miércoles, 24 de mayo de 2017

El Espíritu los llevará a la verdad completa (Jn 16, 12-15)

P. Carlos Cardó, SJ
La disputa del Sacramento, detalle del fresco de Rafael Sanzio (1509-10), Palacio Apostólico, El Vaticano

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Aún tengo muchas cosas que decirles, pero todavía no las pueden comprender. Pero cuando venga el Espíritu de la verdad, Él los irá guiando hasta la verdad plena, porque no hablará por su cuenta, sino que dirá lo que haya oído y les anunciará las cosas que van a suceder. Él me glorificará, porque primero recibirá de mí lo que les vaya comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho que tomará de lo mío y se lo comunicará a ustedes".
Con el himno litúrgico de Pentecostés, la Iglesia pide al Espíritu Santo que llene lo más íntimo de los corazones de sus fieles con un rayo de su luz, porque sin su ayuda nada hay en el hombre, nada que sea inocente y bueno. Jesús lo llamó Espíritu de la verdad, porque aclara la mente y el corazón. Su luz es necesaria para discernir.
Los guiará a la verdad completa. No que Jesús haya dado la verdad a medias y por eso el Espíritu tendrá que completarla. La revelación divina se ha cumplido plenamente en Él, Enviado definitivo. Dios se nos ha dicho todo en Él. Si se hubiese guardado algo sin revelárnoslo, aún estaríamos esperando quien nos lo dé a conocer. En Jesús habita la plenitud; Dios se nos ha dado en Él de una vez y para siempre.
Función del Espíritu será infundir el conocimiento perfecto que se adquiere por el amor: pues siempre se puede comprender más algo que se ama. El Espíritu Santo no dirá nada diferente ni contrario a  lo dicho por Jesús. Anuncia nuevamente, interpreta, da luz para comprender en profundidad las enseñanzas de Jesús y para vivirlas en la práctica y en el presente. El Espíritu actualiza la presencia de Jesucristo. Habla aquí y ahora lo que Jesús dijo entonces. Lo que hace el Espíritu es llevarnos a la verdad que es Jesucristo, nos la hace transparente.
Se puede decir que el Espíritu, al venir a nosotros, reproduce la misma actitud de Jesús, que no quiso hablar por su cuenta ni buscar su propia gloria, sino que nos transmitió lo que oía a su Padre. Él no hablará por su cuenta, sino que dirá únicamente lo que ha oído.
Y les anunciará las cosas venideras. Esto no tiene nada que ver con la adivinación y el vaticinio. El ser humano por ser mortal siente el ansia de conocer el futuro que le aguarda. Por eso muchos recurren a la magia, a las predicciones y los horóscopos, que lo único que hacen es paliar la angustia y la inseguridad presente. Las cosas venideras a las que alude Jesús son las relativas al reino de Dios que se desarrolla escondido en la historia como la semilla plantada en la tierra o la levadura en la masa.
El Espíritu enseña a discernir los signos de los tiempos, ilumina el presente a la luz del pasado (la Palabra, la historia de Jesús), y asiste a la Iglesia en la difícil tarea de unir la fidelidad con la renovación continua. Mantiene viva en el presente la memoria de Jesús. Nos hace leer todos los acontecimientos a la luz de su historia y del ejemplo de su vida. Si no lo hacemos, podremos pensar que la violencia triunfa y que el amor es inútil, no conduce a nada. Pero el Espíritu nos hace ver que, aunque desmentido y crucificado, es el amor el que saldrá finalmente vencedor y que este amor salvador se ha revelado en el que fue aparentemente vencido en la cruz pero resucitó de entre los muertos.
La relación del Espíritu Santo con el Hijo se ve en las palabras: Él me glorificará, porque todo lo que les dé a conocer lo recibirá de mí. La gloria se ha revelado en la carne del Hijo del hombre, y su conocimiento es un proceso abierto y progresivo, nunca se la capta totalmente, se la conoce cada vez más y más, porque es verdad dinámica e infinita.
El Padre ya ha glorificado a Jesús en la cruz y en la resurrección. Se puede decir, entonces, que la gloria con que el Espíritu lo glorificará será la participación de su vida divina con los discípulos: la gloria del Hijo en los hermanos. Así lo dirá Jesús cuando ore al Padre por ellos: Yo les he dado la gloria que tú me diste (17,22) para que el amor con que me amaste esté en ellos y yo en ellos (17,26). La misma gloria, el mismo amor, la misma voluntad salvadora, el mismo ser. Todo lo del Padre es mío. Lo que recibe de mí, lo dará. 
Así, pues, el Espíritu difunde el amor de Dios en sus criaturas. Comunica  a Cristo y lo imprime en nuestros corazones, para que seamos verdaderos hijos y hermanos. Nos hace crecer continuamente en Cristo, hasta ser transformados en él, para que nuestra carne, mortal como la de él, sea signo del Dios invisible.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.