domingo, 14 de mayo de 2017

Homilía del V Domingo de Pascua -Voy a prepararles un lugar (Jn 14, 1-6)

P. Carlos Cardó, SJ
 
Madonna della loggia (Virgen de la Galería), témpera sobre tabla de Sandro Botticelli (1467), Galería de los Uffizi

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: «No se turben; crean en Dios y crean también en mí. En la casa de mi Padre hay lugar para todos. De no ser así, no les habría dicho que voy a prepararles un lugar. Y después que me haya ido y les haya preparado el lugar, regresaré y los llevaré conmigo, para que puedan estar donde voy a estar yo. Ustedes ya conocen el camino.»
Cuando se escribió el Evangelio de Juan, la primera comunidad de Jerusalén padecía las persecuciones que sus conciudadanos judíos habían desencadenado contra ella. Jesús ya no estaba físicamente con ellos y sentían la necesitaban su apoyo. En ese contexto recordaron lo que Jesús había dicho en su última cena: No se angustien. Creen en Dios, crean también en mí.
Así mismo, los cristianos de todos los tiempos han vivido y seguirán viviendo momentos difíciles, en los que se ha de reavivar la confianza de que el Señor, por su resurrección, sigue entre nosotros y no nos abandona nunca. La confianza es componente esencial de la fe. Y la razón de la confianza es la convicción de que, a partir de su resurrección, Jesús ha iniciado una nueva forma de existencia y que la vía para experimentar su compañía consiste en amarnos unos a otros, orar juntos, en una palabra, vivir según el Espíritu Santo que Él ha enviado a nuestros corazones.
Jesús va a volver a su Padre, pero no se desentiende de los suyos que quedan en el mundo. En la casa de mi Padre hay muchas estancias, les dice. “Casa de mi Padre” había llamado al templo cuando lo purificó expulsando a los mercaderes. Ahora habla del lugar donde habita su Padre, que no es un espacio físico, sino el ámbito en el que actúa el amor perfecto. El que me ama se mantendrá fiel a mis palabras. Mi Padre lo amará y vendremos a él y viviremos (pondremos nuestra morada) en él (14,23).
El Padre y su Hijo habitan en nosotros por el Espíritu Santo. Sobre esta afirmación de Jesús se fundamenta la sagrada dignidad del ser humano en la visión cristiana de las cosas. Pero nos cuesta mucho vivir conforme a esta identidad nuestra de ser templo, casa, morada de Dios. Se ultraja su templo, se destruye su morada, cada vez que se daña o perjudica al prójimo. Sacamos a Dios de nuestra vida, lo arrojamos fuera o lo olvidamos, cada vez que intentamos vivir sin oír su voz, o nos angustiamos por no saber asumir nuestra soledad que siempre está llena de su misteriosa presencia.
Desde otra perspectiva, “casa del Padre” es también la meta del destino de Jesús  y de nuestro destino personal. Por eso dice Jesús: Voy a prepararles un lugar, un lugar junto al Padre, para vivir con Cristo, participando de su misma vida, que es felicidad perfecta. Ese es el lugar que nos tiene preparado Jesús. Vendrá y nos llevará consigo. Mientras tanto, hasta que Él venga, el amor nos hace estar donde Él está. Si antes Jesús estaba físicamente con sus discípulos, ahora está en sus discípulos.
Tomás no entiende este lenguaje. No comprende que aunque su Maestro vuelva a su Padre, quedará siempre con ellos. Como él, también nosotros actuamos a veces como ignorando dónde está Dios, perdemos de vista el camino para estar con él, o buscamos nuestra realización y felicidad donde no pueden estar. En su respuesta a Tomás, Jesús nos hace ver que viviendo su forma de vida nos encontramos a nosotros mismos, y alcanzamos la felicidad que perdura, es decir, alcanzamos a Dios. Yo soy el camino, la verdad y la vida, nos dice.
Si meditamos las palabras de Jesús y, sobre todo, las llevamos a la práctica en el amor al prójimo, veremos que nos aseguran su presencia, nos hacen vivir con Dios. Se realiza en nosotros el deseo de Jesús: que puedan estar donde voy a estar yo.  
De otro lado hoy celebramos en el Perú el Día de la Madre. Hoy sentimos de modo muy especial la presencia viva del amor de Dios. Porque pensar en nuestra madre es poner ante nuestros ojos uno de los más bellos reflejos del amor y  de la ternura de Dios. Dios, fuente de vida, se quiso revelar a los hombres como el amor del que brotan todos los amores, el amor del padre y de la madre (Is 49,15).
Llegado el momento de su plena revelación por medio de su encarnación, eligió a María a quien embelleció como la mejor de todas las madres para que fuera madre de su Hijo y madre nuestra. De ese modo el valor de la maternidad fue elevado a su más alto grado. La Iglesia reconoce en la maternidad la vocación eterna y sublime de la mujer, que brota de lo específico de su ser: de su fisiología, de su psicología, de sus sentimientos.
Después de siglos de espera, hoy se reconocen otras vocaciones y aptitudes de la mujer para una participación activa y eficiente en la construcción de la sociedad al igual que el varón. Hoy la mujer brinda su colaboración social y profesional en todos los estamentos y niveles de la sociedad, aunque es verdad que aún se debe luchar para lograr iguales oportunidades que el varón para el acceso al trabajo y una auténtica igualdad salarial, para que los individuos que realizan trabajos similares reciban la misma remuneración, sin importar el sexo, raza, nacionalidad, religión o cualquier otra categoría.
Es cierto también que la tarea de la madre en el hogar debe complementarse con la presencia y responsabilidad del padre. Sin embargo, aun apoyando todo esto, es oportuno reafirmar la importancia insustituible que tiene la mujer-madre al comienzo de la vida humana. Por ello, debemos poner nuestro empeño para que la dignidad de la vocación maternal no desaparezca en la vida de las nuevas generaciones; para que no disminuya la autoridad de la mujer-madre en la vida familiar, social y pública, en la cultura, en la educación y en todos los campos de la vida.
Recordemos en fin que la maternidad no es una únicamente una función biológica, sino que se expresa a través de muchas formas de amor tutelar. Por eso la vocación maternal se realiza también en la adopción de niños huérfanos o desamparados y en todos aquellos servicios por medio de los cuales la mujer –muchas veces mejor que el varón– ofrece a los niños sustento material y afectivo, educación, ternura y comprensión.
Así, pues, llenos de alegría, expresamos nuestra gratitud a la mujer que nos ha transmitido la vida y pedimos para ella una especial protección de nuestra Madre María.


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