P. Carlos Cardó, SJ
Dios Padre con el Espíritu Santo,
óleo sobre lienzo de Pompeo Batoni (1779), Basildon Park, Londres
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En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Yo les aseguro: cuanto pidan al Padre en mi nombre, se lo concederá. Hasta ahora no han pedido nada en mi nombre. Pidan y recibirán, para que su alegría sea completa. Les he dicho estas cosas en parábolas; pero se acerca la hora en que ya no les hablaré en parábolas, sino que les hablaré del Padre abiertamente. En aquel día pedirán en mi nombre, y no les digo que rogaré por ustedes al Padre, pues el Padre mismo los ama, porque ustedes me han amado y han creído que salí del Padre. Yo salí del Padre y vine al mundo; ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre".
En diversos
pasajes de los evangelios sinópticos aparece la recomendación de Jesús de orar
al Padre con toda confianza. Lo que más pone de relieve el evangelista San Juan
es el orar en el nombre de Jesús. Aquel
día pedirán en mi nombre; sin embargo, no les digo que intervendré ante el
Padre por ustedes, ya que el Padre mismo los ama, porque ustedes me amáis y tienen
fe en que yo he salido de junto a Dios.
En la Última
Cena ya se lo había recomendado Jesús a los discípulos: Todo lo que pidan al Padre en mi nombre, lo haré (14, 13). La
precisión en mi nombre tiene, pues,
mucha importancia porque es lo que ha de caracterizar la oración del cristiano
y lo que le dará eficacia.
En primer
lugar, orar en su nombre significa creyendo en él (v. 27), poniendo en Él
toda mi confianza, unido a Él por la fe que me hace compartir su modo de pensar
y de actuar. No es simplemente tener a Jesús como el intercesor válido y
poderoso, ni significa que debo orar como representante suyo. En la oración
(como en la vida toda), confieso que Jesús es el Señor a quien pertenezco, a
quien he entregado “todo mi haber y poseer” porque es el centro de mi vida. Y
eso es lo que su Padre ve. Esa es la razón por la que escucha al discípulo,
porque pertenece a Jesús por la fe y el amor.
Los
discípulos conocían ya a Dios como el Padre de Jesús, pero no tenían aún un conocimiento
perfecto. Jesús les dice que lo que Dios es para Él y el amor que
tiene a todos sus hijos e hijas, se les revelará claramente en la
hora en que no les hablaré ya de forma enigmática, sino que les comunicaré abiertamente
al Padre, es decir, en la
hora de su muerte y resurrección.
Entonces, por la acción del Espíritu que les enviará, y que lo mantendrá vivo
en sus corazones, comprenderán realmente lo que Jesús les había querido
revelar (cf.13, 7.36), acogerán esta
comunicación y recibirán el poder de ser
hijos e hijas de Dios (1, 12), que se sitúan con absoluta confianza ante su
Padre.
Por esto, dice Jesús a
continuación: Aquel día pedirán en mi nombre; sin embargo, no les digo que intervendré
ante el Padre por ustedes, ya que el Padre mismo los ama, porque ustedes me amán
y creen firmemente que yo salí de junto a Dios. No será ya un simple
intercesor de sus súplicas, porque él mismo estará en ellos, interior a ellos.
Ellos se han unido al Hijo por la fe y el amor. Por eso el Padre los ama y los
escuchará.
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