martes, 23 de mayo de 2017

Vuelvo al que me envió (Jn 16, 5-11)

P. Carlos Cardó, SJ
La ascensión de Cristo, témpera sobre madera de Andrea Mantegna (1460-64), Galería de los Ufizzi, Florencia, Italia
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Me voy ya al que me envió y ninguno de ustedes me pregunta: `¿A dónde vas?’ Es que su corazón se ha llenado de tristeza porque les he dicho estas cosas. Sin embargo, es cierto lo que les digo: les conviene que me vaya; porque si no me voy, no vendrá a ustedes el Consolador; en cambio, si me voy, yo se lo enviaré. Y cuando El venga, establecerá la culpabilidad del mundo en materia de pecado, de justicia y de juicio; de pecado, porque ellos no han creído en mí; de justicia, porque me voy al Padre y ya no me verán ustedes; de juicio, porque el príncipe de este mundo ya está condenado".
Resucitado, Jesús retorna a su Padre. Se cumple el designio de salvación trazado por la Trinidad de revelarse y salvar a la humanidad. En el evangelio de Juan, la vuelta al Padre es la culminación de la revelación y glorificación del Hijo.
Pero los discípulos se llenan de tristeza por la partida de su Maestro, se sienten inseguros por lo que les pueda pasar. Jesus lo advierte y les dice: La tristeza se ha apoderado de ustedes. Sabe que no comprenden el sentido de su retorno al Padre, con el cual inaugura su nueva forma de existencia. Si antes Jesús estuvo con ellos, en adelante estará en ellos. Pero eso lo entenderán después; ahora experimentan un sentimiento de orfandad. Intenta, pues, infundirles ánimo, haciéndoles ver el don que ha obtenido para ellos, de enviarles desde su Padre al Espíritu Santo que les había prometido. Les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Espíritu Consolador no vendrá a ustedes; pero si me voy, lo enviaré.
En el Espíritu Santo se realizará su nueva forma de existencia. Por medio de él, Jesús se hará presente. Lo llama Paráclito, Consolador, porque gracias a él no los dejará solos ni huérfanos, seguirá a su lado hasta el fin de los siglos. Procedente del Padre y del Hijo por ser el amor de entrambos, el Espíritu hace que ese amor, vida divina, se desborde hasta nosotros y nos abrace. Derramado en nuestros corazones nos hace partícipes de su divinidad, Hijos en el Hijo, dispuestos a amar a los hermanos con el mismo amor que de Él procede.
Les dice Jesús a los discípulos que el Espíritu convencerá al mundo con relación al pecado, a la justicia y al juicio. “Convencer” tiene el sentido de “acusar”, es decir, pondrá de manifiesto como reprensible. En lo referente al pecado porque no creen en mí: hará ver que el mundo y los suyos, al rechazar el amor de Dios manifestado en Jesús, no pueden actuar conforme al amor, sus acciones, por tanto, no humanizarán sino que esclavizarán a ellos mismos y a los demás.
En lo referente a la justicia: el Espíritu pondrá de manifiesto el error del mundo y hará ver quién tiene la razón. Donde actúa el Espiritu de la verdad, se desenmascara la mentira y queda de manifiesto lo que es falso y engañoso, aparente o pasajero, felicidad barata e inconsistente.
En lo referente al juicio: hará ver que Dios condena el pecado pero salva al pecador. Al mismo tiempo, con sus inspiraciones, capacitará al creyente para discernir con claridad lo que le acerca al bien y lo que le aleja, lo que conduce a la realización auténtica de su ser y lo que echa a perder su vida, y eso en el cada día, aquí y ahora porque el juicio es ya presente. 
En definitiva, esto es lo que deberíamos pedir al Espíritu Santo: que ilumine nuestras mentes para saber distinguir los errores y engaños del mundo; que infunda en nosotros el coraje necesario para denunciar el pecado y la injusticia y, a la vez, anunciar lo que es justo; que nos libre del mal, del riesgo de la vida, y nos arraigue firmemente en el amor fraterno, que es lo central en el plan salvador de Dios.

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