P. Carlos Cardó, SJ
Ángeles adorando la
Eucaristía, óleo sobre lienzo de Jerónimo Jacinto de Espinoza (siglo XVII),
Museo del Patriarca, Valencia, España
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En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "No pierdan la paz. Si creen en Dios, crean también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones. Si no fuera así, yo se lo habría dicho a ustedes, porque ahora voy a prepararles un lugar. Cuando me haya ido y les haya preparado un lugar, volveré y los llevaré conmigo, para que donde yo esté, estén también ustedes. Y ya saben el camino para llegar al lugar a donde voy".Entonces Tomás le dijo: "Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?" Jesús le respondió: "Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre si no es por mí".
Cuando
se escribe el Evangelio de Juan, la primera comunidad de Jerusalén siente que
su fe está puesta a prueba por las persecuciones que sus conciudadanos judíos
han desencadenado contra ella. Jesús había dejado de estar físicamente con
ellos y necesitaban su apoyo. En ese contexto recordaron las palabras que Jesús
había dicho en su última cena: No se
angustien. Creen en Dios, crean
también en mí.
De
modo similar, los cristianos de todos los tiempos atravesarán por momentos
difíciles y tendrán que reavivar su confianza de que el Señor, por su
resurrección, sigue entre ellos y no los abandona nunca. La confianza es componente
esencial de la fe. Y la razón de la confianza es la convicción de que, a partir
de su resurrección, Jesús ha iniciado una nueva forma de existencia y que la
vía para experimentar su compañía consiste en amarse unos a otros, orar juntos,
en una palabra, vivir según el Espíritu Santo que Él ha enviado.
Jesús va a volver a su Padre, pero
no se desentiende de los suyos que quedan en el mundo. En la casa de mi Padre hay muchas estancias, les dice. “Casa de mi Padre” había llamado al
templo cuando lo purificó expulsando a los mercaderes. Ahora habla del lugar
donde habita su Padre, que no es un espacio físico, sino el amor perfecto. El que me ama se mantendrá fiel a mis
palabras. Mi Padre lo amará y vendremos a él y viviremos (pondremos nuestra
morada) en él (14,23).
El Padre y su Hijo habitan en nosotros por el Espíritu Santo. No
nos creemos fácilmente esta afirmación de Jesús, que fundamenta la sagrada
dignidad del ser humano en la visión cristiana de las cosas. Nos cuesta mucho vivir
conforme a esta identidad nuestra de ser templo, casa, morada de Dios. Se
ultraja su templo, se destruye su morada, cada vez que se daña o perjudica al
prójimo. Sacamos a Dios de nuestra vida, lo arrojamos fuera o lo olvidamos,
cada vez que intentamos vivir sin oír su voz, o nos angustiamos por no saber
asumir nuestra soledad que siempre está llena de su misteriosa presencia.
Desde otra perspectiva, “casa del Padre” es también la meta del
destino de Jesús y de nuestro destino
personal. Por eso dice Jesús: Voy a
prepararles un lugar, un lugar junto al Padre, para vivir con Cristo,
participando de su misma vida, que es felicidad perfecta. Ese es el lugar que
nos tiene preparado Jesús. Vendrá y nos llevará consigo. Mientras tanto, hasta que
Él venga, el amor nos hace estar donde Él está. Si antes Jesús estaba
físicamente con sus discípulos, ahora
está en sus discípulos.
Tomás no entiende este lenguaje. No comprende que aunque su
Maestro vuelva a su Padre, quedará siempre con ellos. Como él, también nosotros
actuamos a veces como ignorando dónde está Dios, perdemos de vista el camino
para estar con Él, o buscamos nuestra realización y felicidad donde no pueden
estar. En su respuesta a Tomás, Jesús nos hace ver que viviendo su forma de
vida nos encontramos a nosotros mismos, y alcanzamos la felicidad que perdura,
es decir, alcanzamos a Dios. Yo soy el
camino, la verdad y la vida, nos dice.
Si meditamos las
palabras de Jesús y, sobre todo, las llevamos a la práctica en el amor al
prójimo, veremos que nos aseguran su presencia,
nos hacen encontramos con Dios. Se realiza en nosotros el deseo de Jesús: que puedan estar donde voy a estar yo.
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