lunes, 22 de mayo de 2017

Los expulsarán de la sinagoga (Jn 15,26-16,4)

P. Carlos Cardó, SJ
San Pedro predicando, fresco de Masolino da Panicale (1426-27), Capilla Brancacci en la Iglesia de Santa María del Carmen, Florencia, Italia
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Cuando venga el Consolador, que yo les enviaré a ustedes de parte del Padre, el Espíritu de la verdad que procede del Padre, Él dará testimonio de mí y ustedes también darán testimonio, pues desde el principio han estado conmigo.Les he hablado de estas cosas para que su fe no tropiece. Los expulsarán de las sinagogas y hasta llegará un tiempo cuando el que les dé muerte creerá dar culto a Dios. Esto lo harán, porque no nos han conocido ni al Padre ni a mí. Les he hablado de estas cosas para que, cuando llegue la hora de su cumplimiento, recuerden que ya se lo había predicho yo".
Jesús se va y promete a sus discípulos el Espíritu Consolador que no los dejará solos, el Espíritu de la verdad que procede de Dios, porque es el mismo ser divino que ha dado existencia a todo y conduce la historia a su plenitud. Por medio de este Espíritu, Jesús es confesado y reconocido presente en su Iglesia de manera personal y efectiva. Por él difunde entre sus miembros los carismas necesarios para los diversos servicios y capacita a los creyentes para que den testimonio de su fe.
Creer en el Espíritu es asumir con responsabilidad la corriente de la historia hacia un mundo nuevo y mejor, porque quiere renovar la faz de la tierra. No comprometerse es apagar el Espíritu. Y no creer en el Espíritu es quedar a la merced de otros espíritus que oscurecen, confunden porque no soplan en dirección del amor, el bien y la verdad.
Les he dicho estas cosas para que no se escandalicen. Este aviso de Jesús hace ver a los discípulos que la fe puede venirse abajo en la prueba; pueden desertar como ya lo hicieron después de la multiplicación de los panes, cuando se negó a que lo proclamaran rey y ellos se marcharon en una barca. Jesús quiere evitar otra deserción y por eso los previene de lo que puede pasar en el futuro. El primer escándalo lo sufrirán muy poco después, cuando lo vean morir en la cruz, y el grupo se disperse. Luego vendrán las consecuencias de la misión que les dará, que no siempre serán halagüeñas, sino con tropiezos y dificultades, incomprensiones y aun persecuciones, como ya se lo había anunciado.
Los expulsarán de la sinagoga, les dice concretamente. Será la experiencia dolorosa de la primitiva iglesia de Jerusalén, formada en su mayoría por judíos. Una persecución violenta desencadenarán contra ellos sus mismos compatriotas, en especial los miembros del partido de los fariseos, que se atribuyen ellos solos la categoría de judíos puros y fieles al Dios de Israel. Entre ellos destacará la figura de Saulo y su primera víctima será Esteban, protomártir.
Al obrar así aquellos judíos estarán convencidos de que honran a Dios y defienden la fe auténtica contra el peligro que significa la secta de los seguidores del Mesías Jesús. Después de ellos se sucederán en la historia los perseguidores de la fe cristiana que les darán muerte en nombre de dioses hechos según los intereses de los hombres. Obrarán así porque no han conocido al Padre ni me conocen a mí, dice Jesús a sus discípulos.  El desconocimiento del amor de Dios que nos hace hijos e hijas suyos, capaces de vivir como hermanos y hermanas, genera injusticias, odios y violencia en el mundo.
Este desconocimiento del amor de Dios lo muestran de manera especial los que causan injusticia y corrompen las relaciones humanas en la sociedad. Para éstos, una fe que obra la justicia y la defiende es una amenaza. Y la fe en Cristo es así: se manifiesta en las obras de justicia. Por eso la justicia designa una conducta por la cual se puede ser perseguido. El cristiano lo sabe y sabe también que no puede obrar de otra manera pues la justicia, el promover igualdad y fraternidad y procurar construir la sociedad sobre estructuras justas es un elemento esencial de la fe en Jesús y de la praxis cristiana. Hay algo evidente en la tradición judeocristiana: el impío odia al justo porque es para él un «reproche viviente» (Sab 2,12ss), un testigo del Dios al que él desconoce (2,16-20); este es el motivo de fondo de toda persecución. 
El Hijo de Dios venido a salvar al mundo fue odiado por él y crucificado (Jn 3,17; 15,18). El discípulo tendrá la misma suerte: Si me han perseguido a mí, también los perseguirán a ustedes, les dijo su Maestro (Jn 15,20). El discípulo acepta y ora. Pide la acción fortalecedora del Espíritu que lo asistirá en los momentos difíciles y siente el consuelo del Señor que le dice: No temas los sufrimientos que te aguardan…Permanece fiel hasta la muerte y yo te daré la corona de vida» (Ap 2, 10).

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