectificando sus palabras. Alude así a la
lucha interior que libra y que supera con la confianza absoluta que le viene
por su comunión con el Padre. Ya en otras ocasiones había mencionado esta
unión: No estoy yo solo, sino yo y el que
me ha enviado (Jn 8, 16). Y Aquel que
me ha enviado está conmigo; no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que
a él le agrada (Jn 8, 29).
Esta íntima e inquebrantable confianza
es lo que lo mantendrá fiel en la prueba suprema. Más aún, su conciencia de la
presencia constante de su Padre junto a Él, que San Juan pone de relieve, contrasta
con la extrema soledad que, según los evangelios sinópticos, experimentó Jesús
al punto de morir, sintiéndose obligado a gritar: ¡Elí, Elí, lammá sabactaní! ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has
abandonado? (Mt 27, 46). La visión que tiene el evangelista Juan es
distinta. En la cruz, Jesús llevará a pleno cumplimiento el plan de salvación
que el Padre le encomendó, morirá afirmando: todo se ha cumplido, e inclinando la cabeza nos dará su Espíritu.
Por eso, en la víspera de la
pasión, Jesús se despide de los discípulos, fortaleciendo su confianza con la
certeza de su victoria sobre el mal y la muerte. Es su postrer deseo, que estén
siempre en paz, cualquiera que sea la aflicción que sientan en el mundo. Les he dicho esto para que tengan paz en
mí. En el mundo tendrán tribulación. Pero ¡tengan ánimo! ¡Yo he vencido al
mundo!
A lo largo de la historia, la
injusticia, los desórdenes y las desigualdades en el mundo seguirán siendo
causa de muchos sufrimientos. Por eso, los deseos de paz que Jesús expresa a
sus discípulos no buscan solamente animarlos, sino moverlos a asumir el
compromiso de ser, en medio de la oposición y tribulaciones del mundo, testigos
de su triunfo, por eso su exclamación firme y convincente: ¡Yo he vencido al mundo! Es lo que sostendrá la confianza del
cristiano en toda circunstancia por adversa que sea.
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