P. Carlos Cardó, SJ
Santísima trinidad, óleo sobre lienzo de Hendrick van Balen (1620), Iglesia de Santiago,
Amberes, Bélgica
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En aquel tiempo, Jesús dijo a Tomás: "Yo soy el camino, la
verdad y la vida. Nadie va al Padre si no es por mí. Si ustedes me conocen a
mí, conocen también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto".
Le dijo Felipe:
"Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta". Jesús le replicó:
"Felipe, tanto tiempo hace que estoy con ustedes, ¿y todavía no me
conoces? Quien me ve a mí, ve al Padre. ¿Entonces por qué dices: ‘Muéstranos al
Padre’? ¿O no crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las
palabras que yo les digo, no las digo por mi propia cuenta. Es el Padre, que
permanece en mí, quien hace las obras. Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre
está en mí. Si no me dan fe a mí, créanlo por las obras.
Yo les aseguro: el que
crea en mí, hará las obras que hago yo y las hará aún mayores, porque yo me voy
al Padre; y cualquier cosa que pidan en mi nombre, yo la haré para que el Padre
sea glorificado en el Hijo.
Yo haré cualquier cosa
que me pidan en mi nombre".
Jesús,
en la última cena, transmite a sus discípulos la confianza de que, por la fe,
podrán experimentar que está siempre con ellos y no los abandona nunca. A
partir de su resurrección, se inicia una nueva forma de presencia suya que se
concreta en el amarnos unos a otros como Él nos amó y en la oración en su
nombre.
Yo soy
el camino, la verdad y la vida, les
dice a todos lo que quieren saber quién es Él. Jesús es el camino porque él mismo es la verdad y la vida. Es el
camino hacia la fuente y plenitud de la verdad y de la vida, que es Dios, meta
de nuestro caminar.
Por eso añade: Nadie
va al Padre sino por mí. Es la verdad porque revela al Padre, de modo que
quien lo conoce a Él conoce a Dios. Es la vida porque vive en el Padre, hasta
el punto de que quien lo ve a él, ve al Padre (v.8). Ha dicho también: Yo he venido para que tengan vida y la
tengan plena (Jn 10,10) porque el Padre ha dado esta vida al Hijo y es el
Hijo el único capaz de darla a los que creen en él (Jn 10,18). Quien cree en mí,
aunque muera, vivirá (Jn 11,25).
De modo que con estas palabras sobre su propia identidad,
Jesús no se presenta simplemente como un guía moral, sino como el sentido único
y la dirección cierta que conduce a la realización plena de la existencia
humana, que es el encuentro con Dios. En él conocemos a Dios y a nuestro yo más
auténtico, que consiste en ser hijos e hijas de un Dios que es Padre.
Con toda ingenuidad Felipe pide a Jesús: Señor, muéstranos al Padre, y eso nos basta.
Quizá está pensando en las teofanías que vieron Moisés y Elías en el Sinaí, o
en las visiones de la corte celestial que tuvieron los profetas. No ha entendido que Jesús se ha
referido a sí mismo como el Enviado definitivo del Padre, en quien el Padre realiza
su plan de salvación, cuyo actuar es el actuar de Dios y cuya humanidad hace
accesible a Dios. La respuesta de Jesús: Felipe,
quien me ve a mí, ve al Padre insiste en la realidad de un Dios
a quien nadie ha visto, pero que se ha revelado, encarnado y hecho presente en
él (1,18; 17,6).
En adelante es por la humanidad de la Palabra
encarnada como los seres humanos se unen a Dios. No hay otro mediador. La
humanidad de Jesús y, en particular, el modo como vivió la fraternidad, hace
ver que todos tenemos un origen común y que él es el Hijo de un Dios que es Padre.
En sus palabras y obras, Dios se manifiesta y se da como Amor. Por eso, también
nosotros haremos lo que Él hizo y aun cosas mayores, porque su amor sigue en
nosotros por el Espíritu Santo. Quien cree en mí hará las obras que yo hago
e incluso otras mayores.
El vacío dejado por su partida lo llena su
presencia en nosotros. Es la promesa que Jesús hace y que se cumple para el que
cree en Él. La fe realiza la unión de Jesús y el discípulo, semejante a la
unión de Jesús con el Padre. Y la fe se expresa de manera privilegiada en la oración
en su Nombre, que significa orar unido a Jesús. Y por eso, porque Jesús está
unido al Padre, no cabe duda de que la oración será escuchada: Les concederé
todo lo que pidan en mi nombre.
Este “todo” que Jesús promete conceder se refiere a
la obra que Dios ha realizado en el mundo por medio de él, y de la que los
creyentes se han convertido en actores e instrumentos. Por eso dice Jesús que
lo que concede es para que el Padre sea glorificado. La oración cristiana
en nombre de Jesús expresa, pues, el deseo de ser su instrumento eficaz. Esa ha
de ser la motivación de todas nuestras peticiones.
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